Capítulo 5
Me quería
morir. Esta vez más que nunca. ¡No podía ser! ¿Cómo fui tan estúpida? Supongo
que envié el video a la última persona que me escribió y como una estúpida creí
que se trataba de Lara. Hubiera preferido que ese video le llegara a mi madre
antes que a la Hermana Anabella. Ya estaba pensando de qué forma me mataría,
pero primero debía pedir disculpas, aunque fuera un gesto inútil. Escribí
apresurada pero intentando ser lo más clara posible:
~ ¡PERDON! ¡Le pido mil disculpas
Hermana Anabella! Créame por favor. Fue un error, una equivocación. No estaba
pensando claramente. Estaba completamente borracha y confundí el destinatario.
Estoy siendo sincera. Quería enviar ese inmundo video a mi amiga, ahora me
arrepiento por eso y me arrepiento el doble por habérselo enviado a usted. Sé
que no hay forma de que me perdone, pero al menos quería que lo supiera. Fue
una gran equivocación.
Releí el
mensaje antes de enviarlo y corregí los errores, esta vez quería hacer las
cosas bien, aunque me temblaran las manos. Quería llorar. Me odiaba a mí misma,
todo esto echaba por el caño mi noche de lujuria, ahora me arrepentía
enormemente de todo, me sentía sucia, de cuerpo y alma. Envié el mensaje y
arrojé el celular sobre la cama. Corrí al baño a darme una ducha. Ni siquiera
esperé a que el agua comience a salir tibia, me metí bajo la lluvia fría
rogando que eso al menos me limpiara el exterior y parte del espíritu. Me sentía
una idiota total. Le di un golpe a la pared y los nudillos me quedaron rojos y
adoloridos. Quería gritar. Me arrodillé en el suelo y agarré mi cabeza
estrujándome el cabello con los dedos. Me quedé en esa posición intentando
apartar todo lo malo que había hecho.
El agua
tibia hizo un milagro en mí. Logró serenarme mucho y de a poco fui pensando con
más claridad. No podía decir que todo lo que hice en la noche fue producto del
desenfreno. No, para nada. Había planeado todo, yo quería que cada una de esas
cosas ocurriera, mi único error fue confundir el destinatario del mensaje.
Porque si se lo hubiera enviado a Lara, como debía ser, no estaría arrepentida.
De nada. Ni siquiera de haber tenido sexo con una desconocida, así que debía
ver las cosas como eran, sólo debía sentirme mal por lo que le hice a Anabella,
nada más. De lo contrario me volvería loca.
Envuelta en
una toalla volví a mi cama, las sábanas eran una mugre. Estaban todas húmedas.
Vi que había recibido un nuevo mensaje. Al principio no me animé a leerlo, pero
tenía que ser fuerte y enfrentar mis problemas.
~ Ya me parecía. Pero eso no quita la mala
acción. Tampoco creo que debas culpar al alcohol. Entiendo que me llegó a mí
por un simple error al presionar botones, pero de todas formas tenías
intenciones de enviar esas cosas. Yo no puedo perdonarte porque no soy quién
para juzgarte. Si buscás perdón te sugiero que lo hagas mediante la confesión.
Al menos puedo decirte, para que no te sientas tan mal, no estoy enojada con
vos. Hagamos de cuenta que esto nunca ocurrió. Te espero esta tarde, así vamos
a poder charlar más tranquilas.
El alma me
volvió al cuerpo. Esta mujer era una santa, otra monja me hubiera mandado a la
hoguera. Le aseguré que iría esa tarde a verla, aunque en realidad me muriera
de la vergüenza. No dije nada sobre la confesión ya que últimamente no veía a
la iglesia como una ayuda, aunque a veces mi temor a Dios me hiciera opinar
diferente. No me animaría a contarle eso a un cura, jamás. Aunque él fuera los
oídos del mismísimo Dios.
Esa tarde
fui en el auto hasta la Universidad. En realidad entré por la capilla
manteniendo la cabeza gacha temerosa de la mirada acusadora de los santos,
vírgenes y del mismo Jesucristo. Enfilé directo hacia los aposentos de Anabella
ignorando a casi todos los que me crucé en el camino. Sólo saludé a Tatiana,
pude verla a lo lejos entrando a un aula cargando un balde y un trapeador. Me
dio un poco de lástima que la chica tuviera que hacer esos trabajos, más un día
domingo. Pero ella parecía tomárselo con naturalidad y me saludó con una
sonrisa. Al fin y al cabo era un trabajo digno y una forma de pago hacia la
absurda cuota mensual de la Universidad. Ya había chequeado el monto y hasta a
mí me pareció una locura total. No sabía cómo tanta gente podía costearla.
Anabella me
recibió con una sonrisa. Iba enfundada en sus hábitos y volví a verla como si
se tratase de una viejita caderona. Estuve a punto de arrodillarme ante a ella
y suplicarle que me perdone por todo pero en ese momento me dijo:
- Ni se te
ocurra empezar a disculparte otra vez, ya te dije que para mí es como si no
hubiese pasado nada – asentí con la cabeza.
Ya
instaladas, con mate de por medio, retomamos la charla desde el punto en que la
habíamos dejado. No quería hablar sobre el incidente con el video y me alegraba
que ella tampoco quisiera hacerlo.
- Me ibas a
contar por qué fue que decidiste ser monja a tan temprana edad.
- Ah sí.
Primero te aclaro que muchas Hermanas comenzaron con su servicio al señor a
edad muy temprana. Eso de que las monjas nacen viejas es un mito, aunque tengo
mis sospechas sobre Francisca, la Madre Superiora. Creo que ella si nació tal
cual está ahora – me reí por su comentario – lo cierto es que, como te dije
antes, mi historia es muy triste y no quisiera amargarte el día.
- Mi día ya
se amargó desde temprano, por mi culpa. Así que podés contarme con confianza.
- Está bien.
En mi vida ocurrió algo muy feo hace diez años. Ahora me siento mucho mejor y
puedo hablar del tema sin entristecerme demasiado. Lo acepté como algo que
ocurrió y aprendí a vivir con ello, gracias a la ayuda del Señor – hizo una
pausa para tomar el mate y arrojó la bomba – fui violada por un hombre cuando
tenía 18 años. Fue algo muy feo e impactante. Me maltrató y me golpeó mucho. Quedé
destruida física y emocionalmente. Para colmo provengo de un pueblito chiquito
y todo el mundo sabía lo que me ocurrió, hasta sabían quién era el violador,
pero nadie hizo nada. Absolutamente nada. Por miedo. El hombre era peligroso e
iba armado casi siempre. Un tipo de campo, bien rudo y brabucón que se creía el
dueño del mundo.
- Que triste
– se me llenaron los ojos de lágrimas de sólo imaginarme la situación – yo pasé
por algo parecido, ni de cerca es tan trágico como lo tuyo, pero también me
sentí abusada y ultrajada por un chico que se aprovechó de mi ingenuidad.
Anabella me
tomó de la mano, la suya era muy suave y tenía los dedos fríos como teta de
monja. No es que yo le haya tocado una teta a una monja, sólo era un dicho
popular. Si ya se… mi cerebro a veces salta para el lado equivocado, es como
una defensa personal ante los momentos tristes.
- Te
entiendo Lucrecia, puede que eso mismo repercuta hoy en día en tu vida y te
lleve a actuar de forma inapropiada – asentí con la cabeza – pero eso no fue
todo lo que me ocurrió. Dos meses después, mientras me reponía de mis heridas y
temía salir a la calle, mi padre falleció en un accidente de auto, en la ruta.
Me quedé
helada. Pobre chica, en dos meses se le había ido la vida al caño. Yo
estaba más triste que ella. No pude
soportarlo, me puse de pie y la abracé fuerte. Mi maldito instinto lésbico
reaccionó al instante, aunque yo no quisiera. Pude adivinar sus curvas bajo
toda esa ropa, sus senos parecían grandes y firmes, ella se puso de pie para devolverme
el abrazo.
- Gracias
Lucrecia, no sabés cuánto bien me hace esto.
La pobre
chica debía estar más sola que Hitler en Janucá. Froté su espalda con ambas
manos, al no tener delimitación en la ropa cometí el error de bajar demasiado.
Sentí una redonda nalga contra mi palma, para colmo estaba apretando con
firmeza. Ella dio un respingo pero no me dijo nada, no sabía qué hacer. Decidí
no moverme muy rápido y retirar la manos suavemente. Haría de cuenta que nada
pasó, a menos que ella se quejara. La liberé de mis peligrosos brazos y volví a
mi asiento. Ella hizo lo mismo, me miró con la misma sonrisa de siempre.
- Ni me
puedo imaginar cómo habrás reaccionado con mi mensaje – decidí sacar el tema
para zanjarlo de una vez.
- La verdad
es que al principio no entendí nada. La imagen se movía para todos lados y se
escuchaban ruidos raros, pero de pronto supe que era… bueno. Vi de qué se
trataba.
- ¿Y qué
hiciste? – estaba muy nerviosa.
- Detuve el
video y lo borré de inmediato. Tengo que admitir que me enojé y ofendí mucho.
Pero luego lo pensé con más claridad. Lo más lógico era suponer que te habías
confundido.
- Y así fue…
creeme. Era para mi amiga.
- ¿Esa amiga
con la que pasaron cosas? No entiendo cómo es que llegaste a tanto Lucrecia.
- Si, esa
misma amiga. Yo tampoco lo entiendo, pero fue una serie de procesos que no pude
controlar, por eso quería hablar con vos la última vez, quería saber cómo hacés
para controlarte. Aunque ahora ya es muy tarde para eso.
- ¿Cómo hago
para controlar qué? – o era tan ingenua como yo solía serlo o me estaba
probando.
- Cómo hacés
para… - tragué saliva – para no masturbarte – me miró con los ojos abiertos al
máximo. Noté que eran de un color extraño, como ámbar – no me malinterpretes,
pero sé que ustedes tienen que mantener la abstinencia sexual y no creo que lo
hagan sólo por milagro del cielo, debe haber un método.
- De hecho
lo hay. Es rezar mucho y servir a Dios.
- No te
ofendas Anabella, pero yo hice eso mismo y sin embargo ahora no puedo parar de…
- me quedé muda – bueno, ya sabés – noté que la estaba poniendo muy incómoda,
ya ni cebaba mates.
- Este es un
tema muy delicado, no sé si estoy preparada para hablar de esto.
- Es que sos
la única con la que puedo hablarlo, a no ser que quieras que le pregunte a Sor
Francisca si se masturba o no. Ahí si la termino de matar a la pobre viejita –
no pudo evitar reírse, aunque se cubrió la boca.
- Mejor te
mantenemos alejada de ella – suspiró – ¡Ay Lucrecia! – me miró como si yo fuera
la mismísima Lucrecia Borgia – me llevás por un terreno sumamente difícil. Pero
es mi deber responder con la verdad. Sólo quiero que prometas que no vas a
hablar de esto con nadie – se lo prometí de corazón – lo cierto es que yo sigo
siendo mujer, por más hábitos que me ponga. No te voy a mentir, a veces es
sumamente difícil resistir a la tentación, pero por lo general suelo mantenerme
fuerte. De verdad que rezar me ayuda mucho. Puedo pasar meses sin siquiera
pensar en el tema, pero a veces el cuerpo se acuerda que también fui hecha con
órganos sexuales – intenté imaginar cómo sería su vagina, pero esto era muy
sucio, decidí evitar pensar en eso, volvió a tomarme de las manos – a veces
caigo en la tentación y lo hago.
- ¿Lo hacés
hasta terminar o te da culpa? – el corazón me latía muy rápido, no podía aparar
la mirada de sus ojitos.
- Si empiezo
lo hago hasta el final, porque sé que si me detengo es peor, luego las ganas
vuelven más rápido. Al menos al quedar… satisfecha ya puedo olvidarme del tema
por varios días. Aunque la culpa está latente – la imaginé tendida en su cama,
vistiendo los hábitos y hundiendo la mano en su entrepierna, noté que me estaba
mojando – cuando eso ocurre me confieso.
- ¿Le contás
al cura que te masturbaste? – ella apretó mi mano al escuchar esa palabra
prohibida. Me refiero a “masturbarse” porque a los curas sólo los evitaba yo.
- No con
esas palabras. Sólo le digo que caí en la tentación, supongo que él sabe a qué
me refiero. Debe saberlo porque la Penitencia suele ser severa. Aunque la
cumplo al pie de la letra.
- Yo también
sentía mucha culpa al hacerlo, pero anoche no lo sentí así. Me dije a mi misma
que algo tan bonito y placentero no podía ser pecado. Nadie sale lastimado y
hasta me siento mejor física y anímicamente.
- No digo
que sea pecado hacerlo, siempre y cuando se lo haga con moderación… y no a tu
ritmo actual – palazo en la nuca para la pobre Lucrecia – pero yo tengo un voto
de castidad que debo cumplir.
- Claro, eso
lo entiendo perfectamente. Pero yo veo por “castidad” el no tener relaciones
sexuales con otras personas. Al menos debería permitirse la autosatisfacción.
- La
autosatisfacción – esa palabra le gustó más – también es un acto sexual. Es
tener sexo con uno mismo.
Pasé mi mano
libre por mi entrepierna. Me estaba calentando. Por suerte ella no podía verme,
la mesa me cubría. El pantalón blanco que tenía puesto era de tela liviana, por
lo que mis toqueteos se sentían perfectamente.
- Y cuando
lo hacés… ¿cómo lo hacés?
- Esa
pregunta es un poquito personal Lucrecia ¿no te parece?
- Si,
perdón. Tenés razón – que estúpida que fui – podés decirme Lucre.
- No,
prefiero llamar a la gente por su nombre completo. Eso quiere decir que no me
gusta que me digan Ana – asentí – Supongo que lo hago como lo hace cualquier
otra mujer – respondió a mi pregunta de todos modos – esas cosas se hacen por
instinto, no es que alguien tiene que venir a explicarte.
- De hecho
se puede aprender más, cuando yo estuve con una amiga… ella me enseñó a tocar
de forma más delicada y midiendo mejor los tiempos. La idea es esperar a estar
bien lubricada para no hacerse daño y estimular la zona del clítoris – eso
mismo estaba haciendo debajo de la mesa – no recurrir tanto a la introducción
de dedos, al menos no al principio – Anabella estaba pálida como la luz de
Cristo.
- Gracias
por los consejos Lucrecia. Pero ¿te puedo pedir un favor?
- El que
quieras.
- Poné las
dos manos sobre la mesa, me estás poniendo un poco incómoda.
Ok, ya está.
¿Cuál era la forma más rápida y dolorosa de matarse? No podía ser que siempre
me meta en estos quilombos. Tenía que terminar con mi miseria, pero ya. Lo peor
es que no se me ocurría nada, ni siquiera arrojándome por la ventana me
mataría, sólo haría enojar más a Anabella por romper sus bonitos cristales.
Puse la mano del pecado suavemente sobre la mesa y me sonrojé al máximo. Bajé
la mirada y quise soltar su mano, pero ella no me lo permitió.
- No llores
– me dijo con su dulce vocecita. ¿Esta chica jamás se enojaba? Ni siquiera me
había dado cuenta de que estaba llorando.
- Perdón,
soy una completa estúpida – limpié mis lágrimas con una servilleta.
- No sos
estúpida. Al contrario, sos muy inteligente. Desde que empecé a hablar con vos
me di cuenta de que a veces decís grandes verdades, por más que te equivoques,
como todo el mundo.
- Pero… pero
cómo me voy a poner así justamente frente a vos. No pienses que me excito con
vos, es que… la conversación… y las cosas que hice… me acordé de todo… -
intenté quedarme callada para no decir más estupideces.
- Ya, ya. Ya
pasó – me dio unos golpecitos suaves en la mano – entiendo que es por la
conversación, a mí me pasa lo mismo – la miré sorprendida – si Lucrecia, no te
puedo negar que tocar estos temas tiene repercusiones en mi cuerpo, pero yo sé
disimularlas, vos podrías aprender a hacer lo mismo.
- Para vos
es más fácil, estás vestida con cuarenta kilos de ropa.
- De hecho
no es tanta, estos días de calor sólo uso el hábito y ropa interior. Pero no se
lo digas a nadie – me guiñó un ojo, no sabía que las monjas supieran hacer eso.
Basta
Lucrecia, dejá de imaginar a la monjita en calzones. Ella te está hablando de
buena fe, no para que te pongas cachonda.
- Ah, pensé
que debían usar alguna ropa especial debajo de eso.
- Por lo
general usamos nuestra ropa normal debajo, pero hoy hacía demasiado calor y me
gusta llevar mis hábitos. Me siento protegida con ellos.
- Claro,
¿quién se va a meter con una monjita tan astuta como vos? – me sonrió – Dejame
decirte una cosa, como amiga. No deberías sentirte tan culpable por… por masturbarte
– lo dije susurrando en complicidad – no creo que Dios se ofenda por eso, no
estás haciendo mal a nadie.
- Agradezco
tus palabras pero prefiero mantener mis votos. Al menos mantenerlos lo mejor
que pueda. La confesión limpia todos los pecados pero tampoco quiero abusar de
la bondad del Señor.
Miré la hora
y vi que ya eran las 6:20 de la tarde. Sabía muy bien que a las 7 comenzaba
otra misa y seguramente Anabella tendría cosas que hacer. Me despedí de ella
amablemente y le prometí visitarla pronto. Me despidió con un cálido beso en la
mejilla.
Caminé por
los pasillos de la escuela y crucé hacia la Universidad, no estaba pensando muy
claramente, no podía quitarme de la cabeza lo hablado con Anabella. En ese
momento vi a alguien que no esperaba en absoluto. Parada frente a mí, con una
amplia sonrisa, estaba Lara.
- ¡Al fin te
encuentro che! – me dijo.
- Lara ¿Qué
hacés acá? – tuve que repasar mentalmente los días, tal vez mi cerebro había
colapsado y ya era lunes.
- Te estaba
buscando.
- ¿Y cómo
sabías que estaba acá?
- Me lo dijo
Tatiana, que te vio entrando. ¿A qué viniste?
- A
conversar con una monjita amiga – me miró como si yo fuera de otro planeta, de
uno en el cual la gente sobrevivía a base de ostias y vino tinto - ¿no puedo
tener una amiga que sea monja?
- ¿Eh? Sí,
sí. Claro que sí. Perdón, hasta yo debo haber hablado con algún rabino… alguna
vez – se quedó en silencio unos segundos - es que estoy nerviosa, necesito
hablar con vos de algo muy importante – de pronto recordé por qué estaba
esquivando a Lara.
- Te escucho
– miró para todos lados y cuando vio que estábamos completamente solas habló.
- Es sobre
lo que pasó la otra noche. Estuve pensando mucho al respecto. Mucho en serio.
No creas que me tomé a la ligera lo que pasó y todo lo que me dijiste. Y decidí
una cosa.
- ¿Qué decidiste?
– pregunté temerosa.
- Que quiero
probar. Quiero saber qué se siente, porque al igual que a vos, creo que me está
gustando todo esto de… de las mujeres.
- ¿De verdad
lo decís? – abrí grande los ojos, yo aún estaba mojada por los toqueteos en el
cuarto de Anabella.
- Sí, de
verdad. No creo que haga falta decirte que quiero probar con vos, no lo haría
con otra – me conmovió tanto que la abracé.
- Solamente
decime dónde y cuándo – estaba feliz.
- Acá y
ahora.
- ¿Qué,
estás loca?
- No más
loca que vos. Seguime.
Caminamos a
paso ligero hasta lo que yo sabía eran los baños. Entramos al de mujeres,
estaba completamente vació. Agradecí que fuera domingo. Tomé a Lara por la
cintura y la besé en la boca, ella respondió sin problemas, nuestros labios se
masajearon mutuamente. Me encantaba besar mujeres, ya no podía negarlo.
- Vamos –
dijo Lara señalando uno de los cubículos del baño – no quiero perder tiempo, no
quiero otra interrupción.
Me recordó a
mi actitud la noche anterior con esa chica desconocida. Estaba sumamente
ansiosa porque esta vez no había alcohol de por medio. Intenté no pensar más de
la cuenta. Mi amiga me empujó dentro, ella estaba más impaciente que yo, me dio
un poco de gracia verla así. Quedé de espaldas a Lara y me tomó por sorpresa, ni
bien cerró la puerta del cubículo se agachó y me bajó los pantalones, junto con
la bombacha, hasta las rodillas. Casi al instante sentí su cara entre mis
nalgas desnudas, no pensé que todo ocurriría tan rápido, debido a que ya estaba
muy excitada, todos esos actos impulsivos me pusieron como loca. Me apoyé de
manos contra la pared separando las piernas tanto como pude e intentando dejar
el inodoro entre ellas.
Lara no
perdió ni un segundo, su boca abarcó la mitad de mi vagina y la chupó, luego le
pasó la lengua saboreando mis jugos. Mi almejita debía estar muy cargada de
aromas sexuales, me encendía el pensar que Lara los estaba disfrutando, aunque
no pudiera ver su rostro. Paré más la colita y la chica se prendió a mi vulva
con la misma intensidad con la cual yo lo había hecho con la suya, o con la de
la chica desconocida en el boliche. Ahora Lara actuaba con firmeza y seguridad.
Me agarró de las nalgas con ambas manos y sentí unos intensos chupones en el
centro de mi vagina.
Pasado un
rato se las ingenió para meterme dos dedos sin dejar de lamerme, no pude evitar
gemir de gusto. Todo esto era demasiado bueno. Sus dedos danzaban en mi
interior buscando cada punto sensible. De pronto recordé lo que la chica del
bar había hecho, me mordí el labio inferior, me di cuenta que tenía ganas de
probar eso una vez más.
- Meteme… -
no me animaba a pedírselo – meteme los dedos en la cola – si con eso no la
espantaba, no lo haría más.
- ¿Estás
segura?
- Sí,
segura.
Tuvo la
gentileza de humedecer mi ano usando mis propios flujos vaginales y pocos
segundos después sentí ese rico ardor en mi agujerito trasero. Lo fue metiendo
de a poquito, dándole tiempo a mi colita a acostumbrarse, en todo ese rato no
dejó de lamerme, pudo ponerse debajo de mi vagina, allí encontró mi clítoris.
Lara tenía talento. Me estaba haciendo gozar como nunca.
Cada vez que
hundía su índice en mi ano me hacía suspirar, aunque me doliera y ardiera, me
producía mucho morbo, me sorprendía que me agradara tanto. Nunca había siquiera
fantaseado con esto, pero lo estaba disfrutando, aunque podía soportarlo sólo
por un tiempo. Di media vuelta obligándola a quitar el dedo, pero estaba lejos de
quedar satisfecha. Le sonreí, se veía tan linda de rodillas ante mí. Me quité
el pantalón y me senté sobre el inodoro abriendo las piernas.
Separó un
poco mis labios vaginales al pasar su lengua entre ellos, apreté su cabeza
hacia abajo y me dejé llevar por el placer. ¡Mi mejor amiga me la estaba
chupando! Todavía no podía creerlo. Mi respiración se estaba agitando, cada vez
me costaba más reprimir mis gemidos. En ese preciso momento escuchamos ruidos
dentro del baño, parecían dos chicas que venían conversando, posiblemente
venían a la misa de las 19 horas. Me espanté. Una de ellas intentó abrir la
puerta del cubículo, por suerte Lara había colocado la traba.
- ¡Ocupado!
– Grité – Ahhhhhhhhhhh – Lara me estaba chupando el clítoris intensamente.
- ¡Uy,
perdón! – Dijo una chica con una voz suave, volví a gemir, mi amiga no dejaba
mi vagina en paz - ¿Estás bien?
- Vamos Sami
– dijo una segunda voz femenina.
Estaba tan
excitada que no podía parar de gemir, me di cuenta que me producía mucho morbo
el que me escucharan, además no me conocían y no podían verme. El cubículo del
baño no era de esos que dejan ver los pies, este cubría todo por completo.
- Vamos te
digo – insistió la segunda voz.
- Pero algo
le pasa a la chica. ¿Flaca, estás bien?
- Estoy
excelenteeeeee, ahhhh – di una suave patada a una de las paredes mientras mi
amiga me metía la lengua, todo esto me causaba mucha gracia, la calentura me
desinhibía. Se ve que a Lara le pasaba lo mismo porque también gemía, aunque
tuviera la boca ocupada.
- Vamos
Sami, ¿no te das cuenta? Dejémoslas solas – insistió la segunda chica.
- ¿Solas?
- Son dos
lesbianas boluda – intentaba hablar en voz baja pero podía escucharlas
perfectamente.
- ¡Soy
bisexual! – gritar eso fue un alivio, fue mi primera aceptación real de mis
preferencias sexuales. De hoy en más me consideraría bisexual.
- ¿Dos
chicas? – la primer chica parecía confundida, se quedó en silencio unos
segundos - ¿Cómo te llamas flaca? – me extrañó que me preguntara eso, tal vez
quería acusarme con la Madre Superiora. No le diría mi nombre.
- Eso no te
va a importar mientras te la esté chupando hermosa – Lara se rio por mi
atrevida contestación, ni yo lo podía creer.
- Vamos
Sami, o te dejo acá.
- Esperá –
dijo Sami.
- ¿Qué
hacés, dale vamos? Apurate.
Mi calentura
era brutal, ya gemía sin limitarme, tuve un orgasmo que me nubló aún más el
buen juicio.
- ¡Ay si, chupamela
toda divina! Comemela.
No lo decía
sólo para Lara, quería que las otras chicas también escucharan. Jamás me había
atrevido a decir semejantes cosas pero el mantenerme anónima me lo dejaba mucho
más fácil. Escuché a las chicas saliendo del baño y empecé a reírme.
- ¿Vos estás
loca? – me dijo Lara poniéndose de pie.
- ¿Me vas a
decir que a no te gustó?
- Me
encantó, me calenté muchísimo. ¡Mal!
En eso
miramos al piso y vimos una tarjetita blanca que antes no estaba allí. Al
parecer una de las chicas la había deslizado por debajo de la puerta. Lara la
recogió y me la alcanzó:
- Al parecer
tenés una nueva admiradora.
Escrito con
tinta roja en la tarjeta podía leerse: “Llamame” a esto le seguía un número de
teléfono, estaba firmada por Samantha. Me dio otro ataque de risita nerviosa.
No pensaba llamarla pero igual conservé la tarjeta, para recordar el buen
momento. Vi que Lara se estaba desprendiendo el botón del pantalón, estaba
decida a seguir, me encantó que estuviera tan segura, yo también lo estaba. Ya
no podía negar que me gustaban las mujeres. Al menos para tener sexo.
Disfrutaría de esto hasta que llegara el hombre de mi vida y tal vez ahí ya no
me haría falta acostarme con mujeres.
- No, esperá
– le dije – vamos a hacerlo bien, como se debe. ¿Estás lista para llevar esta
amistad a un nivel superior? – una amplia sonrisa se dibujó con sus preciosos
labios.
- Si, lista
y ansiosa.
Salimos de
la Universidad tomadas de la mano, casi corriendo. Subimos a mi auto. Conduje
directamente hasta mi casa mientras íbamos charlando.
- Amiga,
perdoname por actuar tan rara, es que tenía muchas dudas – me dijo.
- No te
preocupes Lara, de hecho te decidiste mucho más rápido que yo. Tuve las mismas
dudas. Sé lo difícil que puede ser y te digo que todavía tengo mis miedos, pero
al menos estoy mucho más tranquila.
Llegamos a
mi casa y saludamos a mi mamá. Al vernos pasó de largo con su acostumbrada cara
de perro rabioso y apenas si gruñó para saludarnos. Se ve que ya se había
olvidado del favor que Lara le hizo al conseguirle su bendito salón de fiestas.
- No te
preocupes Lara, es común que esté de mal humor. No te lo tomes en serio.
- Todo bien,
no pasa nada – en ese momento pasamos frente al cuarto de mi hermana, ella
estaba cambiando las sábanas de su cama, Lara se detuvo en seco al verla –
Abigail – dijo en voz baja.
- Ah sí, mi
hermanita – mi amiga tenía la vista clavada en ella - ¡Hey no la mires tanto!
- ¿Celosa? –
Preguntó sin dejar de mirarla – es muy linda.
- No estoy
celosa – mentí – sí, es muy bonita – tuve que tirar del brazo de Lara para que
me siguiera – pero vos viniste conmigo - entramos a mi cuarto riéndonos -
¿Cuándo te dije el nombre de mi hermana?
- Me lo
dijiste una vez, es un nombre raro pero fácil de recordad. ¿Por qué preguntás?
- Es que yo
no hablo mucho de ella.
- ¿No se
llevan bien?
- Nos
llevamos poco, o sea, nunca peleamos ni nada, pero ella está un poco… loquita.
Es una chica bastante rara.
- ¿Rara como
lesbiana?
- ¡No
tarada! Abigail está loca en serio, va al psicólogo y todo.
- No hace
falta estar loca para ir a un psicólogo.
- Si ya sé.
Yo también fui a uno.
- Pero vos
sí estás loca Lucre.
- ¡Te voy a
matar! – la agarré de los pelos y nos tiramos sobre la cama, estaba tan linda
que la besé en la boca – yo podré estar un poquito loca, pero ella está loca en
serio. Me refiero a una locura clínica.
- ¿Es
peligrosa?
- No para
nada, de hecho es súper simpática y divertida. Pero puede tener ideas muy
extrañas. Una vez llegó con el pelo teñido de fucsia. Decía que quería ser un
muñequito Troll – las dos nos reímos.
- Son lindos
esos muñequitos.
- Yo los
odio, pero Abi los ama. Mi mamá se enojó mucho cuando le vio el pelo así, la
hizo teñir otra vez con su color natural.
- Pobrecita.
¿Era muy chica?
- Me dio
mucha pena. Ella lloró mucho. No era más chica de lo que es ahora, esto pasó el
mes pasado. Mi mamá es muy estricta, más cuando se trata de nuestra apariencia,
yo siempre quise tener el pelo negro pero ella no me deja.
- Pero vos
ya sos grandecita – me dio otro besito – te quedaría hermoso el pelo negro. No
tanto como a mí, obvio – dijo en tono burlón – pero sí te quedaría muy bien.
- Vos sos la
más hermosa Lara – de verdad me gustaba esta chica, volví a besarla – sacate
toda la ropa.
- Si
señorita.
Nos
desnudamos por completo, ya no había pudor entre nosotras. Le hice señas para
que me acompañara al baño. Abrí la ducha y en cuanto el agua salió tibia, nos
metimos debajo. Acaricié su cuerpo mojado, tenía una figura admirable y la piel
sumamente suave. Todo cuanto deseaba era sentir su cuerpo contra el mío. La
abracé, nuestros pechos se acariciaron mutuamente, mi pierna izquierda se
deslizó entre las suyas y nos fundimos en un romántico beso, como ella es algo
más baja que yo se vio obligada a inclinar la cabeza hacia atrás. Mi corazón
daba martillazos pausados pero enérgicos. Sus labios mojados por el agua
estaban más suaves y delicados que nunca. Pasé mis manos por sus redondas
nalgas y busqué su vagina. La acaricié con suavidad, podía sentir cómo el agua
de la ducha lavaba sus fluidos.
- Que bien
besás Lucre – me dijo en voz baja cuando separamos nuestras bocas. Era la
segunda mujer que me decía eso y me sentí muy bien, aunque tampoco permitiría
que mi ego se disparara hacia las nubes.
- Y vos la…
la chupás muy pero muy bien – era totalmente cierto – me encantó como lo
hiciste.
- ¿Me harías
lo mismo? – las dos sonreímos.
- Obvio. Me
muero de ganas.
Bajamos
lentamente hasta el piso, ella se acostó boca arriba dejando que la tibieza del
agua salpicara por todo su hermoso cuerpito. Pasé mi lengua por su boca y fui
lamiéndola por todos lados, seguí por el cuello y cuando llegué a sus tetas me
detuve allí. Jugué con los pezones dentro de mi boca, dibujé círculos alrededor
de ellos con la punta de mi lengua y los chupé mientras apretaba sus senos
hasta deformarlos todos.
En su
vientre también me quedé un buen rato, era suave y plano, parecía una planicie
que se conectaba a lo lejos con un monte, el llamado monte de venus y hacia
allí viajaba yo. Cuando llegué a él, lo besé. Separé sus piernas lentamente sin
dejar de lamerle la cara interna de los muslos y cuando tuve el acceso libre
fui directamente a su clítoris, quise tomarla por sorpresa, dejé mi delicadeza
de lado y empecé a chupárselo intensamente. Ella soltó un fuerte gemido y
arqueó la espalda, apreté sus tetas y succioné tanto como pude. Lara se
retorcía de placer.
- ¡Te quiero
Lucre! ¡Te quiero! – me dijo entre jadeos.
Me conmovió
muchísimo, pero no dejé de comerle la vagina. La lamí por todos los rincones y
chupé sus delgados labios estirándolos hasta donde se pudo. Aumenté la
intensidad de mis chupadas para demostrarle cuánto me gustó lo que dijo. Vi el
agujerito de su culito y no aguanté la tentación, quería probarlo. Comencé a
lamerlo y pude escuchar su risa.
- Ay, me
hacés cosquillas – se sacudió sin dejar de reírse – Ay no, pará.
- ¿Te
molesta?
- No sé. Se
siente raro.
- ¿Te
molestó que te haya pedido que me metieras los dedos por atrás?
- No, para
nada. Si a vos te gusta no tengo drama. Haría cualquier cosa que te guste – me
lancé sobre ella y la besé locamente.
- Te quiero
nena – le dije mirándola a los ojos - ¿De verdad harías algo así sólo porque a
mí me gusta?
- Obvio.
¿Querés que te haga algo?
- Quiero que
me lo chupes – de verdad me moría de curiosidad, quería sentir su lengua ahí
atrás.
- Ponete
arriba mío.
Así lo hice,
me puse en cuclillas dejando mi cola sobre su cara, parecía una rana. Cerré los
ojos y disfruté del agua cayendo sobre mi rostro y todo mi cuerpo. Me sobé los
pechos y sentí un cosquilleo en la colita, era su lengua. Me estaba lamiendo.
No dudaba en sus movimientos. Lo hacía como si se tratase de mi vagina. Me
encantaba. Esto era perverso y sucio, hasta me avergonzaba estar mostrando a
otra persona mis más bajos instintos sexuales, pero como se trataba de Lara no
me importaba que ella supiera cuáles eran mis placeres, con ella me sentía
cómoda. Comenzó a chuparme con fuerza, tuve que empezar a masturbarme, estaba
tremendamente excitada. Sentí uno de sus dedos y me levanté un poco. Me lo
metió provocándome ese dulce dolor anal. Me incliné u poco hacia adelante para
que ella pudiera chuparme la vagina. Se prendió a mi clítoris sin dejar de
penetrarme por atrás con su dedo mayor. Levanté sus piernas y me zambullí en su
almejita. Quedamos chupándonos mutuamente. Luego de un rato pasé mi dedo índice
sobre su asterisco, acariciándolo suavemente.
- ¿Puedo? –
pregunté.
- Sí, dale.
Introduje la
primera falange, estaba muy apretadito. Era como ponerme un anillo que me
quedaba chico. Lo saqué y volví a entrar, repetí esa acción tres o cuatro veces
hasta que logré meter el dedo completo. En ningún momento dejé de comerle el
clítoris. De pronto ella movió el dedo en mi ano como si estuviera rascándome
por dentro, tuve que soltar su botoncito para gemir, me encantó y le mostré lo
lindo que se sentía moviendo mi dedo de la misma forma dentro de su culito.
Juntas estábamos experimentando y descubriendo los placeres del sexo lésbico.
Seguimos con lo mismo durante algunos minutos hasta que llegamos al orgasmo al unísono.
Me sorprendió nuestra coordinación, pero eso hizo todo increíblemente
placentero. Nos retorcimos de gusto y nos chupamos las vaginas. Cuando nos
calmamos un poco me senté sobre su vientre.
No dijimos
nada, sólo nos miramos con una gran sonrisa en los labios. Tomé el envase de
champú y puse un poco en mis manos. Comencé a lavar su cabello llenándolo de
espuma. Ella hizo lo mismo con el mío, nos movíamos un poco ya que nuestros
sexos se estaban tocando y eso nos producía mucho placer.
- Esta es mi
primera vez – dijo Lara mirándome a los ojos.
- ¿Y te está
gustando? – lo dije de esa forma porque aún no habíamos terminado.
- Si,
muchísimo. Ni soñando creí que sería así de buena. Te quiero pedir algo.
- Pedime lo
que quieras.
- Quiero que
me desvirgues. Quiero que esta sea mi primera vez en todo sentido.
Estuve a
punto de negarme pero luego entendí su punto, si yo aún tuviera mi himen
intacto me gustaría que se rompiera en este mismo momento.
- Yo sentí
que mi primera vez fue cuando lo hicimos en tu casa – le aseguré.
- Lo que
pasó en mi casa quedó incompleto. También me encantó, pero ahora estamos
teniendo relaciones de verdad. Hasta el final.
Nos
enjuagamos bien las cabezas y me tendí sobre ella para besarla. Llevé mi mano
hasta su vagina deslizándola por todo su vientre. Puse dos dedos en la entrada
de su cuevita virginal y la miré a los ojos.
- ¿Estás
lista hermosa?
- Muy lista.
Te quiero mucho – era un amor.
- Yo también
te quiero mucho Larita.
Volví a
besarla, el corazón casi me estalla por la ansiedad y la intensidad del
momento. Presioné con dos dedos a la vez hacia adentro y sentí la presión de su
himen resistiéndose, pero yo insistí y logré la penetración completa. Ella
emitió un suave quejido que se perdió en mi boca. Me besó más fuerte y yo seguí
con mi tarea de masturbarla, pero esta vez lo hacía por dentro. Ella también me
penetró vaginalmente y comenzamos nuestro round final de sexo y amor lésbico
bajo el cálido manto de lluvia. Le ofrecí una de mis tetas y ella la devoró
completa. Nuestros dedos entraban y salían cada vez más rápido y el baño se
llenó con nuestros gemidos. Luego me comí sus pechos blancos como la leche y
continué haciéndolo hasta que sentí que estaba llegando al orgasmo. Apuré mi
penetración y supe que Lara también estaba cerca de acabar, ella me tocó con
más suavidad intentando que acabáramos al mismo tiempo y casi lo logramos.
Nuestros orgasmos iniciaron con pocos segundos de diferencia, el de ella fue
más extenso, supuse que tuvo dos juntos. Me dolía el vientre de tantos espasmos
pero estaba más feliz que nunca.
Nos llevó un
rato recomponernos pero cuando salimos del baño envueltas en toallas ya
estábamos muy bien, aunque algo más alteradas que de costumbre. Nos secamos
mutuamente las espaldas y fuimos vistiéndonos. Esta vez le presté algo de mi
ropa, en realidad se la regalé. Le di un pantaloncito tipo capri de jean y me
sorprendió lo ajustado que le quedaba, pensé que al ser más bajita le quedaría
más suelto.
- Que culito
que tenés mamita – le dije apretándole una nalga. Con eso ya aceptaba
totalmente que mirarles el culo a las mujeres me calentaba.
- Y es todo
para vos – me contestó dándome un piquito.
Sabía que
pronto debería marcharse pero igual nos sentamos un ratito a charlar.
- Te digo
una cosa – me dijo en complicidad – yo sabía que nosotras dos íbamos a terminar
haciendo esto.
- ¿Sabías
que íbamos a tener sexo? Yo no me lo imaginé nunca.
- Si, lo
sabía. Estaba segura, mi instinto me lo decía, casi desde el día en que te
conocí. Por eso no me enojé cuando me la chupaste esa noche.
- La noche
en que te desperté.
- No, la
noche anterior. La primera vez – me quedé perpleja, boquiabierta, anonadada.
Como Lara vio que yo no iba a reaccionar de aquí a mil años, continuó hablando
– me pareció un poco loco que te animaras, pero la verdad me gustó mucho.
- ¿O sea que
estuviste despierta todo el tiempo?
- Casi todo.
No tengo el sueño tan profundo como pensás.
- Pero si ni
te movías… casi ni respirabas… yo pensé que…
- Me costó
mucho quedarme tan tranquila, pero quería ver hasta dónde ibas a llegar. La que
tiene sueño profundo sos vos.
- ¿Yo, por
qué? – cada vez entendía menos.
- Porque
después yo te hice lo mismo y ni te enteraste.
- ¿!QUE!?
- Si, te
pasé la lengua por ahí. Dormías como una morsa, como decís vos.
No podía creerlo,
en un segundo pasé de ser la violadora a
ser la violada. No sabía cómo reaccionar, estaba tildada. Mi cerebro
hizo cortocircuito y comencé a reírme como loca.
- Que hija
de puta – creo que fue la primera vez en mi vida que dije eso - y yo sintiéndome mal todo ese tiempo. ¡Te voy
a matar!
- No te dije
nada porque soy un poquito cruel, te quería ver sufriendo, pero un ratito nomás
– acto seguido me dio un rico beso.
- ¿Y la
segunda noche?
- Esa noche
estaba despierta desde el principio, me levanté porque casi me hacés acabar. Ya
no pude disimular más.
- No hay
quién se resista a mi boquita – le dije sonriendo burlonamente – ¿pero por qué
me dijiste lo de no generarme ilusiones y todo eso?
- Porque al
igual que vos yo también dudé, como te dije en el auto. Tenía miedo de estar
usándote por una simple calentura. Pero ahora sé que no es así. De verdad
quiero estar con vos.
- ¿Estar
conmigo cómo?
- Así, como
amigas con derecho a roce.
- Me parece
bien entonces. Me gusta la idea – mi sonrisa era sincera - Te la voy a perdonar
sólo porque terminó todo bien.
- Esto
recién empieza Lucre – me miró con lujuria – yo también te voy a perdonar que
me hayas robado el video. Eso no se hace, una no puede ni hacerse una paja en
paz y hacer un video que ya se lo afanan.
Me puse de
pie de un salto, ya eran demasiadas sorpresas juntas. No sabía si correr o
abrazarla para pedirle perdón. Hice lo segundo sólo porque correr no me
llevaría a ninguna parte.
- Perdoname,
en serio. No lo hice a propósito, es que ni siquiera estaba pensando. Me dio
mucha curiosidad – volví a mi asiento - ¿Cómo te diste cuenta que te lo saqué?
- Porque lo
borraste. No sé qué tocaste, la cosa es que terminaste borrando el video, sabía
que lo habías visto y supuse que me lo habías robado, pero no estaba segura.
Vos ahora me lo confirmás.
- Que boluda
soy, para colmo confesé todo. Hasta tenía la oportunidad de negarlo y no lo
hice.
- Es que sos
pésima mintiendo Lucre. Además no te preocupes, de todas formas ese video era
para vos.
-¿Para mí?
- Si, lo
filmé una noche que estaba muy caliente con vos y casi te lo mando, estuve a un
segundo de mandarlo y se iba a ir todo a la mierda. Por suerte me contuve.
- Si amiga,
por suerte. Porque si me lo hubieras mandado en frío me lo hubiera tomado mal,
capaz que hasta me enojaba. Qué se yo, no sé cómo hubiera reaccionado – lo
cierto es que no lo sabía – ¿Desde cuándo te gustan las mujeres a vos?
- Desde que
te vi y me enamoré.
Me quedé
muda. Ella se tapó la boca como si hubiera hablado de más.
- Me tengo
que ir – dijo poniéndose de pie.
Fui tan
estúpida que ni siquiera la saludé cuando se fue.
Fin del Capítulo 5.
Continúa en el Capítulo 6.
Comentarios
Voy por el otro relato, estan buenísimos