Me niego a ser Lesbiana (9).

Capítulo 9




Este era un asunto que necesitaba ser resuelto lo antes posible. Tenía que hablar con Edith ya. Intenté llamarla por teléfono ni bien me levanté pero ella no respondió, tal vez me odiaba, tal vez habló con sus padres por lo ocurrido y era sólo cuestión de tiempo que alguno de ellos viniera a darme una tremenda paliza, la cual merecía. Ya me imaginaba toda morada y luciendo ventanas negras donde antes tuve dientes. Fui en taxi hasta la Universidad, éstos solían llegar rápido en esta zona de la ciudad y yo no quería perder tiempo sacando mi auto del garaje.

Telefoneé a Edith ni bien me apeé del taxi, por suerte esta vez contestó al primer timbrazo. Le dije que tenía que hablar con ella urgente y le pedí que me esperara en un amplio patio interno del establecimiento que por lo general estaba vacío a esta hora. En menos de cinco minutos me encontré con ella en el lugar acordado, estaba muy nerviosa y atemorizada, por lo que me sorprendió mucho verla tan radiante y alegre. Aún llevaba sus enormes gafas, pero su cabello permanecía tan liso y suave como yo lo había dejado. Su vestimenta era más jovial que de costumbre, tenía un pantalón tres cuartos color azul marino que le quedaba muy bonito y una remera verde agua que resaltaba un poco sus pechos, ahora si parecía una chica de 18 años.

-Hola Lucrecia –me saludó con una sonrisa.
-Edith… digo, Lara…. No importa, como te llames. Te quería pedir disculpas por lo que pasó ayer, me comporté como una loca con vos… te hice cosas horribles, me siento muy mal… decile a tus papás que no me peguen… -mi cerebro se llenaba de incoherencias cuando me ponía nerviosa.
-¿De qué hablás?
-Es que ayer… abusé de tu inocencia –dije esto último en voz baja, aunque estuviéramos solas.
-Estás actuando como una loca, Lucre –comenzó a reírse- te voy a dejar algo en claro, a ver si con eso te tranquilizás. Yo no soy tan inocente como aparento, sé muy bien lo que pasó ayer y sabía lo que intentabas hacer desde el primer momento, estaba nerviosa, no lo voy a negar, fue mi primera experiencia sexual, pero si en algún momento me hubiera sentido forzada, te lo hubiera dicho. Además yo también te provoqué, a mi forma… ni yo sabía que tuviera una forma de provocar.
-¿O sea que no te molesta haberte acostado con una mujer?
-No, al contrario. Yo veo el sexo como algo sin género, siempre me dio igual si pasaba con un chico o una chica y me alegra un montón que haya pasado con vos. No lo podía creer, que una chica tan linda se fijara en mí y que al segundo día que nos vemos, hagamos esas cosas. Eso no me lo imaginé nunca, ni en mis más locas fantasías eróticas. No te imaginás lo contenta que estoy –me dio un fuerte abrazo- además le conté a mi mamá y ella se alegró tanto como yo, especialmente por mi cambio de look. Dice que tengo que vestirme como una chica de mi edad.
-¿Eh? ¿Le contaste a tu mamá? –no podía creerlo, ahora si iría a la cárcel.
-Sí claro, yo le cuento todo. No te preocupes por ella, es bisexual. Me crie en ese entorno, tal vez por eso no tengo prejuicios a la hora de acostarme con mujeres. Espero que se repita alguna vez y que no quede en una simple calentura.
-Este… no, claro que no fue una simple calentura –si lo fue, pero no podía negar que la chica me caía bien- vos me gustás mucho –le sonreí ya más tranquila- no te digo que vayamos a comenzar una relación amorosa, porque no busco eso con nadie, no después de lo que me pasó con…
-Con la otra Lara. Te entiendo perfectamente. Yo tengo 18 años y mi mamá me recomendó que lo del “noviazgo” lo deje para más adelante. Que ahora tengo que disfrutar de otras cosas de la vida, como del sexo –me guiñó un ojo pero enseguida se puso toda roja y apartó la cara, si bien estaba más confiada, seguía siendo la tímida chica de siempre.
-Da muy buenos consejos tu mamá –me acerqué a ella con paso sensual- entonces habrá que disfrutar del sexo mientras se pueda.

Me sentía aliviada, mi alma ya estaba tranquila una vez más. La tomé por la cintura y esperé a que ella levantara la cabeza. Instintivamente miramos alrededor para comprobar que estábamos completamente solas y nos besamos. Fue un beso tranquilo pero con mucho cariño. Como si fuéramos viejas amantes. Cuando nos separamos activamos una actitud de amigas comunes y corrientes. Por si llegaba a aparecer algún curioso.

-Tenés que conocer a mis amigas –le dije a Edith- te van a caer muy bien, especialmente Tatiana.
-Gracias Lucrecia, vos me cambiaste la vida en un día. No te imaginás cuánto.
-Espero que esos cambios sean para bien –caminamos por el pasillo.
-Sí, lo son. Al menos por ahora. Nunca creí que las chicas lindas se podrían fijar en mí –dijo esto más para ella misma.
-No pienses esas cosas Edith, vos sos una chica con muchos atractivos, sos muy linda –vestida así era bonita- sos culta, inteligente y simpática. Solo deberías levantar un poco esa autoestima, pero siempre manteniendo un poco de tu timidez, que te da un toque muy especial –se sonrojó.
-Voy a encargar lentes de contacto, pero no sé si me voy a acostumbrar a usarlos. ¿Podrías ayudarme a elegir otro marco para mis nuevos anteojos?
-Claro que sí, dalo por hecho.

Ese día nuestra amistad quedó sellada. Edith comenzó a reunirse con mi grupo de amigas en cada receso que teníamos en común y si podía se quedaba después de clases con nosotras. La pequeña se ganó nuestro aprecio por unanimidad, especialmente el de Tatiana, que apenas se enteró de las inclinaciones sexuales de la nueva integrante, comenzó a mirarla con otros ojos. Me causó mucha gracia el día en que las descubrí besándose en los vestuarios, fui hasta ese lugar con la clara intención de sorprenderlas. A las pobres muchachitas casi les da un infarto cuando me vieron pero les dije que podían hacer lo que quisieran, que yo no era dueña de ninguna. Sé que sólo fueron puros besos y no llegaron a más, pero me alegró verlas tan felices juntas. Lo único malo es que para reunirnos con Tatiana por lo general debíamos hacerlo aparte de las otras chicas, porque en el grueso de mi grupo de amigas casi siempre estaba Cintia, la homofóbica que cada día me caía peor. A mí me tenía cierto respeto, no hacía comentarios sobre mis preferencias sexuales, pero me molestaba mucho que se la agarrara con Tatiana o hasta con Lara, mi ex Lara. Ella no tenía derecho a opinar sobre los gustos sexuales de nadie, ella misma abrió las piernas por puro gusto para que una mujer le comiera la rajita y después se hace la inocente con respecto al tema.

A Samantha la vi poco en el transcurso de la semana, por lo general estaba cargada de trabajo y aprovechaba pequeños momentos libres para sentarse conmigo en la cafetería de la Universidad. No le molestaba que los curiosos hablaran de nuestra amistad, si al fin y al cabo era cierto que pretendíamos acostarnos. En nuestras breves reuniones por lo general contábamos anécdotas de nuestras vidas, la mayor parte de las suyas hacían referencia a los malos tratos de su ex novio, el chico solía tener reacciones violentas, aunque sin llegar a la violencia física. Me alegraba mucho saber que ya no estaban juntos. Eso me demostró que Sami era una chica inteligente que sabía cuidarse sola.

En los días siguientes luché contra mis impulsos sexuales tanto como pude, mi meta era no mantener relaciones sexuales con nadie durante al menos dos semanas, para lograr eso debía masturbarme casi todos los días, mi cuerpo se volvió un reloj sexual activo, antes estaba dormido, letárgico, el sexo le daba lo mismo, pero cuando descubrió los placeres carnales, todo cambió. A pesar de mis intentos, casi llegando al final de la segunda semana caí en la tentación la noche en que Edith vino a mi casa a mirar la segunda película del Señor de los Anillos, ella ya la había visto decenas de veces por lo que no le entusiasmaba tanto, pero yo estaba mucho más metida en la trama y la calidad de imagen, por lo que me facilitaba un poco las cosas. Ocasionalmente nos dábamos un inocente beso, una cosa llevó a la otra y terminamos teniendo sexo duro y apasionado. No estaba orgullosa de mí misma, pero tengo que admitir que la pasé muy bien.

Creo que no hubiese aguantado ni una semana de no haber tenido que estudiar tanto. La velada de películas fue un receso que necesitaba para despejar un poco mi mente. El lunes siguiente a mi noche con Edith tendría un examen sumamente importante, llevaba mucho tiempo preparándome para aprobarlo con la mejor nota posible, yo nunca estudiaba sólo para aprobar con lo justo y necesario, ese era un riesgo que no me gustaba correr, mi meta era buscar la calificación perfecta, entonces si cometía algunos errores, al menos me garantizaba que pasaría el examen.

Cuando llegó el gran momento intenté relajarme lo más posible, no pensar en nada referente a lo que vendría, me puse a mirar en mi celular nuevas novelas que podría adquirir ahora que me había quedado sin libros del Señor de los Anillos, obviamente agregué la tercer parte a mi lista de futuras compras. Esto me distrajo tanto que cuando llegó la hora de la evaluación, hasta me tomó por sorpresa. Vi que todos los alumnos entraban a la gran aula y me apresuré por seguirlos. Quería un buen asiento, no me agradaban los que estaban demasiado cerca de los profesores, me ponían sumamente nerviosa.

Me senté a mitad de la segunda fila desde la pared de la puerta de entrada y para mi desagrado comprobé que en la primera fila, a escasos metros de mí, se encontraba Lara. La miré con enfado, pero ella ni siquiera se percató de mi actitud amenazante. La vi más pálida de lo normal, supuse que estaba un poco abrumada ante la importancia del examen, el reprobarlo significaba cursar otra vez una materia muy densa. Repartieron las copias con las consignas a responder, desde mi posición tenía una vista perfecta de la mesa de Lara, podía ver su hoja de examen por encima de su hombro, si bien no podía leer las pequeñas letras, supe que le tocó el mismo tema que a mí. Por lo general dividían la evaluación en tres temas con algunas diferencias  y se repartían de forma intercalada, para evitar que los alumnos se copiaran o evitar que sepan de antemano cuáles eran las preguntas del examen. Al parecer en este caso no era así o habían repartido mal las hojas, porque de lo contrario a Lara debía tocarle un enunciado diferente.

No tenía tiempo que perder, tomé mi bolígrafo y comencé a leer, buscando esas preguntas capciosas que responden enunciados anteriores, casi siempre había pequeñas trampas de ese tipo. Luego de la primera lectura comencé a responder desde el primer punto, salteando aquellas que requerían que me pusiera a pensar atentamente, primero descartaría las que podía responder sin esfuerzo. Esto lo hacía porque si el tiempo se terminaba, no quería dejar en blanco aquellos temas que conocía a la perfección. Me sorprendió la simplicidad del examen en general, algunas preguntas me mantuvieron pensando unos minutos pero pude responder a todas. Cuando me encontraba haciendo las últimas revisiones antes de entregar miré por casualidad a Lara. Me resultó muy extraño verla tan nerviosa, su pie izquierdo repiqueteaba en el piso y daba vueltas al papel en sus manos una y otra vez como si intentara descifrar en qué idioma estaba escrito. En ese momento sentí una pena enorme por ella, si bien después de lo ocurrido mis amigas me apoyaron, Lara se quedó sola, sin amiga alguna. A veces me entristecía verla caminar tan sola por los pasillos de la Universidad, si bien estaba muy enfadada con ella, yo no pretendía que la dejaran abandonada. Tal vez todo esto hizo mella en ella y no pudo concentrarse lo suficiente como para estudiar. Conocía a Lara muy bien y sólo una gran preocupación la haría fallar en sus estudios. No podía negar que aún la quería y me entristecía mucho verla así, no quería que ella tuviera que cursar otra vez toda la materia por culpa de un simple exámen.

Carcomida por la lástima cometí uno de los actos más riesgosos de mi carrera estudiantil. Pude notar qué espacios tenía en blanco en su hoja y sabía perfectamente qué enunciados le daban más trabajo. Comencé a anotar las respuestas a estos enunciados en un papel en blanco con la letra tan pequeña como pude, todo el tiempo miré a los profesores que estaban más concentrados en tomar mates y jugar con sus celulares que controlar a los alumnos. Además hacía años que yo escapaba de la mirada exhaustiva de éstos, al principio creían que hacía trampas en los exámenes, debido a mis altas calificaciones, pero luego supieron que era todo a base de arduas horas de estudio. Cuando tuve listo el papel con las respuestas, guardé todos mis útiles escolares, tomé mi bolso y me levanté simulando estar apresurada, dejé caer mi examen cerca del pupitre de Lara, ésta me miró sorprendida como si recién se percatara de mi presencia, en el momento en que me agaché para recoger la hoja, extendí una mano hasta las piernas de mi ex novia y dejé entre ellas las respuestas del examen. Casi le da un infarto a la pobre, no sabía cómo reaccionar, tuve que demorarme más tiempo de lo necesario para reanudar la marcha, lo hice sólo cuando la chica cerró las piernas para cubrir el papelito. Ahora todo dependía de ella. Entregué mi examen y sonreía a todos los maestros dándole más tiempo a Lara de acomodarse y así asegurarme de que ninguno sospechaba nada.

Como siempre fui la primera en entregar y fui hasta la vacía cafetería a tomar un capuchino de la máquina. Estaba un tanto excitada, no sexualmente, tampoco estoy tan loca, pero la adrenalina recorría mi cuerpo como esa vez que tuve sexo con Lara en el baño de la Universidad. Rogaba que nadie la descubriera haciendo trampas, eso significaría una tremenda sanción para ambas, porque allí estaba mi letra. Diez minutos más tarde vi salir a algunos alumnos, por suerte nadie se me acercó, tenía ganas de estar sola un momento. ¿Haciendo qué? No sé, pensando supongo. Tan ensimismada estaba en estos pensamientos que me sobresalté al escuchar la voz de Lara a mi espalda.

-Gracias Lucrecia –me dijo serena.
-¿Eh? Ah, sí. De nada –no esperaba que viniera a agradecerme.
-Creo que salió todo bien, eran muy buenas las respuestas. Las cambié un poco para que no queden tan parecidas –miró al piso- No pude estudiar bien –se la veía muy triste.
-¿Por algún motivo en particular?
-Cosas de la vida –se encogió de hombros- tengo algo para vos –buscó en su bolso unos segundos y extrajo un grueso libro y los dos discos de Radiohead que le presté- el libro te lo regalo, lo otro te lo devuelvo. Ah, también podés quedarte con los otros libros. Gracias.

La tensión en el ambiente era tan fuerte que si alguien se hubiera acercado a saludarnos lo hubiéramos mordido por puro instinto de defensa canino.

-A los discos dejatelos –intenté suavizar un poco mis palabras- es que ya me los compré otra vez. Te los regalo –tomé el libro como si fuera Gollum intentando agarrar el anillo. De verdad me moría de ganas por comenzar a leer la tercera parte.
-Ah bueno, gracias. La verdad es que me gustaron mucho, Radiohead es una buena banda.
-Si lo es. Mirá Lara, no pienses que hice eso porque te haya perdonado, todavía estoy enojada con vos. Gracias por los libros, pero esto no cambia nada.
-Entiendo –dijo cabizbaja- bueno, gracias por tu ayuda, otra vez. Chau.

Se alejó caminando a paso lento, ¿por qué todo tenía que ser así? Me partía el alma verla tan triste, tenía ganas de abrazarla, besarla y decirle cuánto la amaba, pero no podía. No después de lo que me había hecho. Sentía que ya no podía confiar más en ella.

Esa situación me dejó con mal sabor de boca, para colmo no tenía planes para esta tarde, había decidido tomármela libre para descansar de las arduas horas de estudio. Cuando terminaron las clases del día me di cuenta de que no tenía ganas de volver a mi casa y encerrarme en mi cuarto, que era la única forma de no tolerar a mi familia. Recorrí los pasillos de la Universidad buscando algún sitio apropiado para sentarme a leer un rato y di con un pequeño patio interno perdido en ese inmenso laberinto. Si se contaban todas las áreas y conexiones de las distintas instalaciones, uno se sorprendía de lo increíblemente grande que era el edificio. El pequeño patio estaba bien cuidado, con césped en cuatro cuadrados divididos por dos caminos de piedras que formaban una cruz al unirse en el centro. Hasta me causó cierta gracia encontrar un jardincito tan bonito y florido. Lo mejor era que lo tenía para mi sola. Me senté en uno de los bancos y saqué el libro que Lara me dio. Apenas había leído tres páginas cuando mi visión periférica me advirtió que alguien caminaba frente a mí, cuando levanté la vista me topé con los ojos de una monjita a la que conocía muy bien.

-¿Qué hacés vos acá? –me preguntó con poco tacto.
-¿Acaso no puedo sentarme acá, hay algo que lo prohíba? –justamente tuve que toparme con Anabella el mismo día que hablé con Lara, parecía que el karma estaba aburrido y decidió jugarme una mala broma.
-¿No me estarás siguiendo? –movió nerviosa sus dedos.
-¿De qué hablas? Vos estás paranoica.
-Esto no es parte de la Universidad, pertenece al convento.
-No sabía, como está todo conectado uno se pierde, ¿sabés? Además eso no me impide sentarme acá, no estoy molestando a nadie.
-Es que me parece demasiada casualidad verte acá.
-A ver Anabella, ¿qué tiene de raro que yo esté acá? –tenía ganas de tirarle el pesado libro por la cabeza.
-Este es el lugar al que siempre vengo cuando quiero tomar un poco de aire y estar sola. Casi nadie viene para acá.
-Yo lo encontré de casualidad. Ni siquiera sabía que vos venías.
-¿De verdad? –se sentó en el banco enfrentado al mío.
-Claro Anabella –tenía un nudo en la garganta- no pienses que sos el centro del mundo. La verdad es que ni siquiera tenía ganas de verte. Me dolió mucho la forma en que me despachaste, pero ya estaba dejando eso atrás.
-Yo no te despaché.
-¿Ah no? –Apreté el libro entre mis dedos hasta que los nudillos se me pusieron blancos- me tachaste de tu vida como si yo nunca hubiera existido, como si nunca hubiéramos sido amigas. Todo porque soy lesbiana y al parecer eso a vos te jode mucho, o te da miedo. En una de esas pensás que es contagioso.
-A mí no me molesta que seas lesbiana.

Esta vez no pude resistirme, le arrojé el libro con fuerza pero ella logró esquivarlo, de haber sabido que las monjas tenían tan buenos reflejos le hubiera apuntado al medio del pecho y no a la cabeza.

-¡Claro que te molesta! Vos misma lo dijiste. Me pediste que no te visite más porque ahora todo el mundo sabía que me gustan las mujeres. ¡Ese fue el motivo! –mis ojos se llenaron de lágrimas.
-Tranquilizate Lucrecia, por favor –su voz permanecía tan serena como la de un cura en un velorio- te pido disculpas. Tenés razón, ese fue el motivo, no te lo puedo negar.
-Eso no arregla nada las cosas, ni me tranquiliza –tenía los puños apretados, en cualquier momento hacía puré de monja.
-No fue mi intención hacerte enfadar –recogió mi libro que por suerte seguía con todas sus páginas unidas- a veces cometo el error… es que… bueno, vos ya lo habrás notado.
-No te entiendo una mierda.
-A veces me avergüenzo de mi misma. Tengo la mala costumbre de hablar como si yo fuera dueña de la verdad, como si yo supiera todo y lo cierto es que no sé nada. Estoy todo el día encerrada en estas paredes y no tengo más vida que la que le dedico al Señor.
-Es lo mismo que te vengo diciendo desde el día en que te conocí, Anabella.
-Lo sé. Pero me cuesta mucho asumirlo –acarició la tapa del libro como si se tratara de un gatito mientras leía el título- ni siquiera leí libros que no tuvieran que ver con las Sagradas Escrituras. No pienses que te pedí que te vayas porque no te quería.
-Me pediste que me vaya porque sos una miedosa. Nunca tomas riesgos y sólo tuve que verte durante pocas semanas para notarlo. Sos demasiado transparente, aunque te escondas detrás de esa sotana, hasta esos días que no la tenés puesta dejás ver… dejás ver… -de pronto un recuerdo me invadió. Se clavó en mi mente como los clavos de la cruz- esa tarde… cuando me dijiste que no te vea más, no tenías puestos tus hábitos.
-¿Y eso que tiene de raro? Te dije que no siempre los uso.
-No es sólo eso. Tampoco llevabas la cruz que te regaló tu papá, me dijiste que siempre la llevabas –ahora mismo podía verla colgando de su cuello, la pálida madera contrastaba con el negro de su atuendo- ¿por qué no la tenías puesta?
-Eso es personal Lucrecia, no te voy a contestar.
-El video que Lara grabó también era personal y sin embargo todo el mundo lo vio, vos inclusive. Decime, ¿por qué te sacaste la cruz ese día?
-Porque no tenía ganas de usarla…
-No me mientas –las lágrimas brotaron una vez más- estoy harta de que me mientas y que me des las espalda, que me trates como si fuera una chiquilla ingenua. Por primera vez te pido que seas totalmente honesta conmigo, así voy a saber que al menos confiaste en mí por un instante –se puso tensa y sus mejillas se sonrojaron- si te quitaste la cruz es porque sentías que no la merecías, es porque hiciste algo malo, algo que te hizo sentir culpable, que te hizo sentir sucia –miré a sus ojos, supe que había acertado – ese día te masturbaste.
-Pero… pero yo te dije que a veces lo hacía y que…
-Esta no fue como otras veces, ¿lo hiciste mirando mi video? –se quedó muda con los ojos abiertos- contestame Anabella.
-No tengo por qué contestar esas cosas. Ya te dije que fue un motivo personal y por más astuta que te creas, a veces te podés confundir y podés juzgar a las personas de forma errónea. Ese día le di la cruz al Padre para que la bendiga.

Al decir esto se puso de pie y dejó el libro sobre el banco. Abandonó el patio con ese rápido andar de las monjitas, parecía que estuviera flotando sobre el suelo. El día fue una mierda. Recordar a esas dos mujeres me dejó muy molesta y triste a la vez. Estuve toda la tarde encerrada en mi cuarto, no sabía qué hacer. Al otro día fue más o menos igual, no quería ver a nadie, pero ya casi llegando la noche recordé que el miércoles era feriado, no tendríamos clases. Supe que esa era la oportunidad indicada para alegrarme, podía salir a divertirme con mis amigas, comencé a llamarlas una a una, comenzando por Tatiana, si ella me decía que sí entonces limitaba el grupo al que podía recurrir, como accedió encantada, telefoneé a Edith, la chica se alegró tanto al recibir la invitación que me llevó un buen rato calmarla para que me permitiera seguir llamando. La tercera en la lista era Samantha, que aún no formaba parte de ningún grupo dentro de mis amistades y como sabía de sus inclinaciones sexuales, no tendría problemas con las otras dos. La pelirroja se sorprendió por la invitación, nunca había salido a bailar con alumnas de la Universidad, pero le insistí hasta que logré convencerla.

Cuando ya estuve lista y arreglada para salir, me topé con mi madre en el pasillo que daba a los dormitorios.

-¿A dónde vas? –me preguntó analizando mi atuendo.

Agradecí enormemente el haber empleado la antigua treta de ponerme ropa común sobre el vestido y así aparentar que era una salida casual.

-Voy a la casa de Lara, vamos a mirar unas películas –respondí tranquila, ella no sabía de mi discusión con ella así que podía usarla tranquilamente como excusa, era muy improbable que la llamara.
-Bueno, pero andá en el auto. No quiero que andes por la calle tan tarde.
-Está bien –de todas formas estaba en mis planes ir en el auto.

Les prometí a mis amigas pasarlas a buscar, comencé con Sami, por ser la que vivía más cerca de mi casa. Casi me da un soponcio cuando la vi enfundada en un corto vestido verde manzana que hacía resaltar el rojo de su cabello, además se le marcaban un poco los pezones y eso me calentó desde el comienzo.

-Estás hermosa –me dijo en cuanto se subió al auto, yo estaba babeando mirando todo su cuerpo- aunque te queda un poco corto el vestido.

Miré hacia abajo, me había decidido por un hermoso vestido color gris perla que compré pocos días antes para una ocasión como esta, me encantaba cómo me quedaba y era el más corto que me había puesto en mi vida, como tenía las piernas algo separadas para poder presionar los pedales del vehículo, podía verse parte de mi blanca bombacha.

-No sé cómo saludarte –continuó diciendo mientras se acercaba a mí.
-Yo sí sé cómo.

Giré mi cabeza y le di un intenso beso en la boca. Esta vez no me lo esquivó, todo lo contrario, me demostró que le gustó mi saludo y en pocos segundos sentí su mano derecha sobre mi muslo. La deslizó hasta que acarició la zona de mi vagina por arriba de la tela. Me aparté de inmediato.

-¡Epa! Cuidadito con las manos o podés terminar mal –le advertí con una sonrisa.
-Perdón, no me aguanté –me miró sonrojada- ¿sabías que nunca se la toqué a otra mujer?
-¿Nunca? Bueno, eso se puede solucionar ahora mismo.

Tomé su mano y la devolví a mi entrepierna, ella apoyó suavemente los dedos y los movió en círculos estimulando mi clítoris, un agradable cosquilleo me recorrió el cuerpo. Siguió tocando durante unos pocos segundos y luego se apartó.

-No, seguí, seguí –pedí entre jadeos.
-Lucre, estamos en el medio de la calle, cualquiera nos puede ver.

Recordé que debía limitar mis impulsos sexuales y asentí con la cabeza mientras ponía el auto en movimiento. Hablamos alegremente todo el camino hasta la casa de Tatiana. La morocha estaba que rajaba la tierra, con un impresionante vestido blanco con amplio escote que se unía en el centro de sus pechos con una pequeña arandela, daban ganas de quitarla con los dientes. En cuanto se sentó en el asiento trasero, las presenté.

-Samantha, ella es Tatiana.
-Ah sí, la conozco. La vi un par de veces con vos –noté cómo miraba los voluptuosos pechos de mi amiga que lucían esplendorosos dentro de su escote.
-Hola Samantha, un gusto.

Advertí de antemano a Tatiana para que no mencionara el mensaje con la foto que me mandó la pelirroja, no quería que ninguna se pusiera incómoda. La tercera parada fue en la casa de Edith, su casita era pequeña pero estaba pintada con bonitos y alegres colores, la niña salió saludando hacia adentro, una mano le devolvió el saludo. Vi que llevaba puesto un divino vestido amarillo que resaltaba enormemente su encanto juvenil y marcaba su menuda figura. Esperaba que ninguna notara mi deliberada selección de amigas pero la pequeña echó todo al traste ni bien se sentó.

-¿Ella también es lesbiana? –preguntó con una indiscreta ingenuidad. Tatiana comenzó a reírse y yo tuve que disimular, a la que no le causó gracia fue a la aludida.
-No es lesbiana –dije acelerando antes de que Samantha quisiera salir corriendo.
-Ah bueno, yo tampoco lo soy –afirmó Edith- a mí me da igual.
-Digamos que a mí también –respondió Sami.
-Sí, yo soy bisexual –dije con poca convicción.
-Cobardes. ¿Acaso la única lesbiana soy yo? –se quejó Tatiana.

Ni siquiera les pregunté a dónde querían ir, supuse que no había mejor opción que la misma a la que venía recurriendo en todas mis salidas. Afrodita se había transformado en mi sitio predilecto para tomar algo con “amigas”. En cuanto llegamos me alegré de ver a Miguel, me reconoció al instante y con una sonrisa me invitó a pasar.

-¡Pero cuántas chicas lindas que te acompañan hoy! El gerente del club va a tener que darte un pase VIP.
-¿Regalan algo con el pase VIP? –pregunté bromeando.
-De hecho no es que te regalen algo, pero podés tener acceso a las habitaciones de los pisos superiores por un precio reducido –señaló hacia arriba.

El edificio contaba con cuatro pisos pero yo creía que eran sólo departamentos. Tal vez en alguno de ellos vivía el dueño del local.

-Ah, eso sería muy útil –le guiñé el ojo a Tatiana y mis amigas se rieron.
-Entonces acompañame y hacemos los arreglos.
-¿Eh, de verdad? Pero si sólo vine tres veces.
-Pero no pudimos evitar notar cómo acaparas la atención, y tus amigas también. Hoy sólo puedo ofrecerte el pase VIP a vos sola, pero puedo ir consiguiendo de a uno por vez, si les interesa.
-Me parece buena idea –le sonreí y lo acompañé a través de una puerta que estaba bastante disimulada.

El pasillo era angosto y Miguel apenas cabía, si pasaba por al lado de una lámpara debía inclinarse de lado para no voltearla con sus anchos hombros. Llegamos a una pequeña oficina que no tenía más que una mesa negra, una computadora y algunas chucherías típicas. El guardia de seguridad tocó un pequeño timbre que sólo emitió una luz y una segunda puerta se abrió casi al instante, de allí salió un joven rubio de buen aspecto que estaba prendiendo los botones de su camisa, pude ver sus pectorales marcados y una vez más confirmé que los hombres me atraían cada vez menos, no podía entender como semejante escultura masculina no me movía un pelo.

-Te presento al señor Pilaressi, el propietario y dirigente de todo el establecimiento.
-¡Rodrigo! –era mi amigo gay.

Nuestro contacto se mantuvo por mensaje de texto en estos últimos días pero me di cuenta de que era un chico muy educado y bastante inteligente, a pesar de mis prejuicios al respecto, me imagine que un chico rubio y apuesto no tendría muchas neuronas, pero por su forma de hablar demostraba que no era ningún imbécil y mucho menos ahora, que sabía que era el dueño de Afrodita, aunque tal vez tuviera un padre adinerado que pagaba por todo esto para mantener alejado y ocupado a su hijo homosexual.

-Que tal Lucrecia, te estaba esperando, me imaginé que volverías un día de estos.
-No sabía que vos eras el dueño.
-Prefiero que nadie lo sepa de entrada, es increíble la cantidad de gente que busca amistad por conveniencia, además me gusta deambular por el boliche sin que nadie sepa quién soy. Como un cliente más. Hasta pago las bebidas.
-¿Pero por qué las pagas? Si el lugar es tuyo.
-Porque eso es lo que paga el sueldo de los empleados de la barra. Además yo no controlo el 100% de la concesión de las mismas. En fin, no te voy a aburrir con detalles del negocio.
-No me aburre, estudio Administración de Empresas y el tema me interesa.
-¿Ah sí? Bueno, te prometo que un día nos juntamos a charlar al respecto y tal vez puedas darme algunos consejitos. Esto es para vos –me alcanzó una tarjeta dorada con mi foto impresa en ella- me imagino que Miguel ya te habrá puesto un poco al tanto.
-¿De dónde sacaste la foto? –pero ya sabía la respuesta.
-Es la que tenés de perfil en todos lados, me tomé el atrevimiento de robarla, sé tu primer nombre, pero me costó un poco averiguar tu apellido, hasta que te ubiqué en Facebook.
-Lucrecia Zimmermann –leí en voz baja.
-¿Sabías que soy gran admirador de Bob Dylan? Por eso me sorprendí tanto al conocer tu apellido.
-Ah sí, es el apellido real de Dylan, pero el mío es con dos N. –yo también había notado esa similitud- A mi madre le molesta un poco porque suena a apellido judío –estaba maravillada con esa tarjeta, no sólo por el hermoso diseño dorado sino porque me otorgaba cierto status dentro de Afrodita- muchísimas gracias por el pase VIP.
-Con eso también podés tener una cuenta en la casa y pagarla en cómodas cuotas.
-Perfecto ¿y puedo hacer que mis amigas consuman con la misma cuenta?
-Sí, siempre y cuando vos estés presente.

Agradecí nuevamente a Rodrigo y volví con mis amigas enseñándoles la reluciente tarjeta. Nuestros coloridos vestidos y llamativos cuerpos atraían la mirada de muchos de los presentes en el boliche, ahora sabía a qué se refería Miguel, al parecer no era sólo cuestión de amistad el que se me otorgue el pase VIP, a ellos también les convenía tener clientela que “alegrara” la vista. Comenzamos a tomar, esta vez me decidí por probar algún trago nuevo, pero no quería abusar ya que debía manejar. Samantha me recomendó uno llamado Pisco Sour, el cual conoció en un viaje que realizó a Perú. El trago era fantástico. Nos pareció tan bueno que todas pedimos lo mismo, sólo debíamos tener cuidado ya que era un poco engañoso y tenía gran porcentaje de alcohol. El sabor a limón era refrescante y le daba un toque agrio, a pesar de que el trago fuera tan dulce.

Noté que una mujer de cabello negro, bastante bonita y bien arreglada, miraba hacia nosotras con más frecuencia que el resto de los presentes, comenzamos a debatir sobre qué intenciones tendría.

-Yo creo que te mira a vos Lucrecia –dijo Edith- te tiene ganas.
-No, a mí no me mira, lo sé porque cuando la miro a los ojos le importa poco, no intenta apartar la mirada ni muestra interés.
-Que analítica –Samantha me estaba acariciando la espalda de forma disimulada mientras yo daba sorbos al trago.
-Está mirando a Tatiana –continué diciendo- sí, te mira a vos Tati.
-¿A mí? Vos estás loca ¿por qué me va a mirar a mí?
-Porque te tiene ganas –repitió Edith.
-Hacé una cosa Tati –sugerí- caminá hasta la punta de la barra y preguntale cualquier cosa al chico que atiende, nosotras te decimos si te mira a vos o no.

La morocha obedeció y cuando regresó pocos segundos después no nos cabía ninguna duda, la mujer la siguió con la mirada todo el tiempo.

-Invitale un trago amiga –le dije alcanzándole un vaso intacto de Pisco Sour- vas a tener suerte.
-Me gustan las veteranas –sonrió, tomó el vaso y caminó con paso firme hasta la mesa en la que se encontraba la mujer.

Nos alegramos cuando las vimos conversando alegremente, la mujer no perdió tiempo y comenzó a acariciar la pierna de mi amiga mientras le susurraba cosas al oído. En ese momento se nos acerca Rodrigo, se lo presenté a mis amigas y olvidé que ellas no eran totalmente lesbianas. Si hubieran sido hombres, las dos hubieran tenido una notoria erección al ver al muchacho rubio. Resultó totalmente obvio que ambas estaban maravilladas con él, Samantha disimuló un poco más, creo que por respeto a mí, pero Edith parecía fuera de sus cabales.

-¿Quién es este papito? –preguntó con la boca abierta.
-Él es mi amigo Rodrigo –no di más detalles porque sabía que a él no le agradaría eso- ellas son Edith y Samantha.
-Un gusto señoritas ¿qué tal la están pasando?
-Ahora mejor que nunca –dijo Edith con vos sexy.

A pesar de no ser hermosa, la chica tenía un sutil encanto femenino que me agradaba mucho, además hoy estaba muy bien vestida y arreglada, su cabello estaba más suave y lacio que nunca y los ojos resaltaban, no por unas horripilantes gafas, sino por unas mucho más bonitas y modernas que eligió con mi recomendación.

-Qué simpática es tu amiga –me dijo el adonis con una amplia sonrisa.
-Y tengo más virtudes –la chica estaba descontrolada, hasta causaba gracia verla así.

Luego de unos segundos tuve que intervenir de forma sutil para advertir a Rodrigo de lo que estaba pasando, lo llevé hasta el otro extremo de la barra con la excusa de que me recomiende algún otro trago, a pesar de que el Pisco me gustó mucho quería algo con menos graduación alcohólica.

-¿Pasa algo malo? –me preguntó.
-No nada, por ahora. Sólo te quería decir que Edith es una chica un tanto especial, no está acostumbrada a este tipo de salidas, es como si recién estuviera descubriendo el mundo. Hace poco perdió la virginidad… conmigo –no me molestó dar esos detalles a mi amigo- y ahora está en una etapa en la que se quiere acostar con todo lo que ve, lo sé porque yo pasé por lo mismo… estoy pasando por lo mismo, con la pequeña diferencia de que a mí los hombres no me interesan.
-Sigo sin ver el problema.
-Es que tengo miedo de que ella se haga ilusiones con vos y que después tengas que rechazarla.
-¿Y qué te hace pensar que la rechazaría?
-¿No que eras gay?
-Y lo sigo siendo, pero eso no descarta que de vez en cuando pueda divertirme con una chica, siempre y cuando encuentre una que me caiga tan bien como para hacerlo.
-Bueno, pero ella no es una reina de belleza. En serio, no quiero que la chica termine lastimada, me cae muy bien y la quiero ver feliz.
-Tal vez no sea la más bonita del boliche, pero es una de las más simpáticas. Además te digo una cosa, tiene tanta ternura natural que hasta me da un poco de morbo imaginarla sin ropa.
-Verla sin ropa es lo mejor, te lo aseguro. Yo creo que si se acuesta con vos va a ser como ganarse el premio mayor, la chica debe estar alucinando con que eso pase y estoy segura de que ya está pensando que no tiene chances, porque a veces se tira abajo solita.
-Entonces tendré que hacerle ver que sí tiene chances. ¿Estás segura que ella querrá? No quiero rebotar en frente de todos.
-Creeme que si rebotás Samantha te agarra al vuelo –nos reímos los dos- pero a la colorada déjamela a mí, tengo cuentas pendientes con ella.

Volvimos con mis amigas portando un nuevo trago propuesto por Rodrigo, al muchacho no le gustaban las cosas muy sofisticadas así que se decidió por un trago típico argentino, Fernet con Coca-Cola, tengo que confesar que no era gran aficionada a tomar esto hasta ahora, estaba mejor de lo que yo recordaba, si bien el sabor era amargo, la gaseosa le daba un toque muy agradable. Debía parar de tomar o luego no podría conducir ni media cuadra, aunque ya había pensado en eso, si estaba muy borracha me iría en taxi y le pediría a Miguel que estacionara mi auto en alguna parte, confiaba lo suficiente en él como para hacer eso.

En ese momento noté que Tatiana y la misteriosa mujer habían desaparecido, supuse que estarían perdidas en alguno de los cubículos con cortinas rojas o que tal vez habían optado por alguna habitación. ¿Cómo no se me ocurrió antes preguntar por eso? Nos hubiese ahorrado la búsqueda aquella noche de hotel con Tati.

La noche transcurrió de forma rápida y divertida, pude bailar bastante apretada con Samantha, lo cual me puso un poco cachonda y esperaba que surtiera el mismo efecto en ella. Edith y Rodrigo permanecieron charlando junto a la barra, al parecer se llevaban muy bien, la chica no paraba de sonreír, temía que su quijada quedara trabada en esa posición. El paso que dieron estos tortolitos me dejó muy sorprendida. De pronto se estaban besando, la pobre muchacha debía ponerse en puntas de pie para llegar hasta la boca de su amante. Cuando se separaron noté que ella estaba roja como el cabello de Sami y él sonreía grácilmente. El rubio me hizo una seña con las manos que no comprendí, acto seguido desapareció llevando a Edith prendida del brazo.

-¿A dónde van? –le pregunté a la pelirroja.
-¿A dónde pensás que van? A ponerla, estos se van a un cuarto –abrí grande los ojos, mi pequeña Edith se iba a convertir en mujer.
-Ay, qué tiernos. Seguro la van a pasar muy bien –miré a mi alrededor, no había señales de Tatiana- creo que solo quedamos nosotras –puse los brazos sobre sus hombros.
-No te voy a negar que estoy nerviosa, pero te cuento un secretito –se acercó a mi oído- el alcohol me pone cachonda.
-Ya mismo voy a pedir lo más fuerte que tengan. ¿Si es alcohol puro te da igual? –ella se rio.
-No hace falta, ya tomé suficiente –entrecerrando los ojos acercó su boca a la mía y nos unimos en un beso.

Si su idea era calentarme, lo estaba consiguiendo a la perfección. Sentí su mano subiendo por la cara interna de mis piernas hasta tocar suavemente mi rajita.

-En estos días estuve pensando mucho y decidí que quiero hacerlo –me dijo con su natural sensualidad.
-Entonces no se habla más. Seguime.

Pregunté a Miguel dónde debía pedir una habitación, él me llevó a través de un pasillo amplio y bien iluminado hasta que llegamos a una ventanilla con una recepcionista tras ella. Agradecimos al gigante calvo por la atención y reservamos un bonito cuarto. Fue un trámite que duró pocos segundos, la tarjeta dorada facilitaba mucho las cosas. Me preguntaba si Rodrigo había hecho averiguaciones sobre cuentas bancarias a mi nombre o si simplemente confiaba en que yo pagaría todo eso. Me incliné más por lo segundo.

La habitación era preciosa, la cama envuelta en blanco me recordaba un poco a mi propia casa, pero sabía que no estaba allí y eso era lo que más me gustaba de los hoteles, que mi familia no andaba cerca. Nos sentamos en el borde de la cama y nos miramos a los ojos, quería crear un ambiente de relax para mi nueva compañera sexual. Podía atacar de mil formas diferentes pero intenté evaluar la situación y así encontrar la más propicia. Acaricié suavemente una de sus piernas mientras acomodaba su cabello con mi otra mano. Desde que corté con Lara ya no veía tanto el romanticismo del acto sexual, aunque era un factor importante que no podía quitarme, me encantaba besar, abrazar, acariciar y decir cosas lindas a mi pareja, así sea alguien con quien me acostaría una sola vez.

-Me matan tus ojos –le dije casi susurrando justo antes de besarla en la boca. Luego la dejé respirar, no quería que se sienta presionada.
-Lucre ¿qué te excita de las mujeres?
-Todo. Pero me imagino que buscás una respuesta más específica –asintió con su cabeza mientras yo le acariciaba una mejilla- me gusta lo prohibido, saber que me excito pensando en una mujer, me encanta la sensualidad femenina, de la cual vos tenés de sobra. Me fascina el desafío que implica calentar a una chica, especialmente si no es lesbiana o si nunca se acostó con otra mujer.
-Conmigo lo estás logrando a la perfección, estoy muy excitada. No pensé que una mujer me pudiera poner así –pasó sus dedos sobre mi muslo y llegó hasta mi bombacha blanca, comenzó a tocarme toda esa zona- contame más, en lo sexual ¿qué es lo que más te calienta de las mujeres?
-Me calienta poder tocarlas –hice lo mismo que ella y llegué a su entrepierna, sentí las pequeñas protuberancias que delineaban su sexo- me encanta sentir un pezón dentro de mi boca, me vuelve loca pasar la lengua por todo el cuerpo de la chica, especialmente entre las piernas. Me encanta ver cómo se mojan mientras están conmigo.
-¿Cómo se siente chupar una vagina? –la charla se estaba tornando sumamente erótica y yo ya estaba empapando mi ropa interior.
-Es maravilloso, no es fácil describirlo con palabras, tenés que sentirlo. Ver cómo una vagina se abre cuando pasar la lengua, sentir ese sabor prohibido y ese olor que te embriaga. Tener la sensación de que el mundo se detuvo por completo y sólo estás vos con esa vagina y la chica a la cual ésta pertenece. Escuchar el gemido de una mujer en celo y saber que lo hace por el placer que le estás dando.
-Me encanta tu forma de hablar.

Caímos al unísono de lado sobre la cama, nuestras piernas quedaron fuera de la misma pero no nos importó. Tomé su vestido por debajo y comencé a subirlo, ella hizo lo mismo con el mío. Ninguna de las dos llevaba sujetador, por lo cual pudimos mirarnos los pechos cuando nos despojamos de nuestra ropa. Sus pezones eran diminutos, con areolas apenas visibles, muy diferente a los míos que estaban muy bien definidos y abarcaban más área. Pasé un dedo alrededor de los suyos, estaba bien durito, esto explicaba por qué se le marcaban tanto sobre la tela del vestido. Al parecer mis caricias le produjeron cosquillas porque se apartó riéndose. Sabía que debía ser yo quien llevara las riendas y también sabía que no debía presionarla mucho. Acaricié su vientre bajando con precaución, como ella me permitió llegar hasta su pubis supe que no tendría problemas en dar el siguiente paso. Levanté sus piernas y le fui quitando de a poco la bombachita blanca. En cuanto sus piernas descendieron vi un monte de venus lampiño y bien definido.

-No tiene más pelitos –dije recordando la foto que me envió a través de Tatiana.
-Me la depilé hoy, sabía que iba a ser una noche especial.
-En eso no te equivocás. Ponete cómoda.

Se acostó a lo largo de la cama poniendo su cabeza sobre la almohada, estaba tan ansiosa como yo cuando di mis primeros pasos en el sexo lésbico.

-¿Por dónde querés que empiece? –le pregunté para elevar aún más su ansiedad.
-La verdad es que llevo un tiempo largo de abstinencia y no aguanto más –respondió abriendo las piernas- quiero ver cómo me la comés.
-Tus deseos son órdenes, hermosa.

Al fin probaría esta preciosura, los labios de su vagina eran casi tan pálidos como su piel, eran suaves en la primera mitad, desde el clítoris, y rugosos al final. Acerqué mi lengua y di una pequeña lamida para comprobar que el sabor sexual era tan delicioso como yo suponía. Ella inclinaba la cabeza hacia adelante, esforzándose por ver bien. Cerré los ojos y me dejé llevar, los primeros lengüetazos fueron suaves, en ocasiones apretaba el capullo que envolvía su clítoris con mi boca, ya podía escuchar la respiración agitada de Samantha y el que intentara separar más las piernas me indicaba que disfrutaba de mis chupadas. Lamí con la punta de mi lengua desde su ano hasta su ombligo sin detenerme. Repetí la acción sólo que esta vez no me detuve, seguí hasta sus pechos y me prendí a sus pezones, aprovechando para que mi cuerpo quedara en contacto con el suyo. Me entretuve un buen rato con sus sabrosas tetas y luego regresé a la jugosa almejita. Todo el tiempo de espera valió la pena, la pelirroja estaba muy rica. Seguí chupando con ímpetu haciéndola gozar, tal como lo había dicho, me encantaba escuchar gemir a una mujer, especialmente si lo hacía en respuesta a mis atenciones.

-Quiero probar yo también –me dijo con la respiración entrecortada.
-Eso me encantaría.

Me aparté dejándole lugar para sentarse en la cama, yo quedé en posición de perrito y ella me despojó de mi bombacha con vuelitos blancos. Estaba más que entusiasmada. Abracé una mullida almohada y esperé. Lo primero que sentí fueron sus manos sobre mis nalgas y casi al mismo tiempo, las besó. Luego sus dedos fueron a acariciar mi rajita que a pesar de estar tan húmeda, estaba sedienta de sexo.

-Se siente muy bien –me dijo mientras exploraba la superficie de mi intimidad femenina.

A continuación introdujo un dedo, solté un gemido al tenerlo adentro por completo, yo misma podía sentir la calidez de mi cavidad vaginal. Un segundo dedo acompañó al primero, empezó a penetrarme con ellos tal y como lo haría un pene, con la diferencia de que sus dedos giraban de un lado a otro mientras entraban y salían, tuve que acostarme boca abajo y abrazar más fuerte la almohada, mis gemidos llenaron la habitación, a pesar de su nula experiencia en sexo lésbico, la muchacha era muy instintiva y sabía cómo dar placer a una mujer. Su pulgar jugaba con mi clítoris mientras seguía bombeando con el índice y el dedo mayor. Su mano se movía cada vez más rápido, a ella también la entusiasmaba todo esto y seguramente se estimulaba al verme gozar de tal forma. Pasados unos minutos ella se detuvo y aproveché la ocasión para darme la vuelta y abrir las piernas. Pensé que ella titubearía y dudaría al ver mi sexo tan cerca de su rostro, pero en menos de un segundo me demostró lo equivocada que estaba. Se lanzó directamente, sin miedos. Comenzó a chupármela con gusto como si lo hubiera hecho muchas veces antes, lo hacía con tantas ganas y con tanta seguridad que mi excitación aumentó considerablemente.

Mientras más tiempo pasaba, más ganas le ponía Samantha al sexo oral. Mi vagina estaba de fiesta y todo el jugo que salía de ella terminaba dentro de la boca de mi nueva amante. ¿Quién necesitaba a los hombres? Esto no tenía comparación. La sensualidad de una mujer era algo inigualable. La dejé un buen rato chupando pero yo quería volver a la acción, sorprendiéndola me lancé sobre ella y la hice girar hasta que quedó de espalda contra la cama, sin pensarlo ni un segundo comencé a meterle los dedos, ahora su vagina estaba mucho más húmeda que antes y ella soltó un fuerte gemido mientras yo la penetraba. Abrí un poco la boca y me acerqué a la suya, en nuestro beso intercambiamos los fluidos vaginales y entrelazamos las lenguas. Instintiva y acertadamente ella buscó mi almejita y comenzó a masturbarme con destreza. Así fue que llegué a mi primer orgasmo de la noche. Se lo hice notar gimiendo de una forma muy particular. Seguí tocándola sin parar, ella disfrutaba pero el momento que yo tanto esperaba no llegaba.

-¿No tuviste un orgasmo, cierto? –pregunté.
-No soy de “orgasmos fáciles”, muchas veces ni siquiera llego a tener uno, pero la estoy pasando bárbaro, me encanta todo lo que hacés. Me gustás mucho Lucrecia –me estampó un fuerte beso en la boca.

Una vez más le brindé los placeres del sexo oral, en cuanto bajé hasta su vagina ella comenzó a susurrar “Sí, sí. Comemela toda mamita”. Esas palabras me incentivaron mucho, puse todo mi empeño en darle una buena chupada. Si a esta chica le costaba llegar al orgasmo entonces sería todo un desafío. Mientras succionaba su clítoris le metía los dedos por el agujerito. Ella arqueaba su espalda y presionaba sus pechos. De hecho yo también disfrutaba con la idea de poder seguir jugando con esa almejita, Samantha provocaba una atracción como de imán conmigo. Entre jadeos, lamidas, estremecimientos y exploraciones vaginales fui llevándola al clímax, pero una vez más, su orgasmo nunca llegó, aunque esta vez supe que no era imposible.

Nos pusimos de rodillas en la cama y comenzamos a besarnos apasionadamente. Acaricié su espalda y ella imitó mis movimientos, inclusive cuando llegué a sus nalgas y las sobé. El besar sus gruesos labios me transmitía una calidez similar a la que produce una buena probada de miel pura. Toqué su vagina humedeciendo mis dedos con ella y decidí tomarla por sorpresa. Fui hasta su culito y presioné fuerte, mi dedo mayor se enterró en el con suavidad y Sami dio un respingo, quedó con los ojos bien abiertos y me miró sin apartarse mucho.

-¿Y eso qué fue? –moví un poco el dedo dentro de ella.
-Te metí un dedo en la colita –le dije con una sonrisa, al parecer le estaba gustando porque entrecerraba los ojos y abría la boca formando una O.
-Ya sé que me lo metiste… Ahhhhh –inicié el bombeo tan rápido como la posición me lo permitía- nunca me habían hecho eso.
-¿Te molesta? –a pesar de mi pregunta no me detuve, su apretado culito era muy apetecible.
-La verdad que no –buscó entre mis nalgas hasta que llegó a mi orificio prohibido, sin pedir permiso clavó un dedo en él, ese dolor agridulce me hizo gemir.

Volvimos a fusionarnos en un beso y aproveché mi mano libre para estimular su clítoris, a ella le pareció buena idea porque hizo lo mismo con el mío. Sentía que iba a escupir el corazón en cualquier momento. Quería gemir pero el tenerla pegada a mi boca me lo impedía, lo cual aportaba un condimento extra a mi desesperación sexual. Me animé a ir con un segundo dedo por su colita, sentí como ésta se dilataba y me permitía pasar, fue como decirle “Meteme dos dedos” porque pocos segundos después ella consiguió hacerlo en mi trasero. Necesitaba aire, aparté mi cabeza y la puse a un lado de la suya, apoyando el mentón en su hombro. Nuestros gemidos estallaron al unísono. Introduje dos dedos en su vagina procurando frotar su clítoris con la palma de mi mano y supe que estábamos en perfecta sincronía. Mi segundo orgasmo se avecinaba y quería que ella me acompañara en esta, aceleré mis movimientos y pasé la lengua por su suave cuello de marfil hasta llegar al lóbulo de su oreja, el cuanto lo lamí y besé noté como mi mano se llenaba de flujos vaginales y sus gemidos se hacían cada vez más intenso, al igual que los míos. Ambas sentíamos una extraña necesidad de huir de esos dedos de placer, pero permanecimos juntas todo el tiempo, aunque nuestros cuerpos parecieran no tolerarlo.

Esa noche con Samantha fue inolvidable. Supe que ese era sólo el inicio de una gran amistad cargada de sexo lésbico. Nos dimos un rápido baño, por un momento quise que nos ducháramos juntas pero decidí que era mejor darle un poco de intimidad, no quería asfixiarla. Esperé acostada en la cama pensando en todas las hermosas aventuras que estaba viviendo con mujeres. Esto estaba marcando un estilo en mi vida. Ya no era simple curiosidad, era necesidad, tanto física como emocional. En ese momento recordé a Tatiana, me apresuré a llamarla.

-Hola Tati, ¿Dónde estás? –pregunté apenas respondió.
-Hola… ahhhhh… hola Lucre, ahhhh. Estoy bien, no te preocupes.
-Upa, parece que la estás pasando bien –no pude evitar sonreír.
-La estoy pasando genial ¡Ahhhhhh!
-¡Qué bueno amiga! ¿Te espero así te llevo a tu casa?
-No hace falta, no estoy en Afrodita, yo después me vuelvo en un taxi, no te preocupes. ¡Ahhhh siiii, así!
-Está bien amiga, no te jodo más. Pasala lindo, mañana hablamos.

En cuanto estuve limpia y con toda mi ropa en su lugar abandonamos la habitación, ni bien salimos nos encontramos con Rodrigo y Edith, estaban sentados en un pequeño apartado con sillones y una pequeña mesa de vidrio, pude ver cuatro vasos de Fernet con Coca-Cola sobre la mesa, dos estaban intactos por lo que supe que nos estaban esperando.

-Ah, aparecieron. Tenía miedo que la bebida se caliente pero supuse que tampoco se quedarían a vivir allí dentro –dijo el rubio ni bien nos acercamos.

Edith estaba más feliz que nunca, sus facciones parecían mucho más hermosas que antes, el buen sexo embellece a las mujeres. Sí, ya era una mujer. Si alguna vez fue una niña, esa niña ya había quedado en el pasado. Me conmovió verla tan alegre. Estuvimos charlando de cualquier cosa, intentando evitar los temas obvios como los detalles en la cama de cada pareja, no hacía falta hablar del tema ya que era evidente que todos la habíamos pasado muy bien. Dejé mi vaso de Fernet por la mitad, no porque no me gustara sino que no pretendía emborracharme justo ahora que ya estaba con la mente despejada gracias al renovador baño.

-Cuando quieran ir, me avisan. Yo las llevo en el auto.
-Si es por mí ya podemos volver –me contestó Samantha.
-Bueno vamos –Edith no parecía tan contenta por marcharse.
-Si querés después te llevo yo –intervino Rodrigo.

Esto si se me hizo raro. Una cosa era que él accediera a acostarse con la chica y otra es que de verdad quisiera pasar tiempo junto a ella, el chico era un galán, un romántico. No se lo había tomado sólo como sexo casual.

-¿De verdad? –La sonrisa de la más pequeña reapareció –bueno dale. Llevame cuando quieras… o no me lleves, me da igual –nos reímos por su comentario.
-Bueno, nosotras nos vamos.

En cuanto estábamos en el auto me di cuenta que entre una cosa y otra la noche se empeñaba en dejarnos solas a Samantha y a mí, lo cual era una ventaja para nosotras. Conduje hasta su casa mientras charlábamos de diversos temas, ese era otro gran punto a favor con ella, no sólo demostró ser una gran amante sino que además era una gran compañera. Siempre tenía algún tema de conversación y era imposible aburrirse a su lado.

-¿No vas a pasar? –me preguntó en cuanto llegamos a destino.
-Si no te molesta… -le sonreí.
-Claro que no, vamos adentro –me guiñó un ojo, aquí habría guerra otra vez.

Hicimos el amor con la misma pasión que la primera vez, sólo que ahora estábamos en la intimidad de su hogar, lo cual aportaba un ambiente más acogedor. Recorrí cada centímetro de su cuerpo y otra vez disfrutamos de penetraciones anales, al parecer a ella le gustaron tanto como a mí. Ya estábamos estableciendo un código para esto, el arrodillarnos una frente a la otra era señal inequívoca de que queríamos hacerlo.

Regresé a mi casa ya bien entrada la mañana, eran casi las diez. Como soy precavida le pedí prestada algo de ropa casual a Samantha, para que no fuera obvio que regresaba de un boliche lleno de lesbianas dirigido por un adonis homosexual. Ni bien entré a la casa por la puerta del garaje me encontré con mi madre con una cara que me recordó al inmundo pequinés que tenía mi ex novia.

-¿Se puede saber dónde estuviste toda la noche? –ni la policía sería capaz  de interrogar de una forma tan atemorizante.
-Te dije que iba a la casa de Lara…
-¿Así que de Lara eh?

Se apartó hacia un lado y detrás de ella apareció la ya mencionada Lara, estaba sentada en una silla con las manos entre las rodillas, lucía avergonzada y debería estarlo, por poner mi cabeza en una guillotina dirigida por mi madre. ¿Qué carajo hacía en mi casa?


Fin del Capítulo 9.
Continúa en el Capítulo 10.


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