Capítulo 24
La vida es una cárcel con las puertas abiertas.
Nunca me
había sentido tan humillada en toda mi vida como cuando me introdujeron en el
asiento trasero de la una patrulla de policía, con las manos esposadas detrás
mi espalda y una pesada mano en mi nuca empujándome la cabeza hacia abajo. Una
oficial de policía me leía mis derechos de forma monótona, me sentía dentro de
una película policial. Varios curiosos que deambulaban por la zona me miraron
con curiosidad, como si yo fuera parte de algún tipo de entretenimiento
público. Me sentí como una delincuente, hasta podía percibir el rigor de sus
miradas acusadoras. Algunas eran tan duras que me hacían dudar de mi propia
inocencia.
Para
comprender cómo me sentía en ese momento basta con imaginar a un fornido
boxeador dándole puñetazos en el estómago a otro. Por supuesto, yo era el
boxeador que recibía esos puñetazos y el que me los propinaba era el destino,
el azar… o quizás el mismísimo Dios al que le había estado rezando toda mi
vida. ¿Esto era parte de algún castigo divino?
―¿Qué pasa? ―Le
pregunté a la oficial de policía mientras ella ponía el vehículo en marcha―.
¿Por qué me llevan? Yo no hice nada malo.
―Los muebles
de tu casa ―dijo―. La orden que te mostraron era para buscar esos muebles. De
todas formas, cuando llegues a la jefatura te van a poner al tanto de todo. De
momento te sugiero que viajes callada, sin hacer quilombo.
―¿Qué carajo
tienen que ver los muebles? tengo derecho a saber por qué me detienen.
―Te dije que
te van a informar cuando lleguemos a la jefatura ―giró su cuerpo para mirarme
por encima de su hombro, su mirada era violenta e intimidante― ¿Está claro? ―asentí
con la cabeza, temerosa.
El vehículo
se puso en marcha y viajamos en completo silencio. Durante el recorrido intenté
hacerme una idea de cuál podría ser el motivo del arresto y me atemoricé al
pensar en mi madre. ¿Ella tendría algo que ver en todo esto? Al fin y al cabo
el departamento solía ser suyo... tal vez me había timado con el papeleo...
tuve que esforzarme para apartar esa loca idea de mi cabeza.
Minutos más
tarde la misma oficial de policía me ayudó a bajar de la patrulla. Juntas
ingresamos en un gran edificio, al que conocía muy bien; pero sólo desde afuera
ya que jamás había entrado. Era una de las seccionales de policía más grande e
importante de la ciudad. Vi mucha gente entrando y saliendo, algunos vestían
como civiles y parecían estar acostumbrados a estar en un sitio así, otros se
veían tan aterrados como yo. Había otros oficiales, los cuales me ignoraron
completamente. Todo ese horrible sitio apestaba a rutina gris y a densa
burocracia. La oficial me condujo a través de un pasillo, dándome empujones
constantemente. Tenía ganas de decirle que yo sabía caminar sin ayuda; pero
temí que eso la enfureciera aún más.
Entramos a
una pequeña oficina que contaba con una mesa rectangular y tres sillas con un
viejo y gastado tapizado de cuero sintético marrón, podía ver la goma espuma
asomándose por varios agujeros. Me obligó a sentarme en una de las sillas y
casi al instante otra puerta se abrió. Por allí ingresaron dos hombres, uno
vestía traje negro, camisa blanca y corbata, llevaba un espeso bigote y era
completamente canoso. El otro vestía uniforme de policía, tenía el cabello
negro entrecano y estaba pulcramente afeitado. Ambos hombres tenían un
considerable sobrepeso, pero la barriga del hombre de traje se imponía por su
tamaño.
―Zimmermann,
Lucrecia ―dijo la oficial que permaneció de pie detrás de mí.
―¿La
encontraron en el domicilio citado en el acta? ―preguntó el hombre de bigote y
traje.
―Sí.
―Hola,
Lucrecia ―me dijo mirándome fijamente a los ojos―. Soy el fiscal Eduardo
Sánchez.
―¿Me puede
explicar por qué estoy acá? ―le pregunté aterrada.
Él se rascó
la barbilla y se sentó en una de las sillas, el otro policía se sentó a su lado
y abrió una carpeta que llevaba en las manos, de allí sacó un papel que colocó
sobre la mesa, ante mis ojos. Era un inventario de muebles.
―Esto ―dijo
Sánchez dándole unos golpecitos al papel― es lo que estamos buscando desde hace
varias semanas. Todo desapareció de un depósito, sin dejar rastros. Trabajamos
en el asunto y logramos dar con dos fulanos que participaron en la sustracción
de dichos objetos. Luego de un interrogatorio por separado, ambos dieron una
dirección. La misma dirección. La dirección de tu departamento, por lo que
tengo entendido.
Se me congeló
la sangre al escuchar eso. ¿Muebles sustraídos? Los únicos muebles que yo
conocía eran los que me había prestado Evangelina. Esto tenía que ser un error.
Una simple equivocación.
―Pero...
pero... ―comencé a balbucear, no encontraba palabras.
―Primero
permitime que te explique cuál es tu situación ahora, ya que no es nada
favorable ―el tono calmo de su voz aumentaba mi preocupación; él debía estar
muy acostumbrado a este tipo de situaciones, pero yo no lo estaba, para nada―.
Estás detenida bajo el cargo de participación activa en la sustracción de
muebles antiguos de gran valor. Hace tiempo venimos registrando varias
sustracciones, aparentemente aleatorias, que tienen un mismo fin: apoderarse
ilícitamente de amueblamiento antiguo y costoso. Las pistas que seguimos
normalmente no llegan a ninguna parte; pero esta vez hubo dos testigos que
afirmaron ver cuatro personas en el depósito, retirando los muebles,
subiéndolos a una camioneta y marchándose con ellos. Como los testigos olieron
que algo raro pasaba, ya que conocían de vista al dueño del depósito, tomaron
nota de la patente de la camioneta. Eso nos llevó a dar con los dos individuos
que proporcionaron la dirección de tu departamento. Ellos no te mencionaron
directamente, pero los testigos nos brindaron descripciones y casualmente una
de esas cuatro personas, presentes en el acto delictivo, coincide enormemente
con tu descripción física ―escuchaba aturdida, mi cerebro había quedado apabullado
por toda esa información que parecía no tener ningún sentido lógico―. Estos dos
hombres...
―No los
conozco ―dije automáticamente; era cierto, ni siquiera recordaba sus rostros.
―Esperá, ya
vas a tener tiempo de dar tu declaración. Tal y como te dije, estos dos sujetos
mencionaron la dirección de tu departamento con gran exactitud, lo que no nos
dejó lugar a dudas. Luego nosotros averiguamos que ese departamento estaba a
nombre de una tal Zimmermann, Lucrecia Redenta ―leyó el nombre en un expediente,
ni siquiera me molestó que empleara mi segundo nombre―. Ahora, oficial Gómez,
si es tan amable podría explicarme qué hallaron en el departamento de la
muchacha aquí presente.
―Encontramos
muchos muebles que encajaban con la descripción, señor ―respondió ella con un
tono muy profesional―. Jacobson se está encargando de inventariar todo lo
encontrado en la escena para que conste oficialmente, pero la identificación
visual fue positiva.
―En fin,
Lucrecia, esa es tu situación hasta el momento. Como verás es bastante
comprometida. En este momento tengo que ir a tu departamento y realizar una
inspección oficial del mismo. Entretanto, el oficial Raúl Bermúdez ―señaló al
policía gordo a su lado― te va a tomar declaración.
Estaba en un
enorme problema. No tenía idea de cuál había sido la verdadera actitud esos
tipos de los muebles, pero yo sabía perfectamente que no los había robado;
éstos eran de Evangelina y ella me los había prestado, allí no existía ningún
delito.
―Preferiría
declarar teniendo a un abogado presente ―fue la primer frase sensata que dije
desde que me pusieron las esposas.
―Está bien,
tenés todo tu derecho a hacerlo. De momento vas a tener que esperar en una
celda, luego te daremos un teléfono para que puedas ponerte en contacto con tu
abogado.
―¿Por qué no
puedo tener el teléfono ahora? Ahorraríamos tiempo.
No sabía a
quién llamar, nunca había necesitado un abogado. Evalué mis posibilidades,
podría pedirle a Rodrigo que me contratara uno; pero él estaba prácticamente en
quiebra, porque yo no fui capaz de cerrar un trato justo con su hermana. Luego
estaba Lara, a quien no podía pedirle semejante cosa, además dudaba mucho que
ella tuviera dinero como para pagar un buen abogado. Esto sólo me dejaba una
alternativa... una que no daría resultado.
―Mire ―añadí
ante la duda del fiscal―, mis padres son personas muy acaudaladas ―me
avergonzaba mucho caer tan bajo y recurrir a un truco sucio como ese; pero
estaba desesperada―. Ellos tienen varios abogados a disposición y enviarán uno
de forma inmediata. Si yo no recibiera mi derecho a llamarlo ahora mismo,
podría generar un inconveniente aún mayor. Demás está decir que yo no robé nada
y no participé en ningún acto delictivo ―me sorprendía que pudiera hablar con
tanta claridad; pero me estaba jugando la libertad, no podía ser débil en un
momento como ese.
―Otra
ricachona que se cree que de acá se sale coimeando gente ―dijo la oficial que
estaba mi espalda, el fiscal la miró con dureza―. Disculpe, señor fiscal, fue
una imprudencia de mi parte. Retiro lo dicho.
―Está bien,
señorita Zimmermann. Puede usted realizar esa llamada.
―Y quiero
esperar aquí a mi abogado, no en una celda.
―¿No quiere
también un cafecito mientras espera? ―me preguntó irónicamente.
―Lo que
quiero es que entiendan que yo no hice nada malo. No pueden tratarme como una
delincuente sin fundamentos.
―Los
fundamentos que tenemos nos parecen más que suficientes como para sospechar que
usted tuvo algo que ver con el asunto de los muebles robados. Se la vio en el
sitio del robo y los muebles aparecen, por arte de magia, dentro de su
departamento.
―Me los
prestó una amiga.
―¿Cómo dice?
―noté cierto interés en su mirada.
―Le digo que
esos muebles no son míos. Me los prestó una amiga, para que los cuide.
―Esa es
buena, Bermúdez. Tome nota, hasta ahora no había escuchado nunca esa excusa.
Que lo robado es prestado. Es muy buena e ingeniosa ―sonrió burlonamente, el
gordo le devolvió la sonrisa y yo podía imaginar a la oficial Gómez con una
sonrisa de oreja a oreja.
―No me falte
el respeto. Le estoy hablando en serio. Mi amiga, Evangelina, me prestó los
muebles ya que ella no quería seguir pagando el alquiler del depósito y yo me
mudé hace poco... no tenía dinero para comprar muebles.
―¿Y de dónde
sacó su amiga los muebles? ¿Le explicó eso? Porque son muebles muy caros, la
gente no suele prestar ese tipo de cosas.
―Le sobraron
por una remodelación que hizo en su casa, ella tiene muchos muebles antiguos.
Dividió su propiedad en dos y vendió una parte. Luego de eso ya no tuvo lugar
para poner tantos muebles. Los guardó en un depósito y cuando me conoció y vio
que yo tenía un problema... mi departamento estaba vacío. Ella me dijo que yo
podía quedarme con los muebles hasta que decidiera venderlos. Es más, pensaba
comprárselos de a poco, a medida que fuera juntando dinero.
―Su argumento
es muy sólido, señorita Zimmermann. Tiene bastante lógica. Es más, por un
minuto casi me lo creo.
―¿Y por qué
no me cree? ―lo miré con el ceño fruncido.
―Por un
detalle contradictorio, que usted misma sacó a relucir ante nosotros ―levantó
el índice para aportar importancia a sus palabras―. Usted mencionó que proviene
de una familia muy acaudalada y que sus padres tienen el poder de hacer
aparecer diversos funcionarios de la ley de forma inmediata. Entonces, me
pregunto yo, si sus padres son tan acaudalados. ¿Por qué razón su departamento
estaba vacío y aseguró no tener dinero para comprar muebles? No es un
departamento nada barato, cualquiera que esté dentro de ese edificio debe tener
un buen poder adquisitivo. No creo que muchos tengan la necesidad de que “les
presten” muebles. Además, muebles tan costosos y de colección, como esos... no
se prestan. Es así de simple.
―¿Colección?
―¿No lo
sabía? Son muebles que se venden juntos. El dueño los había adquirido
directamente de los herederos de una mujer que los coleccionaba, mujer que ya
falleció. Dudo mucho que sea la misma que le prestó los muebles... a no ser que
usted haya visto un fantasma, señorita Zimmermann.
Un escalofrío
me recorrió el cuerpo, no porque temiera que Evangelina sea una fantasma, no
creía en esas cosas; pero sabía que mi situación era complicada. No podía
explicar todo, era mi palabra contra la de él. Necesitaba conseguir un abogado,
urgente.
―¿Puedo usar
el teléfono? ―le pregunte intentando sonar amable.
―Puede
hacerlo. Gómez, traiga el inalámbrico ―se puso de pie―. Un placer conocerla,
señorita Zimmermann. Ahora, si me disculpa, me voy a conocer su humilde morada.
Pronto estaremos conversando otra vez.
Luego de
decir esto, abandonó la oficina. Me quedé sola con Bermúdez. Él estaba llenando
un informe a toda prisa, escribiendo a mano. La oficial Gómez regresó y puso un
teléfono inalámbrico bastante antiguo sobre la mesa. Me quitó las esposas y me
advirtió que no hiciera movimientos bruscos. Las muñecas me dolían, las tenía
enrojecidas y con varias marcas. Tomé el teléfono y marqué el número de la
única persona que me podía ayudar en esta situación: Abigail.
―Hermanita ―le
dije apenas respondió.
―Hola
Lucrecia ¿Qué te pasa? ―mi voz debió sonar alarmante.
―Abi... estoy
en un quilombo grande. Necesito tu ayuda, como sea. Estoy detenida en una
comisaría.
―¿Qué? ¿Por
qué? ¿Qué hiciste? ¿Intentaste secuestrar a la monja?
―No estoy
para chistes, Abi. Esto es serio. Me acusan de haber robado unos muebles... los
que viste en mi casa. No tengo nada que ver con eso, no entiendo qué mierda
pasa. Necesito un abogado.
―¿Abogado? No
conozco ninguno. Si necesitaras un psiquiatra, te podría recomendar unos
cuantos... pero abogados, no conozco.
―Ya sé, por
eso vas a tener que hablar con mamá... no, mejor con papá. Sé que él tiene
varios amigos abogados. No sé si él querrá ayudarme, pero por favor, tenés que
convencerlo como sea... de lo contrario no sé qué más puedo hacer. Cuento con
vos.
―Quedate
tranquila, Lucre. Voy a hacer todo lo posible. Te voy a conseguir ese abogado
aunque tenga que secuestrarlo.
Le agradecí
enormemente por su ayuda, esta vez no le reproché la broma ya que no me
importaba de qué forma consiguiera al abogado, siempre y cuando lo hiciera. Le
di la dirección de la comisaría y corté la llamada.
*****
Una hora y
media más tarde un hombre vestido pulcramente, con un fino traje gris y
lustrosos zapatos, ingresó a la habitación en la que me tenían retenida. Hasta
el momento había estado callada, valiéndome de mi derecho a hacerlo. Apenas
este hombre ingresó se identificó como Arnaldo Echagüe, mi abogado. De pronto
recordé su rostro, era el mismo abogado que me había tomado las fotos luego de
la violación. No recordaba el momento de las fotos, pero sí recordaba su cara;
especialmente su fino y prolijo bigote negro.
De inmediato
les solicitó a los oficiales de policía que nos dejaran solos. Éstos no
tuvieron más remedio que abandonar la sala. Acto seguido, se sentó frente a mí,
puso su maletín sobre la mesa y lo abrió.
―Hola,
Lucrecia. Desde este momento voy a hacer tu abogado defensor ―el hombre parecía
tomarse muy en serio su trabajo―. Tu papá se puso en contacto conmigo y me
pidió que hiciera todo lo posible para sacarte ―me sorprendía que mi padre,
luego de lo que me había hecho, accediera a defenderme; pero al fin y al cabo
era su hija mayor, no podía dejarme abandonada en una celda―. Necesito que me
pongas al tanto de la situación y que me repitas cada palabra que dijiste desde
que estás acá adentro.
Asentí con la
cabeza y comencé a contarle todo, sin omitir detalle.
―Por lo que
veo ―dijo cuando terminé mi narración―, no tenés forma de probar que no tuviste
nada que ver con el robo. Estabas ahí en el momento que ocurrió y los muebles
están en tu domicilio. Si tuviste algo que ver, te pido que me lo digas,
necesito estar bien informado. Todo lo que digas es secreto profesional,
acordate que estoy de tu parte y que voy a buscar que salgas lo más limpia
posible de esto.
―No, te juro
por Dios que no tengo nada que ver. Hasta donde sé, esos muebles son de
Evangelina.
―¿Evangelina
cuánto? ―anotó el nombre en un papel, allí fue cuando me di cuenta de un gran
detalle.
―No sé su
apellido. Nunca me lo dijo ―me miró fijamente.
―¿Sabés su
dirección al menos?
―Estuve en su
casa, pero... no recuerdo la dirección exacta. Llegué caminando y ni siquiera
estaba prestando atención a los nombres de las calles. Más o menos sé por qué
zona vive y si fuera para allá encontraría la casa, estoy segura de eso.
―Bueno, no es
mucho, pero es algo. Ya veremos cómo podemos hacer para resolver ese
inconveniente. El que esta mujer, Evangelina, no esté en la mira de la policía
es toda una complicación.
―Tengo su
número de teléfono ―recordé.
―¿Lo sabés de
memoria?
―No, está
guardado en mi celular... el cual está en mi departamento. Figura como
Evangelina.
―Perfecto,
eso nos va a dar una buena base. La policía va a confiscar tu teléfono; pero
podemos solicitar que se pongan en contacto con esa mujer. De momento,
Lucrecia, vas a tener que estar acá.
―¿Qué? ¿No me
puedo ir?
―Lo veo muy
difícil. Sos la principal sospechosa. Por lo que tengo entendido, no te van a
soltar tan fácilmente.
―Pero… ¿pero
no tengo derecho a salir bajo fianza? ―apretó sus labios y guardó silencio
durante unos segundos.
―Es un tema
complicado, Lucrecia. Claro que puedo hacer que liberen bajo fianza, al menos
hasta que tengan que llevarte a juicio ―la sola idea de ir a juicio me hizo
temblar―; pero tu padre fue muy claro en ese asunto. Él va a pagar todos mis
honorarios, pero no va a poner ni un centavo para tu fianza.
Estas
palabras fueron tan duras como un cachetazo. Era típico de mi padre, brindar
una mano por un lado y darte una patada por el otro. Me quedé muda, no pude
responder nada.
―De todas
formas ―continuó― te prometo que me voy a moverme lo más rápido que pueda; pero
vas a tener que quedarte algunos días acá.
―¿Días?
―Sí, espero
que no sean muchos. Disculpame pero estos procesos son lentos. A no ser que
consigas el dinero para la fianza, no vas a poder salir. Te aseguro que la
fianza no va a ser nada barata. Lamento darte tantas malas noticias, pero tengo
que ser sincero con vos; para que sepas dónde estás parada.
―Está bien,
agradezco tu sinceridad.
―De nada.
Ahora, ¿hay algún otro dato relevante que puedas contarme? Pensá bien, porque
cualquier cosa podría ser importante.
―Sí ―me mordí
el labio inferior.
―Te escucho.
―Tuve
relaciones sexuales con Evangelina. ¿Es eso relevante?
―Podría serlo
―se tomó el asunto con total calma, aparentemente a él poco le importaba mi
condición sexual―. Si es que damos con ella. Me tenés que explicar de qué forma
se conocieron y cómo fue que ella te dio los muebles. Repasemos todos los
detalles otra vez.
Una vez más
comencé a hablar, contándole todo lo que había hecho con Evangelina, sin entrar
en detalles muy íntimos.
*****
Me
trasladaron a una pequeña celda, oscura, húmeda y maloliente. Lo único positivo
era que estaría sola en ella. Me senté en un rincón, sobre una dura litera que
rechinó bajo mi peso. Estaba avergonzada, nunca en la vida me había visto
envuelta en un problema con la ley, ni siquiera me habían puesto una multa. Me
tranquilizaba un poco saber que tenía un buen abogado defendiéndome. Asumí que
era bueno por la forma profesional y efectiva en la que se comportó y porque mi
padre había recurrido al menos dos veces a él, para que se encargara de
problemas serios. Casualmente ambos problemas me involucraban a mí.
Miré el techo
e intenté poner la mente en blanco. Esto fue inútil, por lo que cambié de
estrategia e intenté pensar en cosas agradables. Algo me decía que lo peor de
estar encerrada en una celda no eran los barrotes, sino la propia cabeza. Si
pensaba demasiado en mis problemas, me volvería loca.
Para
alegrarme, aunque sea un poco, me puse a pensar en Anabella, y fui repasando
mentalmente todos los encuentros que había tenido con ella, especialmente los
que habían sido más “cercanos”. Una vez más, y sin saberlo, la monjita me ayudó
a sobrellevar una mala situación.
*****
Tal y como lo
había prometido, mi abogado se encargó de que yo recibiera un buen trato. Tres
veces al día me daban de comer y me alcanzaron algunos libros para que leyera.
Estos libros me los había enviado mi hermanita, quien se había convertido en mi
nueva heroína.
Los cuatro
libros que me dio parecían ser nuevos, y en uno de ellos había una nota escrita
en las primeras páginas.
«Espero que te ayuden a pasar el rato. Sé que
vos no hiciste nada malo y realmente me jode que te traten como una
delincuente. Apenas me enteré de que ibas a pasar varios días encerrada en la
celda, salí a comprar estos libros. Sé lo mucho que te gusta leer; pero no
sabía qué comprarte exactamente. Me decidí por dos novelas lésbicas… ya te
imaginarás por qué, y un par de novelas de Stephen King que me gustaron mucho,
e imagino que a vos también te van a gustar. Como verás hay una que tiene más
de mil páginas, vas a tener para entretenerte ―miré el libro al que hacía
referencia, era realmente voluminoso y tenía un terrorífico payaso en la
portada, se titulaba “It”. Lo conocía, pero nunca lo había leído―. Si me llego a enterar que no te dejaron
tener los libros en la celda, te juro que les…
Lo dejo en puntitos suspensivos, no pienso dejar una
nota que me incrimine con la policía. Además imagino que leerán esto…
¡Hola señor policía! ¿no le dijo su mamá que leer
correspondencia ajena está mal? ¿Por qué mejor no se va a la…?
Puntitos suspensivos (use su imaginación).
En fin, espero verte pronto en libertad, y después me
decís qué se siente estar encerrada en una celda; porque al ritmo que voy, creo
que tendré que acostumbrarme a eso ―supe que no se
refería a una prisión, sino a un manicomio; mis padres la habían amenazado
muchas veces con internarla. Me juré a mí misma que nunca permitiría que le
hicieran eso a mi hermana―. Te quiero
mucho, Lucrecia. Te mando un abrazo grande.
Tu adorable hermana, Abigail».
Leí los
libros con muchas ganas, pero lo que más leí fue esa carta. La cual me hizo
soltar lágrimas en más de una ocasión. Quería salir y abrazar a mi hermana,
agradecerle por todo lo que hacía por mí. Quería hacerle entender que a mí no
me importaba que estuviera un poco loca, que yo la quería tal cual era.
Tuve que
volver a la lectura de los libros, para no largarme a llorar otra vez.
*****
En la mañana
del cuarto día me avisaron que tenía una visita, pensé que se trataría de alguna
de mis amigas, por lo que asistí a la cita ansiosa y alegre; necesitaba ver un
rostro amigable y familiar. Ni siquiera había podido llamar a alguna de ellas
para ponerlas al tanto de mi situación; pero sabía que Abigail se había
encargado de eso.
Inmensa fue
mi sorpresa cuando al entrar a la sala de visitas me encontré con una rubia
resplandeciente que parecía fuera de lugar en ese sitio tan desprolijo y sumido
en penumbras. Tomé asiento frente a ella y la miré a los ojos frunciendo el
entrecejo.
―¿Qué hacés
acá Catalina? ―pregunté apretando los puños―. Si es por el problema que
tuvimos, éste no es un buen momento para…
―No te
asustes, Lucrecia, estoy acá por negocios. Vengo a ofrecerte un nuevo trato ―la
soberbia rebalsaba de sus fríos ojos azules.
―¿Cómo
supiste que estoy acá?
―Ayer llamé a
Rodrigo y le pedí hablar con vos para reconsiderar la oferta; pero me dijo que
no estabas disponible. Lo presioné un poco hasta que confesó que estabas presa
por robar no sé qué cosa.
―Yo no robé
nada ―me quejé.
―Eso a mí no
me importa ―dijo con arrogancia―. Escuchame atentamente, porque esto que te voy
a decir podría solucionar todos tus problemas de una sola vez. Te estoy dando
una oportunidad inmejorable. Tuve la oportunidad de hablar con tu abogado y me
informó que ya te consiguió la libertad bajo fianza, lo malo es que no tenés
quién te de esa suma de dinero. Aquí entro yo, con mi nueva oferta. Invierto en
las discotecas y gano el sesenta por ciento de lo invertido, además pago tu
fianza.
―¿Y qué más?
―la miré con seriedad, sabía que eso no sería todo.
―Y me das lo
que me debés. Quiero verte de rodillas, sometida, como lo hiciste conmigo ―al
decir esto último bajó la voz.
―No hay trato
―respondí con seguridad.
―Pensalo
bien, Lucrecia. No seas testaruda.
―No hay nada
que pensar. No hay trato.
―¿Me estás
diciendo que preferís pudrirte acá adentro antes de aceptar una oferta de mi
parte? Viajé durante horas para llegar hasta acá, no me voy a ir con un “No”
como respuesta. Podría bajar el porcentaje de ganancias a un cincuenta por
ciento; pero es mi última oferta.
―Bajalo al
cero por ciento, si querés. Me da igual.
―¿Te volviste
loca? ―sus ojos se abrieron por la sorpresa.
―Aparentemente
no entendiste nada, Catalina. Me extraña, porque vos sos una buena negociadora,
tenés mucha experiencia en la materia. Respondeme una cosita... ¿qué es lo peor
que puede pasar en una negociación? ―me miró como si fuera una alumna rindiendo
un examen frente a su profesora.
―Una toma de
posición.
―Exacto. Yo
tomé una posición, no hay lugar a negociación porque no la voy a cambiar. No
quiero ningún trato que venga de tu parte. No quiero que pongas ni un solo pie
en las discotecas. No quiero deberte un solo centavo y te vas a tener que morir
con la certeza de que yo te quebré, que te pegué donde más te duele, y que vos
no pudiste hacer lo mismo conmigo. Pero que te quede claro una cosa, hice lo
que hice porque te lo tenés bien merecido. Sos tan arpía que eso era algo que
te iba a pasar tarde o temprano. Agradecé que no soy tan hija de puta, y no fue
algo peor. No quiero tener nada que ver con vos. Olvidate de mí y hacé tu vida.
Sus ojos
relampaguearon, me mostró sus dientes, como si se tratara de una fiera
hambrienta y peligrosa. Se puso de pie y dejó las manos apoyadas en la mesa que
nos separaba.
―Te volviste
completamente loca, Lucrecia. Sos una estúpida y una testaruda. Tu orgullo te
va a arruinar.
―Tu egoísmo
te va a dejar sola y amargada ―le respondí―. Hablé con Rodrigo y después de
todo lo que pasó, él prefiere ir a la quiebra antes de tener que tratar con
vos. Admitió que fue un error pensar que podía sacar algo bueno de vos... no
hay nada bueno en vos, Catalina. Sos tan pobre que lo único que tenés es
dinero. Cuando una persona no quiere tu dinero, como es mi caso y en el de tu
hermano, perdés todo; perdés el poder; perdés el respeto; perdés la integridad
y perdés la cordura. Sin el dinero no sos nada más que una muñeca Barbie... y
al igual que esas muñecas, estás vacía por dentro.
Dos oficiales
tuvieron que controlarla cuando intentó saltar sobre mí. Entró en una fuerte
crisis de nervios y la vi dar patadas al aire mientras la arrastraban hacia
afuera. No podía sentirme orgullosa de lo que había hecho, sabía que había sido
una estupidez no aceptar su oferta; pero la detestaba y no quería que ella
formara parte de mi vida, de ninguna manera. Sabía que firmar un contrato con
ella sería venderle mi alma al diablo.
Al pasar una
semana ya me estaba acostumbrando a mi celda. No era cómoda, pero tampoco
estaba limpia…
Al menos
podía leer tranquila, sin que nadie me molestara.
Ya había
leído una de las novelas de lesbianas y no me había gustado mucho. No era culpa
de mi hermana, sino de la escritora. La protagonista carecía de personalidad y
no parecía aportar nada al desarrollo de la historia; no era más que un ente
pasivo y vivía enamorada… pero no cogía con nadie. Me aburrió bastante, yo
quería ver sexo… sexo con monjas. Si yo pudiera vivir dentro de una esas
novelas, me la pasaría cogiendo, y no dudaría en encarar a la primera monjita
dulce y adorable que se cruzara por mi camino. Seguramente lograría cogérmela en
el segundo capítulo.
Con Stephen
King obtuve mejores resultados. La historia de ese “payaso asesino” me tenía
cautivada. Esperaba no tener que leer el libro completo dentro de esa celda.
Desde la
visita de Catalina ya me habían visitado Tatiana, Abigail y Lara. La pobre Tati
también tuvo problemas, por compartir el domicilio, pero mi abogado consiguió
exonerarla de toda culpa, al menos momentáneamente. Con mi hermana y con Lara
sólo mantuve charlas generales, les conté que no la estaba pasando tan mal y
hasta bromeé con ellas diciéndoles que me venían bien esas vacaciones, lejos
del mundo real.
Al octavo día
un guardia se me acercó y me dio la noticia que tanto estaba esperando.
―Señorita
Zimmermann, puede usted retirarse.
―¿Qué? ¿De
verdad? ¿Ya demostraron que soy inocente?
―No. Pagaron
su fianza.
―¿Quién pagó
mi fianza?
―No lo sé. Su
abogado la está esperando. Puede preguntarle a él.
Me apresuré a
juntar mis libros y me marché antes de que el guardia cambiara de opinión.
Efectivamente,
Arnaldo Echagüe estaba esperando por mí, vistiendo tan pulcro como siempre. Me
acompañó fuera de la jefatura. Allí estaba parada Abigail, con una amplia
sonrisa en los labios.
―¡Abi! ¿Vos
pagaste la fianza?
―¿Estás loca?
¿De dónde querés que saque tanta plata?
―¿Entonces,
quién fue?
―No sé, yo
llegué recién. Tu abogado me llamó y me dijo que hoy te liberaban, quería verte
salir.
―¡Qué bueno
verla en libertad, señorita Lucrecia!
Me di vuelta,
siguiendo el sonido de la voz. Me sorprendí al encontrarme con un muchacho
joven, muy apuesto, que vestía un traje gris, más fino y costoso que el de mi
abogado.
―¿Quién es…?
―de pronto recordé su cara. Lo había visto en el “Club de los Selectos”, al que
había concurrido con Catalina―. ¿Qué hace usted acá?
―Veo que me
reconociste. Podés tutearme. Estoy acá porque vine hace unos días, con
Catalina. Ella se fue, indignada porque no quise llevarla de regreso y tuvo que
subirse a uno de esos “mugrosos colectivos de larga distancia”, según sus
propias palabras ―él tenía una sonrisa casi infantil, noté que mi hermana lo
miraba boquiabierta, en cualquier momento se le caería la baba.
―¿Y por qué
no la llevaste? ―le pregunté, tuteándolo.
―Porque
prefería quedarme a analizar algunas cositas. Te pido disculpas por la demora;
pero tenía que cerciorarme de algunos datos antes de pagar tu fianza.
―¿Vos pagaste
mi fianza?
―Así es ―miré
al abogado y éste asintió con la cabeza, en silencio.
―¿Y por qué
motivo? Si se puede saber.
―Por varios
motivos, pero principalmente por negocios.
―Se me hace
raro que hayas venido hasta acá y te hayas ofrecido a pagar mi fianza. Ni
siquiera sé tu nombre.
―Claro que lo
sabés. Me ofende un poco que no te lo acuerdes. Te lo dije aquella noche… imagino
que te acordás de qué noche hablo ―me puse roja, no quería que empezara a dar
detalles de lo ocurrido en el club, mucho menos frente a mi hermana.
―Emm… sí, me
acuerdo de esa noche; pero no me acuerdo de tu nombre.
―Podés
decirme Dani.
―Está bien,
Dani. ¿Podés aclararme por qué pagaste mi fianza?
―De momento,
no. Sin embargo te puedo decir que se debe a la gran actitud que mostraste.
―¿Te lo
cogiste? ―preguntó Abigail.
―¡No! ¡Claro
que no! ―me apresuré a contestar.
―Entonces no
entiendo una mierda ―aseguró.
―Yo entiendo
menos que vos.
―No hace
falta que entiendas nada por ahora ―dijo Dani―. De momento, me retiro. Imagino
que querés pasar tiempo con tus seres queridos. Ya vamos a tener tiempo para
hablar. Te va a llegar mi invitación.
―¿Invitación
a qué? ¿Cuándo?
―Pronto. Ya
vas a ver.
Diciendo esto
se marchó, dobló en la esquina y poco tiempo después vimos salir un lujoso
Mercedes Benz negro, con vidrios polarizados.
―Lucrecia
―dijo Abi―, si no te vas a casar con él ¿me lo puedo quedar?
―No me voy a
casar con él. Pero tampoco te lo podés quedar vos, ni siquiera lo conocés.
―¡Ufa! Pero
está re fuerte ―noté que el abogado sonreía.
―Gracias por
todo, señor Echagüe. No sé qué habría hecho sin su ayuda ―le dije.
―Todavía
queda mucho trabajo por delante. Estás libre, bajo fianza. Esto quiere decir
que tu causa sigue en pie, y que tenés prohibido abandonar la ciudad. Tenés que
mantenerte siempre en contacto, especialmente conmigo. Estoy intentando llegar
a un acuerdo con la policía; pero mientras no sepamos nada de esa tal
Evangelina, va a ser muy difícil.
―Pero ya
tienen su número de teléfono. ¿Averiguaron su dirección?
―Sí, pero eso
no basta. Desde la perspectiva de la policía vos solamente estás señalando a
una persona al azar dentro de tu agenda telefónica. No tenés ninguna prueba
contra ella. Un oficial de la policía fue hasta su domicilio y le hizo algunas
preguntas, ella contestó todas de forma muy amable. Hasta le invitó un café al
oficial.
―¿Y qué dijo?
―Dijo que te
conocía y que… ―miró a mi hermana y se detuvo.
―Está bien,
podés decirlo frente a ella. No hay problema.
―Ok. Nunca
negó que hayan tenido relaciones sexuales, hasta se mostró muy avergonzada por
eso. Dijo que lo había hecho para “experimentar” y porque se sentía muy sola.
―¿Dijo algo
de los muebles?
―Ahí está el
problema. Ella negó rotundamente saber algo de algunos muebles. De hecho, dejó
pasar al oficial a su domicilio y le enseñó su amueblamiento.
―Ajá,
seguramente habrán notado que son muebles similares a los que me dio a mí.
―Ahí está el
problema, Lucrecia. Los muebles de la mujer eran bastante baratos y estaban muy
deteriorados por el uso.
―¡Eso es
imposible! ¡Yo vi los muebles! No estaban nada deteriorados.
―Lo que te
puedo decir, siendo sincero, es que tu historia no encaja. Cada vez hay más
huecos y la policía te tiene como única sospechosa. Hasta liberaron a los dos
fleteros, porque alegaron que ellos recibieron un pago de tu parte, por una
mudanza.
―¡Qué hijos
de puta! Yo nunca les pagué… tal vez Evangelina lo hizo, pero yo no.
―Lo malo es
que todos los muebles estaban en tu casa, Lucrecia. El caso se complica. Tal
vez me vea obligado a negociar una sentencia, lo más reducida posible ―se me
hizo un nudo en la garganta de sólo pensar que debería cumplir una sentencia
penitenciara.
―¡Ni loca!
―exclamé, al borde las lágrimas―. Yo no hice nada malo, no pienso ir presa por
algo que no hice. No quiero que te pongas a negociar ninguna sentencia, te lo
prohíbo.
―Está bien.
No lo voy a hacer. Pero por el momento no se me ocurre nada más. Voy a seguir
en contacto con la policía, demostrándoles que vos querés que todo se
esclarezca. Te pido que seas paciente.
―Y yo te pido
que hagas todo lo posible.
―Lo voy a
hacer.
*****
Abigail me
acompañó hasta mi departamento. En cuanto entramos sentí una fuerte angustia.
Parecía que hubieran entrado a robar. No había ni un solo mueble, en mi cuarto
sólo quedaba el colchón. Recordé la caja de juguetes sexuales que guardaba en
mi ropero y supe, sin siquiera mirarla, que la habían revisado “en busca de
pruebas”. Me sentí humillada y violada.
Tatiana no estaba,
por el horario supuse que se encontraba trabajando. Su dormitorio estaba igual
que siempre, no habían tocado sus muebles, porque eran suyos. Durante la visita
que me hizo, me dijo que ese detalle la ayudó a demostrar que ella no tenía
nada que ver con el asunto. Me pidió disculpas, porque sentía que me había
traicionado; pero le aseguré que la culpa de todo era mía y que yo no me podría
perdonar que ella se viera involucrada en un problema que yo misma ocasioné.
Mientras
estuve encerrada le di mil vueltas en mi cabeza a todo el asunto de Evangelina.
Al principio no podía creer que ella tuviera algo que ver con todo este asunto;
pero como yo no había robado ningún mueble, la única explicación que quedaba
era que lo había hecho ella. Me sentí una estúpida por haber confiado en ella
sin siquiera conocerla. Más estúpida me sentía ahora, porque en la celda me
había hecho la loca ilusión de que todo se solucionaría una vez que fueran a su
casa. ¡Qué estúpida fui!
Abigail se
quedó conmigo durante todo el día, nos sentamos en el piso a tomar mates,
esforzándonos por mantener el buen humor.
―¿Cómo
hiciste para convencer a papá de que me mandara su abogado? ―le pregunté.
―Eso no
importa, Lucrecia. Lo importante es que tenés abogado.
―No, Abi.
Quiero que me digas, porque conociéndolo, te debe haber costado un montón
convencerlo.
―Lo que pasa es
que si te digo, te vas a enojar.
―¿Más de lo
que ya estoy?
―Posiblemente.
―¿Podés
contarme de una vez?
―Está bien. Le
prometí que me iba a internar en una clínica.
―¿Qué? ¡No,
imposible! ¡Yo no voy a permitir que te manden a un loquero!
―No es para
tanto, Lucre. Además, no es un loquero. Es una clínica privada, bastante
costosa. Hace tiempo que vengo viendo fotos y datos del lugar, no es tan malo.
Además es algo temporal. El acuerdo es que yo tengo que estar internada ahí por
tres meses.
―¿Y vos cómo sabés
que te van a dejar salir después de los tres meses?
―Porque voy a
entrar voluntariamente. Si hago eso, puedo irme cuando yo quiera. Quién sabe,
por ahí hasta salgo curada ―dijo con una sonrisa triste.
―Me siento
muy mal. Por mi culpa vos tenés que encerrarte, como si fueras una delincuente.
―Te dije que
no te preocupes por eso. Pudo haber sido mucho peor.
―¿Cómo?
Se quedó en
silencio.
―Abi, te juro
que voy a hacer todo lo posible para devolverte este favor. Además te prometo
que te voy a visitar cada vez que pueda.
De pronto
ella comenzó a llorar y se lanzó sobre mí, dándome un fuerte abrazo.
―Sé que si
vos estás libre, no vas a permitir que me encierren en un loquero ―dijo entre
sollozos.
―Sabés que
no. Yo siempre te voy a cuidar.
Nos costó bastante
reponernos de ese duro golpe; pero una hora después ya nos estábamos riendo
otra vez.
A eso de las
cinco de la tarde llegó Rodrigo, acompañado de Miguel y Edith. Me alegré mucho
de recibir una visita de ellos.
Cuando
entraron en el departamento me sorprendí al verlos cargar con una pequeña mesa
redonda y cuatro sillas.
―Es una de
las mesas viejas de Afrodita ―me dijo Rodrigo, sin darme tiempo a hablar―. Como
no las necesitamos y vos andás escasa de muebles, se me ocurrió traértela. Con
unas sillas, por supuesto.
―Gracias
Rodrigo, ya tengo el culo cuadrado de sentarme en el piso.
Acomodamos
las cosas en el centro del comedor. Como las sillas no nos alcanzaban, Edith se
sentó en la falda de Rodrigo. Ella fue una bendición, ya que me daba el tema
perfecto para no tener que hablar de problemas legales. Nos pasamos casi todo el
resto del día hablando de su embarazo y demás cuestiones sin mucha importancia.
Hasta mi hermana se mostró de buen humor, a pesar de que de pronto la casa se
había llenado de gente, cosa que se hizo más evidente cuando llegó Tatiana.
*****
Pasé tres días
de incertidumbre, en parte porque mi abogado me seguía pidiendo que fuera
paciente y también porque recibí una misteriosa carta, dentro de un sobre azul.
La carta estaba escrita con letra muy prolija, firmada por “Dani”. En ella no
me daba demasiada información, simplemente me recordaba que pronto tendríamos
nuestra reunión de negocios, donde prometía aclararme todo. También me avisó
que el día de la reunión yo recibiría un regalo de su parte. No sabía a qué
estaba jugando, pero no me iba a conquistar con cartitas y regalitos. De todas
formas me sentía en deuda con él.
Rodrigo me
dijo que no fuera a trabajar hasta que solucionara mis problemas legales, de lo
contrario no podría concentrarme. Lo malo de quedarme en una casa casi
completamente vacía era que me recordaba enormemente a la celda. No quería
salir a caminar porque tenía miedo de encontrarme con algún policía que me
reconociera y me pidiera explicaciones. Tal vez estaba exagerando, pero tenía
tanto miedo de cometer un error que prefería quedarme en casa.
Varias veces
estuve tentada de llamar a Anabella, ¿sabría ella lo que me había ocurrido? Me
molestaba no tener noticias de mi monjita favorita. El único motivo por el cual
no la llamé fue porque la policía aún tenía confiscado mi teléfono. Como yo les
dije que ese aparato en realidad era de Evangelina, quisieron conservarlo para
ver si podían encontrar algo relevante; pero todos los intentos parecían
inútiles. El teléfono no estaba a nombre de nadie. Era prácticamente
descartable.
En la tarde
del tercer día de incertidumbre recibí otra visita de Arnaldo Echagüe, mi
abogado.
―Tengo una
buena y una mala noticia ―me dijo, mientras se sentaba.
―Empecemos
por la buena, total ya estoy acostumbrada a que todo lo bueno se arruine.
―La buena es
que te conseguí un acuerdo con el fiscal bajo el cual podés salir en libertad.
―¿Sin condenas
de por medio?
―Sin ninguna
condena.
―Excelente
―no sonreí porque todavía faltaba lo peor― ¿Y cuál es la mala?
―Que depende
de dos cosas: la primera, es que seas realmente inocente.
―Eso no me
preocupa, sé que lo soy.
―Ok. La
segunda es que vas a tener que hablar con Evangelina.
―¿Yo? ¿Por
qué yo?
―Porque logré
convencer al fiscal de que vos no tuviste nada que ver y que, en tal caso, la
única posible sospechosa es Evangelina. Me costó un montón hacer eso, dado que
no tenía ninguna prueba; pero al final lo conseguí. El fiscal se está dando
cuenta de que vos sos demasiado… ilusa.
―Por no
decirme boluda.
―Algo así.
Piensa que vos no pudiste haber planeado todo esto y ya se está convenciendo de
que sos una víctima, o bien, parte de una organización. Vos tenés que demostrar
que sos inocente.
―Está bien.
¿Qué es lo que tengo que conseguir de Evangelina?
―Lo que sea
que ayude a probar tu inocencia. Vas a tener que usar mucho la cabeza.
*****
Al día
siguiente fui a la casa de Evangelina. No me costó encontrar coraje para
hacerlo, porque yo quería salir en libertad. Estaba decidida a probar mi
inocencia.
La sonrisa
con la que me recibió Evangelina me erizo el vello de los brazos. No podía
creer que me estuviera saludando con tanta simpatía, como si nada malo hubiera ocurrido.
―Hola,
Lucrecia. Podés pasar, adelante.
―Hola ―le
respondí sin entusiasmo.
Nos sentamos
frente a la desvencijada mesa de su comedor. Estaba totalmente segura de que
esa no era la misma mesa que había visto el día en que la conocí. Estaba muy
enojada con esa mujer.
―Sé que estás
enojada conmigo ―me dijo ella sin quitar esa sonrisa bonachona de su rostro.
―Decir que estoy
enojada es quedarse corta ―mantuve mi expresión más huraña.
―Está bien,
no te culpo. Pero sabés que yo no tuve nada que ver con todo ese asunto de los
muebles robados. Me llevé un gran susto cuando vino un policía a interrogarme,
como si yo fuera una crimina. ¿Qué pasó, Lucrecia? ¿Por qué me hiciste una cosa
así?
―No te hagás
la pelotuda, Evangelina ―la rabia subía por mi cuerpo―. Dejá de actuar. Vos y
yo sabemos perfectamente cómo son las cosas. ¡Por tu culpa fui en cana!
―¿Mi culpa?
Me ofendés, Lucrecia ―se puso de pie y caminó hasta su dormitorio. La seguí sin
perderla de vista―. Ahora mismo podría llamar a la policía y decirles que
viniste a agredirme; pero no soy tan mala persona.
Me
encolerizaba cada vez más verla actuar de esa forma.
―Vine porque
quiero que vos misma vayas y te entregues. Te doy esa oportunidad, si lo hacés
vas a conseguir una reducción en la condena.
―¿Condena?
¿Por qué debería yo tener una condena? No hice nada malo ―se sentó en el borde
de su cama, yo me paré frente a ella―. Estás un poquito trastornada, Lucrecia.
Cuando te conocí supe que no estabas en tus cabales, pero no imaginé que la
cosa fuera para tanto ―posó sus dos manos en mi cadera y me acarició.
―¡No me
toques! ―le grité.
―¿Qué es
esto? ―dijo palmeando algo en mi bolsillo.
―Es el
celular que me prestaste ―le contesté, sacándolo―. No lo necesito más. Podés
metértelo en el culo ―le di el aparato y ella lo arrojó sobre la cama.
―Qué
desconsiderada, yo solamente intentaba ayudarte. Sé que no es un teléfono
último modelo, pero como verás, no ando tan bien económicamente como para
prestarte otra cosa ―señaló su entorno, me percaté de que todos los muebles de
su cuarto habían sido reemplazados, ya no eran lujosos, sino que eran tan
ordinarios como el teléfono celular que ella me había prestado.
Sus manos
acariciaron mi cola.
―¡Te dije que
no me tocaras!
―Sólo intento
ser cariñosa con vos, como lo fui aquella noche en la que entraste a mi casa
―sus manos seguían recorriendo mi cuerpo―. Pensé que estabas conmigo porque te
gustaba, nunca me imaginé que me usarías como chivo expiatorio para tus…
crímenes ―desprendió el botón de mi pantalón, y lo bajó, junto con mi bombacha,
hasta las rodillas.
―¿Qué mierda
hacés, Evangelina?
No respondió,
se limitó a levantarme la blusa, junto con el corpiño.
―Aparentemente
no tenés nada; pero preferiría que te saques toda la ropa ―me dijo.
―No me voy a
sacar la ropa.
―Si te sacás
la ropa, podemos hablar con más confianza ―me guiñó un ojo, su sonrisa cambió
completamente, ya no era la de una mujer amable.
Supe que la
única forma de lograr un avance era haciendo lo que ella me pedía. Me desnudé
completamente. Evangelina revisó minuciosamente toda mi ropa, incluso mis
zapatillas. Cuando terminó me miró con una expresión neutra, sin emociones.
―Estaba
buscando algún micrófono.
―¿Qué? ¿Estás
loca?
―¿Loca? No.
Soy precavida, que es diferente. Estuviste presa, supuse que la policía te
había mandado a mi casa usando algún micrófono escondido.
―Estás siendo
muy paranoica. Esas cosas sólo pasan en las películas.
―También
pasan en la realidad. ¿De dónde te creés que sacaron la idea las películas?
―Bueno, ahora
sabés que no tengo ningún micrófono. ¿Vas a dejar de actuar?
―Sigo sin
entender por qué viniste.
―Vine porque
estoy muy indignada con vos. Toda esta situación me indigna, y me asusta. Sé
que puedo ir presa, sé que es tu culpa; pero no puedo hacer nada para probarlo.
La única opción que me quedaba era pedirte por favor que no arruines mi vida de
esa forma.
Evangelina
comenzó a reírse de forma muy macaba.
―¡Qué pena
das, Lucrecia! Me tratás a mí como si fuera la gran culpable de todos tus
males; pero gran parte de la culpa fue
tuya.
―¿Mía... por
qué mía? ―tenía ganas de golpearla, pero me contuve―. Por tu culpa pasé ocho
días encerrada en una celda, fue la experiencia más vergonzosa de mi vida.
Nunca había estado ni siquiera cerca de una comisaría. Ni siquiera me habían
puesto una infracción de tránsito y de pronto, por razones que desconocía, cae
la policía en mi casa y me llevan detenida. ¿Te imaginás el miedo que tenía?
―Lo
imagino... bah, en realidad no. No sé, yo tampoco estuve en una celda; pero me
imagino lo desesperante que puede ser.
―Desesperante
es estar encerrada sin que te digan por qué... y que, para colmo, ahora me
digas que yo tuve la culpa.
―No dije que
tuvieras TODA la culpa, dije que en parte fue culpa tuya. Sos demasiado
crédula, demasiado ingenua.
―Eso ya lo
descubrí. No fue nada grato saberlo, pero ya lo sé. Lo que no sé es por qué me
hiciste eso a mí. ¿Qué te hice yo?
―No me
hiciste nada malo, simplemente fuiste una enorme oportunidad caída del cielo,
como por un milagro; yo simplemente aproveché esa oportunidad.
―Pero...
pero... yo confiaba en vos, creía que eras la mujer más buena del mundo. Una
dulce ama de casa que se sentía sola... y me encuentro con esto. No puedo creer
que todo sea cierto.
―Pero es
cierto, Lucrecia. Eso es lo que yo te dije. Sos demasiado ingenua, pensás que la
gente es tan buena como vos. Sos tan crédula que pensás que todos tienen las
mismas intenciones que vos y que no hay nada raro detrás de las personas; pero
vos ya deberías saber muy bien que todo el mundo tiene secretos. Algunos de
esos secretos son inimaginables para otras personas, y vos nunca te imaginaste
nada. Eras la chance perfecta.
―Después de
lo que vivimos juntas... me hacés eso... ―las lágrimas comenzaron a brotar de
mis ojos.
―¿Después de
lo que vivimos? Lucrecia, básicamente te conté el cuento que vos querías
escuchar, para llevarte a la cama. A vos te encantó toda esa historia de la ama
de casa despechada y solitaria.
―Entonces
¿eso también era mentira?
―No todo era
mentira, hay cosas que son ciertas. Es cierto que me siento muy sola,
especialmente por las noches... no todas las noches, a veces también me
divierto mucho, cuando tengo con quién. Hace más de un año que frecuento esa
esquina, levantando putas para llevarme a la cama, ya me conocen. Digamos que
soy una cliente “habitué”. Ellas vienen encantadas porque siempre les pago muy
bien, las trato muy bien y hasta las dejo pasar la noche acá cuando llueve. A
veces les doy comida... cosas así. Cuido de ellas y ellas saben agradecérmelo.
―Yo creí que
nunca habías estado con una mujer... tu historia sonaba muy convincente.
―Porque fue
real... al menos en parte. Sólo tuve que narrarte mi primera experiencia con
una prostituta, pasó tal cual te lo conté. Me moría de la vergüenza... pero
vos, con toda tu ingenuidad, compraste la historia completa; tal y como yo te
la conté. Nunca dudaste ni una palabra.
―Ese cuento
con el médico con el que te acostaste... ¿también fue mentira?
―No, para
nada. Eso pasó de verdad también, lo que no era cierto es que me haya
divorciado por eso. Mi marido nunca se enteró de esa aventura.
―¿Y qué pasa
con tu marido? ¿Él sabe las cosas que hacés? ¿Por eso te dejó?
―Él sabe...
algunas cosas, a las otras tal vez sólo las sospecha. ¿Qué te puedo decir de
él? Era un tipo muy dulce, cariñoso y amable, siempre atento a las necesidades
de su familia. El marido perfecto, para muchas mujeres; pero no para mí. Podía
ser muy bueno, pero no sabía coger. Le tenía pánico al sexo. Si yo me exaltaba
mucho cuando lo hacíamos, él se avergonzaba y me decía: «Evangelina, por favor,
no digas esas cosas», «Evangelina, tenés que controlarte un poco» ―imitaba en
tono burlón la voz de un hombre, luego comenzó a reírse―. No era tan grave la
cosa, era la mujer. ¿Qué tiene de malo decirle «Viejo, vení que te hago un pete»?
Se escandalizaba si yo le decía al oído «Querido, estoy toda mojada, ¿Cuándo me
vas a coger?». Para un marido común y corriente eso hubiera sido conversación
de todos los días, el tipo estaría encantado; pero él no. Cada vez que le
chupaba la verga me miraba como si yo fuera una loca, una demente. Me cansé de
ese trato, empecé a engañarlo con otros tipos, el médico fue solamente el
primero. No sé con cuántos me acosté, pero sé que fueron muchos. Mi trabajo me
permitía estar fuera de casa durante muchos días, por lo que terminaba en algún
hotel de cualquier parte con un hombre al que ni siquiera conocía. Así aprendí
muchas cosas de la calle, de la vida real. Aprendí a moverme sin llamar la
atención y aprendí a hacer otro tipo de negocioso. Me enteré de gente que
vendía artículos de gran valor en un mercado negro. Entré a ese mundo porque yo
misma tenía buenos artículos para ofrecer. Al ser visitadora médica, vendía
instrumentos y aparatos que eran muy valorados por médicos clandestinos; me los
pagaban el triple de lo que valían. Fueron las mejores épocas de mi vida,
ganaba buena plata y el boludón de mi marido (que me recuerda mucho a vos), se
creía todo lo que le decía. «Si amor, tengo que salir mañana temprano a visitar
una clínica, por eso me quedo a pasar la noche acá», mientras, en ese mismo
momento, tenía a un tipo enterrándome toda la verga en la concha.
―¿Y a vos te
calentaba hacerle eso? ―pregunté tragando saliva.
―Por
supuesto, era lo más excitante de todo. Llamarlo mientras estaba cogiendo con
alguno, él nunca sospechaba nada. Yo siempre esperaba a estar en algún cuarto,
cogiendo con alguien, para llamarlo. Me calentaba mucho que él no se diera
cuenta de las cosas que me hacían. Podía estar chupando una verga mientras él
me contaba las pelotudeces que había hecho en el día. O podía tener dos tipos
turnándose para darme por el culo, mientras yo le contaba cómo había sido de
aburrido mi viaje.
De pronto se
puso de pie y se desnudé de la cintura para abajo.
―Perdón ―dijo―,
pero hablar de este tema me calienta un poco. ¿No te pasa a vos cuando te
cuentan una anécdota erótica? En eso somos parecidas, las dos somos muy
sexuales. Vos harías cualquier cosa por un momento que te haga vibrar el
clítoris, sos crédula e ingenua, pero ya vas a aprender. En el resto, somos
iguales ―comenzó a acariciarse la vagina, como si yo no estuviera ahí.
―Te voy a
pedir que no me compares con vos, yo no soy así.
―¿No? ¿Me vas
a decir que no te gusta el sexo?
―No me
refería a eso ―me estaba poniendo muy incómoda verla masturbándose―, me refería
a que yo no haría nada delictivo como vos.
―Pero estamos
de acuerdo con el sexo ―esta mujer que me hablaba distaba mucho de la dulce
Evangelina que creía haber conocido― ¿No querés que nos revolquemos un ratito?
―¿Vos te das
cuenta lo que me estás pidiendo? ¿Estás loca, Evangelina?
―No sería la
primera vez que cojamos juntas.
―Estoy muy,
pero muy enojada con vos. No podés pedirme algo así en un momento como este.
―Lo que pasó,
ya pasó, Lucrecia. No podés volver el tiempo atrás, pero tendrías que estar
agradecida que te soltaron. Más no podés pedir.
―Puedo pedir
que vos vayas a la cárcel, donde tenés que estar.
―Eso no va a
ser posible, es tu palabra contra la mía. Al igual que con esos dos fleteros,
los cuales me cogieron en más de una ocasión. Me montaron entre los dos. Los
tengo comiendo de la palma de mi mano. Salgo ganando querida, ya te demostré
que puedo mentir muchísimo mejor que vos.
―La
diferencia es que yo no tendría que mentir.
―Pero te
pondrías tan nerviosa que nadie te creería nada. ¿Qué diría yo? «Oficial, esa
chica se hizo pasar por prostituta, sabía de mi debilidad con esas mujeres, lo
siento, es que una dama también tiene sus necesidades. Ella me engañó para que
la hiciera entrar a mi casa... yo le juro que desconocía sus intenciones» ―esas
palabras me provocaron escalofríos, tenía razón, podía mentir con una
naturalidad excepcional. En un jurado, y sin pruebas, no tenía chances de salir
ganando―. Entonces, ¿qué decís? –Volvió a preguntarme―. ¿Me chupás la concha?
―No,
Evangelina, ya te lo dije. No vine para acostarme con vos.
―Espero que
un par de mentiras no hayan arruinado nuestra amistad, la gente miente siempre.
―¿A vos te
parece que sólo fueron un par de mentiras? ¡Tengo una causa penal abierta, Eva!
Vine para que me explicaras por qué me hiciste esto... y te comportás como una
maniática. ¡Estás totalmente loca! ¡Estás enferma!
―Puede que lo
esté, no es la primera vez que me lo dicen. Incluso hubo gente más
“especializada” que me ha llamado sociópata ―se encogió de hombros―. En mi
opinión yo sólo aprovecho las oportunidades cuando las tengo. ¿Querés que te
cuente todo? Bueno, te lo cuento, pero vas a tener que meterte en la cama
conmigo... de lo contrario te voy a pedir que te retires.
Era tan fría
y manipuladora que me daba miedo. Me subí a la cama en contra de mi voluntad.
Ella, sin previo aviso, se aferró a mis nalgas y empezó a chuparme la vagina.
Me morí del asco, por primera vez en mi vida sentí asco al tener sexo con una
mujer. Podía sentir su lengua contra mi clítoris, pero no me excitaba para
nada.
―Me gusta
mucho el sabor de tu concha, Lucre. ¿Te han dicho que tu concha es muy rica?
―no le contesté―. A mí me encanta chupar conchas… es decir, prefiero una buena
pija, claro… pero las conchas también tienen su encanto. De todas formas lo más
lindo es tener una concha en la boca y una pija en el culo. ¿Alguna vez te
cogieron por el culo? Me refiero a una pija de verdad, no esas mierdas de
plástico que vos usás ―tampoco le respondí a eso―. Mi marido nunca me dio por
el culo; pero el día que me harté de él le mostré las fotos de todas las veces
que me habían dado por el culo. Pijas de diversos tamaños y formas, todas
penetrándome por detrás. El muy boludo lloraba y decía que no podía ser cierto,
que esa no era mi mujer. Yo le aseguraba de que sí, ese era mi culo. Desde esa
vez no lo vi nunca más, por suerte. Ya no lo aguantaba.
―Sos una hija
de puta.
―Puede ser,
pero siempre la paso bien. La gente, por lo general, no sabe pasarla bien, se
preocupan demasiado por los demás. Lo más divertido fue que mi marido nunca me
descubrió, nunca sospechó nada de nada. Tuve que ser yo la que le confesara
todo.
―¿Eso es lo
que tanto te gusta? ¿Saber que no te pueden atrapar?
―Sí, es lo
que le da emoción a mi vida.
―Pero con los
muebles que me diste te salió mal. Los perdiste, se los llevó la policía.
―No me
importa, Lucrecia. Que se los queden. De todas formas ya vendí los que tenía
acá, me dieron un montón de plata. No necesito la plata, tengo mucha guardada.
Lo hago por la emoción. Vos simplemente entraste en mi vida para ser una ficha
más en mi juego. No lo tomes como algo personal. Puede que pasar un tiempo en
la cárcel te haga espabilar un poco. En cierta forma, yo te hice un favor. Si
yo no te hubiera dado esos muebles y si la policía no hubiera caído en tu casa,
vos seguirías siendo la misma boluda ilusa de siempre. Decime ¿no te sentís un
poquito menos boluda?
―Sí. Eso es
cierto, y como ya no soy tan boluda, me voy.
Al decir esto
bajé de la cama y comencé a vestirme.
―¿Ya te vas?
Pero si recién empezamos a jugar.
―Dejame de
joder, Evangelina. Es evidente que no se puede dialogar con vos. Estás
completamente loca. Espero no tener que verte nunca más en mi vida. Me
desilusionaste completamente
―¿Te creés
que eso me afecta? No es la primera vez que me lo dicen.
―Me cuesta
creer que no te afecte; pero tiene cierta lógica, considerando que sos una
psicópata… y una de las peligrosas. Te gusta arruinarle la vida a las personas
que te muestran más cariño. Eso lo hacés porque vos misma no podés entender lo
que es sentir aprecio por alguien
―¿Terminaste
con tu análisis psicológico? ―me preguntó con poco interés.
―Sí. Me voy,
hasta nunca, Evangelina ―terminé de vestirme.
Caminé hacia
la puerta de salida. Intenté abrirla, pero estaba cerrada. Vi la llave colgada
a pocos metros de ella, y la tomé sin pedir permiso.
―Es una pena
que te vayas tan pronto ―Eva me había seguido hasta allí, seguía estando
desnuda de la cintura para abajo.
―No me
hables, no quiero saber más nada con vos. Yo ya cumplí con mi parte ―le dije
abriendo la puerta.
―¿Qué parte?
―No te
importa ―abrí y salí, pero antes de marcharme me asomé hacia adentro una vez
más y le dije:― Te recomiendo que te vistas, porque vienen a buscarte ―di un
fuerte portazo, como si con eso la borrara de mi vida para siempre.
Caminé hasta
un auto gris que me aguardaba quince metros de la propiedad de Evangelina. Me
senté en el asiento de atrás. A mi lado estaba Arnaldo Echagüe, mi abogado. En
el asiento de conductor había un policía vestido de civil y en del lado del
acompañante estaba el fiscal Eduardo Sánchez. Este último giró para hablarme.
―Lo hiciste
muy bien, Lucrecia. Por un momento temí que quisieras irte apenas dijo lo de
los insumos médicos venidos ilegalmente.
―Sabía que
eso no tenía nada que ver con mi caso, podría meterla a ella tras las rejas;
pero no me liberaba. No fue nada agradable tener que hablarle, y me avergüenza
mucho saber que escucharon todo lo que ocurrió. Sin embargo prefiero pagar ese
incómodo precio con tal de quedar en libertad.
―De ahora en
adelante sólo te espera un poco de papeleo. Vas a tener que ser testigo ante un
juez; pero ya no te vas a presentar como acusada, sino como una víctima ―me
aseguró Sánchez.
―Eso me deja
mucho más tranquila ―miré a mi abogado―. Arnaldo, te agradezco de corazón todo
lo que hiciste por mí. Sé que te pagan por tu trabajo, pero demostraste ser tan
profesional que me sentí tranquila en casi todo momento. Sabía que no ibas a
descansar hasta liberarme.
―Sí,
agradecele mucho a tu abogado; porque desde mi punto de vista, este era un caso
prácticamente cerrado desde el momento en que entraste a la jefatura ―me
aseguró Sánchez―. Sin embargo me alegra mucho saber que agarramos a esta tal
Evangelina. Estoy seguro de que ella tiene que ver con varios robos de muebles,
si podemos encontrar en su domicilio alguna prueba de quién compró los últimos
que vendió, entonces va a ser mucho peor para ella.
Miré por la
ventana. Dos oficiales uniformados golpeaban la puerta de la casa de
Evangelina, poco tiempo después ella los atendió. No podía escuchar claramente
lo que decían, pero tan sólo un minuto después ya le estaban poniendo las esposas
mientras le leían sus derechos. Había tomado mi consejo de vestirse,
posiblemente ella a último momento se dio cuenta del gran error que cometió al
restregarme sus crímenes en la cara. Tal como lo hizo alguna vez con su marido,
ella disfrutaba glorificarse de sus “triunfos” con sus víctimas; pero esta vez
su víctima vino mejor preparada. Irónicamente terminó yendo presa por el
teléfono que me prestó. La policía sabía que si ella era tan astuta,
sospecharía que yo llevaba algún micrófono escondido en el cuerpo. La idea de
esconderlo dentro del celular fue de mi abogado. Sabía que cobraba una fortuna
por sus servicios, pero si algún día en mi vida volvía a precisar de un
abogado, haría todo lo posible por contratarlo a él.
*****
Avisé a todas
mis amistades que ya estaba libre de sospecha, todos se alegraron mucho y me
dijeron que querían hacer una fiesta para celebrarlos. Les aseguré que Rodrigo
ya se les había adelantado con la idea y que dentro de un par de noches nos
prestaría Afrodita, para que lo usáramos sólo unas pocas personas, en una
fiesta más íntima y personal.
Rodrigo se
estaba convirtiendo en mi mejor amigo, no sólo me había conseguido trabajo,
sino que además se encargaba de ayudarme en todo lo que pudiera, brindándome
aquello que necesitara. Con la excusa de que yo no podía estar incomunicada
mientras trabajaba con él, usó parte del presupuesto de Afrodita para comprarme
un nuevo Smartphone. Lo acepté, pero
igual me quejé con él por haber invertido en un modelo tan caro, habiendo
tantos económicos disponibles. De todas formas no puedo negar que me sentí como
nene con juguete nuevo cuando empecé a explorar todas las funciones y la
capacidad que tenía. Se sentía bien volver a estar conectada con el mundo
informático. Mi amigo me aseguró que la próxima vez me daría una notebook,
ya que también la precisaba para trabajar desde casa.
―No es
necesario que vayas todos los días hasta Afrodita si tu trabajo es meramente
administrativo ―me aseguró. Tenía el mejor jefe del mundo.
―Gracias por
todo, Rodrigo.
―No tenés
nada que agradecer, de hecho me siento mal por no haber tenido dinero para
pagar tu fianza.
―No digas eso
―me enojé―. Vos no tenías por qué pagar mi fianza. Este fue un problema que
ocasioné yo y vos no tenías nada que ver.
―Lo sé, pero
de todas formas…
―Nada. De
todas formas, nada. Vos hiciste más de lo que debías. Seamos sinceros, Rodrigo.
Vos podrías haberme echado tranquilamente, no es nada favorable para el negocio
tener una empleada implicada en un robo; sin embargo no lo hiciste.
―Somos amigos…
―Sí, pero
tampoco es que nos conozcamos tanto. No hace mucho tiempo que somos amigos. Vos
confiaste en mí desde el primer día en que me conociste. Yo te debo tanto a vos
que me da vergüenza. Te agradezco enormemente la confianza que me tuviste; pero
te podría haber pasado conmigo algo similar a lo que me pasó con Evangelina.
―Lo sé, ese
es el riesgo de confiar en la gente; pero eso no significa que no vaya a
confiar en nadie, ni que deba confiar en todo el mundo. Hablando de eso, este
tal Dani, el que pagó tu fianza…
―¿Qué pasa
con él?
―Me enteré
que quiere invitarte a cenar.
―Así parece.
¿Por qué lo decís? ¿Sabés algo? ¿Debería confiar en él?
―Eso es algo
que tenés que responderte vos sola, Lucrecia. Al menos te puedo decir que no
parece ser mala persona, pero eso es una simple impresión mía.
―Estoy
asustada. Desde que pasó esto con Evangelina siento que no puedo confiar en
nadie.
―Pero lo peor
que podés hacer es desconfiar de todo el mundo.
―Lo sé.
―¿Vas a
aceptar su invitación?
―Posiblemente,
no. Intentaré buscar una forma más indirecta de agradecerle lo que hizo por mí.
*****
Toda la
pesadilla con Evangelina por fin había terminado, y podía relajarme en mi
propia casa.
Entré a mi
dormitorio y no me importó que sólo tuviera un colchón en el suelo, al menos
era mí colchón y ningún policía me vendría a golpear la puerta con una orden de
registro.
Intenté conciliar
el sueño, pero me resultaba imposible dormir más de dos horas seguidas. Me
despertaba constantemente, toda transpirada y con la respiración agitada.
Temerosa de que alguien estuviera dentro de mi cuarto y que quisiera
lastimarme. Decidí dejar la luz encendida; pero esto me ayudó poco.
Pensé que
había sido sólo cuestión de una noche, pero ese terror que me invadía mientras
dormía, se repitió a la noche siguiente… y en la que le siguió a esta.
No encuentro
las palabras exactas para describir lo que me ocurría. Si tenía algún tipo de
pesadilla, no podía recordarlas. Sólo me quedaba la angustiante sensación de
peligro inminente. Como si de pronto alguien fuera a saltar desde el interior
de mi ropero para atacarme. Al no poder dormir bien andaba como un zombie
durante el día. Tatiana me preguntó varias veces qué me pasaba, pero yo me
limitaba a decirle que estaba por agarrarme alguna gripe o algo así. Ella, muy
amablemente, se ofrecía a prepararme té y comida sana. A veces hasta me daba
algún que otro besito y me decía que todo iba a estar bien. Le aseguré a mi
amiga que ella sería la mejor madre del mundo, si algún día decidía tener
hijos.
A la cuarta
noche, viendo que se volvía a repetir esa fuerte sensación de inseguridad, fui
a dormir con Tatiana. Abrazada a ella pude dormir mucho mejor. Sus grandes
tetas eran las almohadas más terapéuticas del mundo. Creí que pasar unas noches
en su cama me ayudaría a componerme; pero el terror irracional comenzó a
acompañarme incluso durante el día.
No sabía
exactamente de qué tenía miedo. A veces pensaba en la prisión, y otras veces en
el hijo de puta que me arrebató la virginidad; también el pensar en mis padres
me atormentaba. Pero ninguno de esos elementos estaba conmigo. ¿Por qué me
perseguían de esa forma?
No sabía qué
me estaba ocurriendo; pero me daba mucho miedo.
Continuará...
Comentarios
todas tus series de relatos son excelentes, pero "Me niego a ser lesbiana" tiene ese algo que la distingue, al menos para mi.