Capítulo 4
Por culpa de mis
estúpidos celos había arruinado una vez más mi relación con mamá. Ella pasó dos
días casi sin dirigirme la palabra. Aún estaba dolida y enojada por mi reclamo.
Al fin y al cabo ella tenía derecho de acostarse con quien quisiera sin que ni
yo ni nadie le reprocháramos nada. Sabía que debía darle tiempo y espacio y que
cuando ella lo creyera oportuno, me hablaría.
Fue una suerte el no
tener que esperar mucho para que esto ocurra. Al tercer día ella se me acercó.
Estaba vestida con una linda pollera de jean azul y una remera negra que
marcaba muy bien sus pechos. Me interceptó cuando yo cruzaba desde la cocina al
comedor. Ni siquiera me pidió que me sentara.
- Tengo que hablar con
vos y no te va a gustar lo que te voy a decir – sus palabras me dejaron helado.
- Te escucho – tragué
saliva.
- Como quiero que
sigamos viviendo juntos… y bien, te voy a pedir que terminemos con toda esta
locura. No quiero que nos peleemos a cada rato, por eso tenemos que cortar el
problema de raíz. Tenemos que volver a nuestra relación normal como madre e
hijo.
- ¿Qué tan normal? –
pregunté con el corazón hecho añicos.
- Normal como lo fue
hasta el divorcio con tu padre. Nada de andar con poca ropa por la casa, nada
de toqueteos y dentro de lo posible, no hablamos más de sexo. Vos ya sos grande
y creo que ya no tengo más nada para enseñarte al respecto – estuve a punto de
decir algo pero ella levantó una mano indicando que aún no había terminado de
hablar – lo que pasó tomalo como una linda experiencia, sé que nunca te la vas
a olvidar… yo tampoco. Pero ya se terminó Nicolás. Mi mayor miedo es que la
gente se entere… eso arruinaría nuestras vidas.
- Está bien mamá – me
quedé cabizbajo pensando unos instantes - ¿Podemos hacerlo por última vez?
- No, no sería apropiado.
Como te dije, hay que cortar el problema de raíz y hay que hacerlo lo antes
posible.
- ¿Y un último beso al
menos? – ella me quedó mirando a los ojos mordiéndose el labio inferior – por
favor – le supliqué – sólo un beso. Ni dos ni tres, uno.
- Está bien – accedió.
Al principio fue un
poco incómodo, nunca había besado a mi madre en frío y mucho menos anunciándolo
antes. Hubo un par de intentos por parte de ambos pero sin llegar a concretar
el beso. Era bastante difícil aliviar la tensión, pero nuestras caras se iban
acercando de a poco. Por fin tomé coraje y me lancé. Su boca se humedeció con
nuestra saliva. Me abrazó con fuerza y yo la sujeté por la cabeza. El beso fue
ganando pasión gradualmente. Podía sentir su cuerpo pegado al mío y su
respiración agitándose. No quería soltarla, sabía que ese sería nuestro último
beso. La fui llevando hacia atrás hasta que se apoyó contra la mesa del
comedor. Sus manos acariciaban mi espalda, ella también sabía que en cuanto
nuestras bocas se separaran, todo terminaría para siempre.
Acaricié una de sus
piernas sin dejar de besarla, fui subiendo un poco su pollera pensando que me
detendría pero no lo hizo. Ella separó un poco las piernas y yo fui acercándole
mi pelvis. Subí con mi mano hasta tocar su bombachita. Sentí sus manos
apretando mi cola mientras se sentaba un poco sobre la mesa. Llegué a tocar su
conchita y me di cuenta de que se estaba mojando mucho. Separó más las piernas
y pude introducirle dos dedos. En ese instante ella empezó a desprenderme el
pantalón, yo también tenía un jean y era bastante nuevo, por lo que el
desprender el botón resultaba una tarea complicada, más si no se veía lo que se
hacía. Creo que ninguno de los dos abrió los ojos en ningún momento, seguíamos
tocándonos con nuestras lenguas, recorriendo cara rincón de nuestras bocas.
Por fin pudo liberar
mi miembro, el cual ya se estaba poniendo duro. Comenzó a acariciarlo mientras
yo la masturbaba. Su olor a sexo me embriagaba. Sabía que estábamos haciendo
trampa, el concepto del último beso nos estaba sirviendo de excusa. Fui
quitándole la bombacha de a poco y ella me ayudó hasta que ésta cayó al suelo.
Mi verga ya estaba bien dura y su vagina bien lubricada. Comencé a frotarme por
fuera mientras daba leve mordiscos en su labio inferior. Después de unos
segundos me agarró el pene y lo apuntó hacia su agujerito. Le di el gusto y la
penetré hasta el fondo. Su gemido se perdió dentro de mi boca. Al principio me
moví despacio porque aún sentía su concha un poco cerrada y no quería
lastimarla, pero en cuanto se dilató bien, aceleré el ritmo. Me dio mucho gusto
que estuviéramos cogiendo otra vez, si ésta iba a ser nuestra despedida quería
disfrutarla a pleno. A veces nuestras bocas se quedan quietas pero juntas,
intentábamos recuperar el aliento respirando por la nariz y luego regresábamos
a la exploración bucal.
En estos días había
aprendido que si mi madre disfrutaba a pleno del sexo le gustaba cambiar de
posición, pero esta vez no podía decírmelo. La levanté haciendo mucha fuerza,
por suerte ella no pesaba mucho y se sujetó de mí con sus piernas. A tientas
buqué una silla y en cuanto la encontré la acomodé para poder sentarme en ella.
Lo más extraordinario fue que conseguimos sentarnos sin desprendernos en ningún
momento. Para demostrarme que el cambio le había gustado mucho, se levantó y
volvió a sentarse, pero esta vez la verga se metió en su apretado culito. Ella
misma intentaba forzar la penetración a pesar de que no había mucha dilatación
y si bien la lubricación que me había dado su vagina era buena, no parecía ser
la ideal. A pesar de esto ella siguió presionando y la verga fue entrando por
partes. Supe que quería gritar, de dolor o placer. Tal vez ambas. Pero a pesar
de eso siguió besándome.
Cuando su culito se
amoldó a mi pene me agarró una mano y la dirigió hacia su conchita. Me estaba
pidiendo más, quería que la masturbara y así lo hice mientras ella subía y
bajaba. El juguito comenzó a salir de su vagina, estaba teniendo un orgasmo a
pesar de que llevábamos cogiendo relativamente poco tiempo. Tengo que admitir
que yo también estaba más excitado de lo habitual, su culo estaba más que rico
y apretadito y ella se movía mucho. Le agarré las nalgas y se las abrí mientras
ella saltaba.
Después de unos
minutos volvió a acomodarse para que penetrara su vagina. Me gustó mucho que
hiciera eso ya que la sentí muy diferente, en contraste con el culito ésta
estaba toda mojada y abierta, era suave y cálida. No pasó mucho tiempo hasta
que un torrente de leche acumulada por tres días le llenó las entrañas. Sentía
que los chorros eran fuertes, seguramente estaban llegando hasta lo más
profundo de su ser. Ella se movió energéticamente hasta que largué la última
gota.
Su boca se desprendió
de la mía, estaba llena de saliva, seguramente yo la tendría igual. Me miró a
los ojos sin apartarse, aún podía sentir la calidez de su sexo.
- No tendríamos que
haber hecho eso – me dijo preocupada.
- Fue algo que pasó
solo – le dije para que no se sintiera mal.
- Si, lo sé – sus ojos
soltaron algunas lágrimas – es que nunca un hombre me había tratado tan bien
como vos lo hacés. Con tanta ternura y amor.
Intentó limpiarse la
mejilla con el dorso de su mano pero las lágrimas seguían brotando. No llegué a
llorar pero me conmovieron mucho sus palabras. La abrecé fuerte y ella hizo lo
mismo. Apoyó su cabeza contra uno de mis hombros y yo hice lo mismo sobre uno
suyo. Mi pene se estaba poniendo flácido aún dentro de su vagina y pude sentir
cómo el semen iba brotando hacia afuera, cayendo sobre mis huevos y manchando
la silla. Ninguno de los dos demostraba la intención de levantarse. Escuchaba
su llanto en mi oreja y me apenaba mucho. Pasaron unos diez minutos y ninguno
se movía. Por primera vez en mi vida decidí que debía ser yo quien tomara una
decisión madura y responsable. Froté su espalda amistosamente.
- Está bien mamá, ya
terminó todo – dije con voz suave – te quiero mucho.
- Yo también te quiero
mucho – me contestó poniéndose de pie lentamente. Su vagina estaba llena de
líquidos. Me dio un beso corto en la boca y se fue caminando hacia el baño.
Desde ese día nuestra
relación cambió radicalmente. Ya ninguno andaba con poca ropa por la casa, ella
hasta había dejado de usar atuendos sexys. Vestía siempre con pantalones
holgados o remeras que le quedaban demasiado grandes. Siempre llevaba puesta su
ropa interior. Evitábamos permanecer demasiado tiempo juntos, yo salía más con
mis amigos e intentaba no volver a casa hasta ya muy tarde. A ella no le
molestaba ya que aún cumplía su deber de madre y me preguntaba dónde había
estado. Le contestaba con la verdad ya que no hacía nada malo. Hubo un par de
veces que volví borracho y se enojó conmigo, en parte me alegró que lo hiciera,
eso me recordaba que era mi madre.
Las semanas pasaban,
dos, tres, cuatro. Ya íbamos por la quinta semana y la convivencia se había
tornado un poco forzada. Éramos como una pareja de ex novios intentando vivir
juntos. No discutíamos pero sí teníamos situaciones tensas, especialmente si
estábamos solos en la misma habitación. Un día ella me preguntó si yo tenía
alguna noviecita por ahí y le tuve que decir que no, pero que al menos había
intentado levantarme a una chica del barrio, pero ésta se alejó de mí al notar
mis tremendas ganas de coger. No se lo dije de esa forma a mi madre, sólo le
expliqué que no hubo química. Si mi madre mantenía relaciones sexuales con alguien,
yo no lo sabía. Salía con sus amigas de vez en cuando, y me contaba cómo habían
sido estas salidas, siempre eran sanas y sin situaciones lésbicas ni nada por
el estilo. Hasta me contó que ese día que yo le recriminé si se iba a coger con
alguien, en realidad sólo fue al cine con sus amigas y su apuro era porque la
película ya estaba por comenzar. No era necesario que me lo cuente pero fue un
alivio saberlo.
Una noche me
encontraba en mi cuarto jugando con la PC, eran alrededor de las 10 de la noche.
Tuve ganas de hacer pis y fui hasta el baño, cuando salí noté que la pieza de
mi madre tenía la puerta abierta y se escuchaba la televisión encendida. Decidí
saludarla al menos. Me asomé y la vi sentada en su cama, llevaba puesto un
pijama rosado que había comprado hacía un par de semanas, este atuendo constaba
de un pantalón y una remera suelta, además se podía incorporar un buzo mangas
largas, pero eso no lo tenía puesto. En definitiva se trataba de un conjunto
que no me permitía apreciar mucho su cuerpo.
Me saludó con una
sonrisa y me dijo que estaba por comenzar una buena película de humor y me
preguntó si quería verla con ella.
- Bueno dale – accedí
– esperá que me voy a poner un pantalón – yo llevaba puesto un bóxer color
azul, no era como llevar un slip pero aun así era mi ropa interior.
- No pasa nada –
aseguró y dio unos golpecitos sobre la cama a su lado, invitándome a sentarme.
Al parecer ya confiaba
en mí porque en todo este tiempo no le había hecho ni el más mínimo comentario
respecto a nuestra experiencia sexual. Aunque no había sido tarea fácil, la
tentación siempre estaba presente. Nos pusimos a mirar la peli tranquilos, de verdad
era buena y muy graciosa, eso ayudó mucho a aliviar la tensión, hacía tiempo
que no teníamos alguna actividad juntos. Cuando la película ya iba bien
avanzada me pareció sorprender a mi madre mirándome el bulto, que se marcaba un
poco debajo de la tela del bóxer. De inmediato aparté esa idea de mi cabeza,
seguramente era mi morbosa imaginación y mi deseo porque eso ocurriera.
Nuevamente la misma
sensación de estar siendo observado, pero cada vez que la miraba de reojo ella
volvía a estar con la mirada fija en la pantalla. Estaba distraído, la escuché
reír por un chiste que ni siquiera capté. Pero mis sospechas se iban haciendo
más fuertes. Esta vez si la pesqué mirándome, al verse sorprendida en pleno
acto levantó la vista, me miró a los ojos y media sonrisa se dibujó en su
rostro como diciéndome “No tiene nada de malo que mire un poco”, o al menos así
la interpreté yo. Cuando volvió a mirar ya no reaccioné, seguí mirando la
pantalla. De pronto ocurrió algo totalmente inesperado. Noté el movimiento de
su mano y ésta se metió dentro de mi bóxer, en un segundo estaba agarrando mi
pene. La miré sorprendido pero simulaba estar concentrada en la película.
Intenté hacer lo mismo mientras disfrutaba de sus suaves dedos que iban
poniendo dura mi hombría de a poco. Me lo masajeaba suavemente sin mirarme
siquiera.
- ¿Mamá…? – pregunté
cuando lo tenía bien duro.
- No me preguntes
nada… - me miró a los ojos – y nunca le cuentes de esto a nadie. Va a ser
nuestro secreto.
Mi corazón dio un
salto mortal. Ella apagó el televisor usando el control remoto y sin decir más
nada liberó mi verga y bajó la cabeza. Gemí impulsivamente en cuanto sentí su
cálida boca humedeciendo mi glande. Con la lengua lo fue masajeando en círculos
y de a poco se lo tragó más y más, hasta que empezó a mamarla con ímpetu. Sólo
se la sacaba de la boca para chuparme los huevos. Me las arreglé para quedarme
totalmente desnudo sin estorbarla en su tarea. Acaricié su cola por arriba del
pantalón mientras ella seguía concentrada en dar lengüetazos.
- Sacate esta mierda,
que la odio – dije refiriéndome a su sobrio pijama.
- Te prometo que no lo
voy a usar nunca más – me dijo riéndose.
Se quitó la remera y
la ayudé a desprenderse el corpiño. ¡Qué bueno fue ver sus grandes tetas otra
vez! Le hice ver mi alegría al chuparle un rato cada pezón mientras ella se
despojaba de la parte baja del pijama. En cuanto le quité la bombacha me
sorprendí al ver que tenía la entrepierna llena de pelitos, no había ni rastros
de esa fina línea vertical de vello que tan bien lucía en ella. Ella siempre
fue cuidadosa con su cuerpo, siempre andaba prolija y arreglada, pero haciendo
un poco de retrospectiva me di cuenta de que últimamente andaba desalineada por
la casa. Llegué a la conclusión de que estaba deprimida.
Quise
atenderla como se debe. Hice que se acostara boca arriba y le besé el estómago.
De a poco fui bajando hasta sentir su vello púbico en mis labios. Ella abrió
las piernas tanto como pudo, enseñándome su tan añorada conchita. Ese olor a
sexo femenino me volvió loco. Comencé a lamérsela con ganas, concentrándome más
que nada en su clítoris. Nunca había tenido la oportunidad de hacerle sexo oral
como se debe. Recorrí cada rincón, cada pliegue, metí mi lengua y bebí sus
jugos. Chupé suavemente y luego lo hice con mayor intensidad, ella no dejaba de
gemir y sacudirse en la cama. Apretaba sus dedos contra las sábanas y
disfrutaba a pleno del momento.
Pasados
unos minutos me coloqué sobre ella y levanté un poco sus piernas. Encajé mi
miembro en la división de su vagina y lo deslicé de atrás para adelante
mientras ella me acariciaba el glande.
-
No te imaginás la cantidad de veces que me masturbé pensando en esto – me
confesó.
-
Yo también mamá.
Me
calentó mucho saber que ella había estado pensando en mí a pesar de todo. Me
moría por clavarla pero quería disfrutar bien cada momento. Me incliné sobre su
cuerpo y la besé con la misma pasión que siempre había formado parte de
nuestros besos. Ella fue cerrando sus piernas lentamente, me aparté un poco
para ver qué tramaba. Juntó las piernas y apoyó sus tobillos sobre mis hombros,
su colita quedó levantada y sus agujeritos expuestos. Fui hacia su vagina y
clavé mi glande. Me sorprendió que estuviera más cerrada de lo habitual.
-
Despacito – me pidió.
Al
parecer llevaba mucho tiempo sin practicar sexo. La fui metiendo y sacando por
partes, siempre moviéndome suavemente esperando a que su agujerito se dilate.
Cuando logré meterla entera apoyé mi cuerpo sobre el de ella y la escuché
exhalar un profundo gemido. Yo ya me había resignado ante la idea de no
disfrutar nunca más de esta preciosa vagina y me alegró enormemente poder estar
otra vez en su interior. Gradualmente fui aumentando el ritmo, haciéndola
gozar. Dio rienda suelta a sus gemidos que fueron más sinceros y sensuales que
nunca. Esta posición me encantaba, me permitía penetrarla profundamente sin
hacer demasiado esfuerzo y a la vez sentir su cálida piel contra la mía. Estuve
dándole varios minutos hasta que se transformó en una cogida salvaje, terminé
abriendo sus piernas y embistiéndola con potencia, haciendo que todo su cuerpo
se sacuda. Luego giramos en la cama, quedando yo boca arriba y ella me montó
como una yegua en celo. Por sus apasionados movimientos me di cuenta de que
intentaba recuperar el tiempo perdido, quería que esta cogida contara por todas
las que no habíamos tenido en estas últimas semanas. Su vagina desprendía
grandes cantidades de jugos que llenaban mi verga, yo la acompañaba con el
movimiento haciendo que las penetraciones fueran mucho más rápidas y continuas.
-
¡Así mi amor, así! – me dijo apretando sus tetas sin dejar de saltar.
No
sabía si lo de “mi amor” era la típica expresión de una madre a un hijo o si lo
decía por amor verdadero entre un hombre y una mujer, de todas formas me
entusiasmó tanto escucharlo que la apreté contra mi cuerpo y la besé locamente.
Seguimos cogiendo en esa posición por un tiempo y luego ella me preguntó:
-
¿Me vas a hacer la colita?
-
Obvio – le contesté sin dudarlo.
Bajó
de la cama y abrió la puerta de su ropero, sacó la botellita de aceite para
masajes que a mi tanto me gustaba. Me paré detrás de ella y la apoyé contra la
pared. Ella puso aceite en mi mano derecha y paró la colita. Comencé a
acariciarle entre las nalgas lubricando muy bien su trasero mientras ella hacía
lo mismo con mi verga. Le di besos en el cuello para relajarla y metí un dedo lentamente.
Estaba muy apretadito, casi como si nunca lo hubiera hecho por atrás. Moví el
dedo rápidamente preparándola para el sexo anal.
-
Metemela ahora – me pidió justo cuando estaba por introducir un segundo dedo.
-
Te va a doler – le advertí.
-
No me importa.
Se
puso en cuatro sobre la cama ofreciéndome toda su cola. Me daba un poco de
miedo lastimarla pero confiaba en ella, sin mucho preámbulo clavé mi glande en
su culito que se abrió al instante pero luego se cerró como un anillo alrededor
de mi pene. Ella grito fuerte, fue de puro dolor, instintivamente me sujetó una
mano, quedando apoyada sobre su codo izquierdo y las rodillas.
-
Metela… metela toda… sin miedo – hice mucha fuerza y mi verga se clavó hasta
más de la mitad, su culito estaba poco lubricado pero el aceite facilitó la
tarea - ¡Ooooooohhhhhhhhhhhhh! – gritó clavando sus uñas en mi mano, parecía
que sus ojos se iban a salir - ¡dame fuerte, partime al medio!
A
pesar de mi temor por lastimarla, obedecí. Introduje mi pene bruscamente hasta
el fondo y sin esperar a que reaccione, comencé a bombear con fuerza haciendo
que mi pene dilate su ano de forma imprevista. Sus gritos de dolor se mezclaban
con los de placer. El sentir su culito resistiéndose a mis penetraciones me
ponía aún más cachondo. Mi madre ya no pudo sostenerse más y cayó de cara sobre
la cama dejándome su colita bien levantada. Sus gemidos cambiaron radicalmente,
ahora parecían un murmullo agónico. Parecía una persona a punto de desmayarse,
ya estaba por detenerme pero escuché que dijo suavemente “Seguí, seguí” y así
lo hice. Hasta fui más duro con ella. Sacaba la verga hasta que parte del
glande podía verse y volvía a clavarla sin escalas hasta el fondo. Le di con
toda mi energía haciendo que su culito se estremezca hasta que ya no lo soporté
más. Llevaba casi una semana sin masturbarme siquiera, un record en mí, pero de
verdad no me sentía animado para hacerlo. Dejé salir días de acumulación
seminal. Creí que me iba a morir de placer, hasta sonreía cada vez que un
chorro de leche abandonaba mi pene con fuerza. En mi interior me decía “Que me
importa que sea el culito de mi madre” y la penetraba como si se tratase de una
puta callejera. Ella también tuvo un orgasmo lleno de juguito.
-
Ay siiii, llename toda – decía agónicamente y eso hacía yo, daba rienda suelta
a mi acabada sin sacarla – bautizame el culito mi amor, llenamelo de lechita. ¡Aaaaaahhhhhhh!
Cuando
mi orgasmo llegó a su fin saqué bruscamente el pene de esa cuevita. Lo que vi
me impactó y me excitó muchísimo. El culo de mi madre estalló en leche. Comenzó
a manar abundantes chorros de líquido blanco que caía sobre su conchita hasta
la cama, comenzó a pajearse energéticamente, los dedos se le llenaban de semen
y los introducía en su vagina. La visión era demasiado buena, no pude
resistirlo, en cuanto sacó los dedos de su sexo, la penetré hasta el fondo.
Soltó un fuerte grito pero pareció gustarle mucho. Me la cogí mientras mi
propio semen fluía cayendo sobre el pene y con éste lo metía de nuevo en el
interior de mi madre. Vi que se chupaba los dedos manchados de líquido blanco.
Quería reventarle la concha, pero a pesar de mi tremenda calentura mi pene
comenzó a decaer y ella lo notó.
-
Vení que te la chupo – me dijo.
Me
arrodillé frente a ella y comenzó a mamar de inmediato limpiando aún restos de
semen, era increíble verla en ese estado, la mujer dulce y alegre que conocía
como mi madre parecía haberse perdido, ahora mismo tenía delante a una candente
mujer que irradiaba lujuria.
-
Nunca nadie me había cogido de esa forma – me dijo sacando el pene de la boca
por pocos segundos – me encanta coger con vos – pasó la lengua alrededor de mi
glande – me importa un carajo que seas mi hijo – volvió a chupar decidida – te
prometo que ya no voy a dar más vueltas – metió la verga hasta el fondo de su
garganta y la sacó dejándola llena de saliva – desde ahora vas a poder cogerme
todos los días que quieras.
Esa
fue la alegría más grande de mi vida hasta el momento. Amaba a esa mujer y ya
me había resignado a la triste idea de no poder hacerle el amor. Esta vez
quería ser más cariñoso con ella, le acaricié el cabello con delicadeza, de a
poco ella también se fue amansando y su fuertes chupadas se convirtieron en
cariñosas lamidas. Recorría mi miembro partiendo desde la base de los huevos
hasta la punta del glande. De más está decir que ya la tenía tan tiesa como
antes. Se tiró boca arriba en la cama y abrió su conchita para mí. Aún podía
ver la mezcla de fluidos que abarcaban toda su parte baja, hasta chorreaban por
sus piernas.
-
Te voy a coger todos los días – le dije reclinándome sobre ella y metiendo
suavemente la verga en su vagina.
Nos
besamos mientras lo hacíamos con calma, con movimientos lentos pero
extremadamente sensuales, el contraste era enorme, hacía un rato nomás
estuvimos matándonos como animales y ahora nos demostrábamos nuestro amor como
si fuéramos novios de toda la vida.
-
No sabés lo difíciles que fueron estos días para mí – me susurró al oído
mientras yo bombeaba lentamente.
-
Lo sé muy bien, para mí también fueron un infierno.
-
En este momento ya no me importan los prejuicios sociales… y si tengo que ser
mujer de un solo hombre, prefiero que ese hombre seas vos – volvimos a besarnos
apasionadamente.
Nuestra
vida dio un salto radical a partir de esa noche. Pasamos casi una semana sin
ver a nadie, ni siquiera a nuestros mejores amigos, queríamos recuperar el
tiempo perdido. Hacíamos el amor a cada rato, en cualquier lugar de la casa,
manteníamos siempre las puertas y ventanas bien cerradas, nuestro hogar se
transformó en un búnker sexual. Dimos rienda suelta a nuestros más profundos
sentimientos. Para muchos podrá parecer una completa locura que una madre y su
hijo hicieran esas cosas, pero era lo que más nos hacía felices en el mundo y
sólo eso nos importaba.
Teníamos
cenas románticas, con música suave y todo. Ella usaba sus vestidos más hermosos
para mí, se maquillaba sutilmente, era una mujer realmente preciosa y cada vez
que la veía me preguntaba cómo una mujer así podría estar tan interesada en mí.
Yo que siempre había odiado la vestimenta elegante, ahora usaba hasta corbata
para cenar con ella, parecía un juego estúpido y a veces nos reíamos, pero era
nuestro juego. Enfermizo sí, pero alimentaba nuestro corazón con hermosos
sentimientos.
Una
noche ella llevaba puesto un hermoso vestido azul eléctrico que se le ceñía al
cuerpo y los tacos altos estilizaban mucho su figura. Era la mujer que
acapararía todas las miradas en una fiesta y era mí mujer. Estábamos bailando
cuando la situación comenzó a ponerse candente, nuestros besos y toqueteos eran
cada vez más frecuentes, yo ya no podía disimular mi erección.
-
Vamos a nuestro cuarto – dijo tomándome de la mano.
-
¿Nuestro? – pregunté intrigado.
-
Ah sí. De ahora en más vamos a dormir juntos… como una pareja debe hacer.
Se
me puso la piel de gallina de alegría, sabía que todo esto era una locura, pero
qué feliz me hacía.
Fin del Capítulo 4
Continúa en el Capítulo 5
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