Capítulo 05.
Intenso y prohibido placer.
Fabián seguía mirando la uva, que había
logrado extraer de mi vagina, como si fuera una pepita de oro.
―¿Pensás que esa fue la última?
―preguntó.
―No lo sé. Si te soy sincera no sé
cuántas metí. Pero al menos ahora sé cómo sacarlas.
―¿Con los dedos? La verdad es que
demoramos un montón…
―No, me refiero al orgasmo. La uva salió
cuando yo tuve un orgasmo. Tuve que pujar un poco cuando sentí que bajaba, y
vos pudiste agarrarla con los dedos.
―Comprendo, hay que combinar las tres
cosas, el orgasmo, la puja y…
―Fabián, no me importan los detalles
técnicos, lo importante es que salió, y no me voy a quedar tranquila hasta
saber que fue la última. Tengo que aprovechar ahora, que sigo caliente ―me di
la vuelta y me puse en cuatro sobre la cama, con la cola apuntando hacia mi
hijo―. Dale, ayudame.
Pasando un brazo por debajo de mi cuerpo
comencé a frotarme el clítoris. Fabián no dijo nada, pero si actuó. No se quedó
detrás de mí, sino que se colocó de rodillas a mi lado. Posó su mano izquierda
en el centro de mi espalda y con la derecha se fue directamente a mi concha. Me
clavó dos dedos y empezó a masturbarme con ellos.
Estaba a merced de mi propia calentura.
Sabía que ésta era una tarea inútil, pero la encontraba morbosamente excitante.
Nunca había experimentado algo semejante con otro hombre, nunca ninguno me
había inspirado tanta confianza. Fabián me metía los dedos tan rápido y con
tanta fuerza que yo tenía la sensación de que me estaban cogiendo. Los
chasquidos húmedos que provocaba este frenético movimiento ayudaban a aumentar
la ilusión. Cuántas veces había fantaseado yo con un hombre que me cogiera de
esa forma... tan dura, tan constante. Todo esto me hacía desear una buena
verga.
―Mmm, que rico. Lo estás haciendo muy
bien. De paso estás practicando para cuando tengas que pajear a una mina.
Fabián se detuvo repentinamente, cuando
estuve a punto de preguntarle por qué lo hizo, uno de sus dedos se me hincó en
el culo.
―¡Ay!
―Perdón, ¿te dolió?
―No, no… lo que pasa es que me tomó por
sorpresa.
―Es que como dijiste que te gustaba…
―Sí, sí me gusta. Meteme el dedo en el
culo.
Supliqué como una puta agarrándome las
nalgas con ambas manos y abriéndolas para que mi hijo pudiera enterrar su dedo
en ese agujerito que tantas fantasías sexuales había despertado en mí.
El dedo comenzó a ejercer presión en el
orificio, debido a la buena lubricación brindada por mis propios flujos, éste
comenzó a introducirse lentamente.
―Ahh, qué rico se siente ―Fabián empujó
hasta que su dedo no pudo entras más, pero aún no me lo había metido completo―.
Sacalo y volvé a meterlo. Sí, así… ay, ay… ay qué rico.
Esta vez sí consiguió metérmelo
completo. Fabián tenía unos dedos maravillosos para esa tarea, eran bien
gruesos y firmes.
―Movelo hasta que el culo me quede bien
abierto.
Él obedeció y yo cerré los ojos para
disfrutar de la sensación. Me lo estaba dilatando de maravilla. Podía sentir
esa rica succión cada vez que lo movía, todo mi bajo vientre se estremecía de
placer.
Después de un rato, le dije:
―Ahora meteme otro dedo.
Él, sin decir ni una palabra, sacó el
dedo y a continuación regresó con dos. Tuvo que ejercer más presión, pero al
fin sentí cómo mi culo se abría y los dejaba entrar. Sin que se lo pidiera, él
comenzó a meterlos y sacarlos lentamente.
―¡Ay, cómo me lo estás abriendo! Me
gusta. Tenés los dedos tan gruesos que parece que me estuvieran metiendo una
verga.
Si bien nunca había sentido un pene el
culo, sí los había recibido en mi vagina, y sabía perfectamente cómo se
sentían.
Fabián comenzó a aumentar el ritmo
progresivamente, pasados unos segundos ya me daba toda la sensación de que me
estaban cogiendo por el culo, por primera vez. Esto no se comparaba en nada a
masturbarme sola, ya que, al no tener el control, no sabía cuándo me penetraría
ni cuándo los sacaría. No quise masturbarme porque prefería que todo el placer
que sintiera, proviniera de mi culo.
―Así… así. Dame rápido. Colame los dedos
sin miedo, que a mí me gusta.
Gracias a este incentivo verbal conseguí
que Fabián pusiera más ímpetu. Su mano parecía estar temblado vigorosamente
entre mis nalgas, los dedos casi no salían de mi culo, pero el movimiento era
tal que me estaba rebalsando de placer. Comencé a gemir. Luego de unos cuantos
segundos de goce, dije:
―¡Cómo me calentaría tener una buena
pija en la boca! ―con la mano izquierda busqué el miembro de mi hijo―. ¡Ay, qué
lindo! Ya se te puso bien dura otra vez. Vení, traela para acá.
Fabián avanzó un poco, sin dejar de
darme placer anal. Al tenerlo más cerca, me bastó con inclinar un poco el torso
y la cabeza, para que esa potente verga quedara al alcance de mi boca. Él podía
seguir metiéndome los dedos cómodamente. Le chupé el glande con pasión.
―Esta verga me vuelve loca, es la más
rica que me comí en mi vida.
La manía de decirle locuras sexuales a
mi hijo seguía teniendo un increíble efecto en mí. Volví a meterla en mi boca,
intentando tragar un poco más. No me importaba que él no respondiera a mis
comentarios, ya que esa no era mi intención, me bastaba con que escuchara lo
que yo tenía para decir.
Comencé a mover mi cabeza. No era la
posición más cómoda para hacer un pete, pero era la única que se me ocurría, si
es que también quería seguir recibiendo esos adictivos dedos por el culo.
―Qué lindo sería poder cabalgar una
poronga como ésta. Si toda la leche que me tomé, me la hubieras metido dentro
de la concha, me la rebalsabas ―le di un chupón al glande―. Debe ser muy lindo
que te la llenen de esa manera. ¡Uf! Se me hace agua la concha de sólo
imaginarlo.
Estaba disfrutando tanto que mi cabeza
comenzó a trabajar para idear una forma de estar más cómoda. Hasta que por fin
se me ocurrió.
―Frená un poquito, Fabián ―le pedí; él
me hizo caso―. Acostate en la cama, bocarriba ―mientras él cambiaba de
posición, yo seguía hablando―. Quiero estar más cómoda, para poder comerme toda
esa pija.
Una vez que él quedó mirando al techo,
yo me coloqué, en cuatro patas, arriba de él; pero con la cabeza apuntando
hacia su verga erecta, y ofreciéndole mi culo.
―Ahora sí ―dije aferrándome a ese rígido
mástil, con ambas manos.
Mi hijo volvió a introducir sus dedos en
mi culo y yo volví a reanudar el pete. Esta vez podía tragármela hasta donde me
entrara. Tal vez había sacrificado un poco la velocidad con la que mi hijo me
daba por detrás, pero valía la pena.
―Lo estás haciendo muy bien, Fabián.
Cuando tengas una novia a la que le guste que le metan los dedos por el culo,
la vas a hacer muy feliz. Y ni te digo cuando le entierres toda esta verga por
la cola ―acaricié sus huevos y le di varias lamidas al pene, como si fuera un
helado―. ¡Qué envidia me da! A mí también me gustaría que me metieran por el
culo una pija como ésta ―chupé el glande―. Bien despacito, hasta que el culo me
quede bien abierto ―tragué todo lo que pude y luego la saqué lentamente,
apretando mis labios―. Y después que me den bien duro, y bien rápido.
Empecé a chupársela tan rápido como
podía mover mi cabeza. Me dediqué a esto durante varios segundo, disfrutando de
los dedos de mi hijo entrando y saliendo de mi culo. Pensé en la chupada de
concha que me había dado Luisa y me dije a mí misma que no había razón para
negársela a mi hijo.
―Fabián, me imagino que nunca chupaste
una concha…
―Eh… ―estaba atontado, no era para
menos, después de todo lo que estaba pasando―. No, nunca.
―¿Y por qué no te sacás las ganas?
Di golpecitos con la manos a mi rajita
húmeda, indicándole que podía proseguir sin miedo. Continué mamándosela y
aguardé hasta que él se animó a dar la primera probada. Sólo pasó su lengua, de
forma tímida. No quise presionarlo, él tenía todo el derecho del mundo al
sentirse inhibido, después de todo no sólo era la primera concha que chupaba,
sino que además era la de su madre.
Al final tomó coraje y se prendió a mis
carnosos labios usando toda su boca. Esperaba que pudiera disfrutarlo tanto
como yo disfrutaba chupar su pija. Empezó a recorrer mi vulva con su lengua,
sorbiendo todos mis jugos. Los dedos se detuvieron en mi culo, pero no me
importaba demasiado, ya que aún los seguía teniendo dentro, y el placer ahora
era por parte triple. Reanudé la mamada y caí en la cuenta de que estaba
haciendo un espectacular 69 con mi hijo. Eso, en lugar de asquearme, me
calentó.
Él comenzó a chuparme el clítoris y yo
me estremecí de placer mientras engullía su verga. Fabián no tenía el talento
de su hermana, pero al menos lo hacía correctamente. Debía tener en cuenta que
era su primera vez. Además conseguía el objetivo: calentarme.
―Mmm, esta pija me pone muy puta.
Continué con mis comentarios cachondos
intercalados de intensas chupadas a la verga.
―Espero que todavía le quede mucha leche
adentro, porque todavía tengo ganas de tomar.
La mamé durante unos cuantos segundos
más y luego dije:
―¡Cómo me gustaría que me dieran una
buena cogida!
De todos los comentarios que había
hecho, este último fue un error.
Repentinamente Fabián se movió a gran
velocidad, sacó los dedos de mi culo y se deslizó debajo de mí, hasta salir por
completo. Luego apoyó una de sus pesadas manos en mi espalda y acercó su verga
a mi concha.
―¡No, no. Pará Fabián, pará! ―Exclamé
entre risas.
Él se detuvo en seco. No me reía porque
fuera gracioso, sino por puros nervios. Él se había tomado demasiado a pecho mi
comentario; pero por suerte logré detenerlo antes de que fuera demasiado tarde.
―No dije que vos lo hicieras ―le
aclaré―. Simplemente era una loca fantasía que tenía en la cabeza ―él se apartó
de mí.
―Perdón, yo creí que…
―Todo bien, no pasa nada. Pero sos mi
hijo, Fabián, no me podés hacer eso.
No sabía si esa excusa seguía siendo
válida a esa altura de la noche, pero tendría que bastar.
―Perdoname, soy un boludo.
Giré en la cama y vi sus ojitos tristes.
―No, Fabián. No lo sos. Yo también estoy
caliente y sé que uno puede perder la cabeza por la excitación ―de hecho, yo ya
la había perdido casi por completo… casi, no iba a permitir que él me
penetrara. Lo noté tan desilusionado que se me encogió el pecho―. Ya sé qué
podemos hacer ―le dije con una sonrisa―. Si prometés no metérmela, te voy a
dejar que me la pases por afuera, un ratito. Después te la sigo chupando.
¿Querés?
Él asintió con la cabeza, me dio la
impresión de que si yo no sugería eso, se largaría a llorar. A pesar de su
madurez, para ciertas cosas él seguía pareciendo un niño.
Me puse en cuatro sobre la cama y separé
las piernas, ofreciéndole toda mi retaguardia. No tuve que pedirle que se
acercara, él lo hizo solito. Puso una mano en mi espalda, pero con mucha más
suavidad que la vez anterior. De reojo pude ver que se agarraba la verga y me
la acercaba a la concha.
―Con cuidadito ―le dije―. Sin meter
nada. Y si yo digo alguna locura, no hagas nada sin preguntarme primero.
―Ok.
La gran cabeza de su pene se posó entre
mis labios vaginales. Él comenzó a mover su miembro como si me estuviera
acariciando con él. Lo hacía muy bien, justo como yo se lo había pedido, con
mucha cautela y sin apuntar hacia adentro. Al principio estuve un poco tensa,
pero luego de unos segundos supe que podía confiar en él y me relajé, apoyando
la cara contra el colchón. Me dio suaves golpecitos con la verga, lo cual me
excitó mucho y me permitió volver a juntar coraje para seguir con mis
comentarios cachondos.
―Mmm, eso me va abrir la concha, más de
lo que está ―él aceleró los golpecitos―. Qué rico, Fabián, me gusta ―él comenzó
a moverla de forma circular, la punta de su verga dilataba mi agujerito, pero
no entraba nada―. ¿Por qué no me metés los dedos en el culo, mientras tanto?
Abrí mis nalgas usando las manos, y él
me enterró los dos dedos, de una sola vez.
―Ay, cómo se nota que lo tengo bien
abierto ―le dije.
Empezó a hurgarme el agujero anal,
haciendo girar sus dedos hacia un lado y hacia el otro; suspiré de placer, era
una sensación demasiado deliciosa. Su verga también me daba mucho placer, no
sólo por el roce contra mis labios, sino porque en varias ocasiones la rozó
contra mi clítoris.
Después de darme un ratito con los
dedos, los sacó. Acto seguido comenzó a darme golpecitos con la cabeza de la
verga contra el agujero del culo.
―Sí, eso me gusta ―dije en un suspiro.
Los golpes se hicieron más potentes, ya
podía sentir mi culo abriéndose de deseo. Mi cuerpo sudaba por la inmensa
calentura. Me hacía sentir joven y bella otra vez saber que tenía a un muchacho
golpeándome la entrada del culo con un pene enorme; aunque se tratase de mi
hijo.
―¡Qué
rico! A mí me gusta que me peguen con la verga, especialmente en la cara.
―¿Si? ―al parecer logré captar su
curiosidad.
―Sí, me encanta que me den pijazos en la
cara.
―¿Querés que…?
―Sí, sí quiero ―le respondí antes de que
terminara de formular la pregunta.
Me di la vuelta y quedé de rodillas en
la cama. Fabián dudó unos segundos hasta que decidió que la mejor opción era
ponerse de pie. Su gruesa y venosa verga quedó muy cerca de mi boca, por eso
aproveché a darle un chupón. Luego él se la agarró con una mano y me dio
golpecitos cortos y suaves en la mejilla.
―¿Así? ―preguntó.
―No, así no. Más fuerte.
Intensificó los golpes, pero aún seguían
siendo demasiado débiles.
―Fabián, vos sos demasiado cuidadoso.
Hay mujeres a las que les gusta que las traten como damas durante todo el día;
pero que las traten como putas en la cama. Yo soy una de esas. Vos tenés que
aprender a tratar a una mujer como puta ―como madre sabía que le estaba dando un
pésimo consejo, por eso quise mejorarlo―. Pero sólo si la mujer quiere y lo
hacés dentro del respeto. No seas tan gentil cuando la situación no lo requiere.
Asintió con la cabeza, su mirada se
volvió más severa. Sujetándose la pija firmemente, me azotó la cara. Se escuchó
un chasquido.
―¡Ay, sí, eso!
Me dio otro pijazo, con la misma
intensidad. Cerré los ojos y disfruté. Él comenzó a repetir la acción una y
otra vez. Me encantaba sentirla golpeando contra mi cara y el ruido que hacía.
Cuando podía intentaba lamerla o metérmela en la boca, pero era muy difícil
hacerlo, ya que él no dejaba de moverla y azotarme.
De pronto él me sujetó la cabeza y me
metió buena parte de su falo dentro de la boca. Cuando lo sacó, intenté
recuperar el aire. De mis labios caía saliva.
―¡Uf, eso me hizo sentir re puta! ―le
dije―. Me gusta.
Me cacheteó la cara con la verga un par
de veces más y luego me obligó a tragarla otra vez, pero en esta ocasión me
obligó a tenerla un poco más dentro la boca, mientras él movía su cadera de
atrás hacia adelante.
―¿Te gusta chuparla, p… puta? ―dijo en
un tímido susurro.
Mi hijo me dijo puta… y me gustó, aunque
lo haya dicho con tanta vergüenza. Al pobre le costaba mucho soltarse, pero yo
pensaba ayudarlo a hacerlo.
―Sí, me encanta chupar pijas,
especialmente esta, que es tan grande.
Me llevó a un mundo de pleno goce cuando
reanudó los azotes. Ya se medía menos, algunos hasta me dolían, pero era un
dolor placentero y morbosamente excitante. Los dedos de Fabián se aferraron a
mi cabello y una vez más me enterró la verga en la boca. Me obligó a mover la
cabeza de atrás hacia adelante. Mientras yo me atragantaba con toda esa carne,
lo escuché decir:
―Cometela toda, puta.
Noté un poquito más de confianza en la
voz de mi hijo. Algo vibró en mi interior, entre mi pecho y la boca de mi
estómago. Era un revoltijo sumamente agradable. La sacó de mi boca y la saliva
saltó, formando finos hilos. Necesitaba tomar aire; pero él no me dio mucha
tregua. Me pegó tres o cuatro veces con su pija y una vez más me obligó a
engullirla. La tenía tan adentro que temía que me dieran arcadas, pero me
tranquilicé y dejé que el falo se deslizara de la forma más cómoda posible. Mi
hijo se estaba comportando como un salvaje, pero sabía que yo no podía tragarme
toda su verga.
―Ay, estoy toda mojada ―dije cuando me
liberó.
―¿Y por qué te mojás?
―Porque esta pija me encanta. Me la
quiero comer toda.
―¿Por eso te mojás?
―Sí, y porque cada vez que la chupo, se
me abre la concha… ella también la quiere tener adentro.
―Te mojás porque sos puta.
Me encantó escucharlo decir eso.
―Sí, soy puta. Soy puta y quiero pija.
Diciendo esto me puse de pie en la cama,
dándole la espalda. Luego me incliné hacia adelante y me abrí la cola con las
manos. Sentí la verga deslizándose por toda la raya de mi concha, hasta llegar
a mi culo. Allí ejerció un poco más de presión, pude sentir cómo mi agujero se
abría levemente. Luego volvió a bajar e hizo lo mismo con mi concha, ésta
estaba más dilatada y mejor lubricada, por lo que pude sentir una pequeña
invasión de la punta de esa verga. Retrocedió y volvió a posarla de la misma
manera.
―Te sale juguito de la concha ―me dijo.
―Sí, es que mi concha está emocionada,
nunca había tenido una verga tan grande amenazándola.
―Reconocé que te morís de ganas de
sentirla adentro, puta.
―Sí…
―Sos muy puta, no te podés resistir a
una buena verga.
―Es cierto, no puedo… me gustan mucho
las vergas ―mi corazón se sacudía violentamente, me encantaba este juego
morboso, aunque supiera lo peligroso que era jugarlo con mi hijo.
―Cuando ves una pija, te gusta entregar
la concha… —no era una pregunta, sino una afirmación. Él no dudaba de que su
madre era lo suficientemente puta como para abrirse de piernas ante la promesa
de una buena pija.
―Sí, la entrego toda ―no podía más,
estaba padeciendo la peor calentura de toda mi vida―. Así la entrego, mirá…
―Comencé a retroceder muy lentamente―. La entrego toda. Me gusta sentir cómo la
cabeza de esa pija me la abre ―el glande comenzó a introducirse, dilatando mi
sexo como nunca lo había hecho ante un pene―. ¡La quiero toda adentro ―seguí
retrocediendo y pude sentir cómo esa gruesa y venosa verga se me iba enterrando
lentamente, de no haber tenido la vagina tan dilatada, me hubiera dolido mucho,
ya que podía sentir cómo mis músculos internos se estiraban―. ¡Uf, qué rica
está! Y parece que no se termina nunca ―me daba la sensación de que nunca
podría meter todo ese pedazo de carne dentro de mí―. Desde que te vi la pija
que estoy con ganas de tenerla bien metida dentro de la concha ―el último tramo
fue el más difícil, tuve que apretar los dientes por el esfuerzo y presionar
intensamente hacia atrás, me ayudaba mucho el que mi hijo también estuviera empujando
lentamente hacia adentro.
―¿Querés que te la clave toda, puta?
―Sí, sí… eso quiero. Clavamela toda.
Empujó hacia adelante con fuerza y me
invadió un agudo dolor, junto con todo el resto de esa gran pija. Solté un
largo gemido de placer, era lo más maravilloso que me habían metido por ese
agujero, el cual parecía que no podría contener todo por mucho tiempo.
―¡Ay, pero qué delicia! Ahora ya sabés
lo que se siente tener la verga bien metida en la concha de una puta.
Él se mantuvo estático y yo comencé a
masturbarme, disfrutando al máximo de ese miembro viril en toda su extensión.
―Ahora sácamela despacito ―le dije
después de unos segundos.
Fabián obedeció, fue retrocediendo
lentamente, haciéndome gozar de cada centímetro de su verga. Era hermoso poder
sentirla deslizándose de esa manera. Hasta que por fin la sacó completa. Había
tenido la verga de mi hijo adentro, pero estaba tan caliente que no podía
sentirme culpable.
Volví a girar hacia él, me arrodillé y
le di una larga lamida a todo el glande. Estaba lleno de mis propios juguitos,
lo cual me gustó mucho.
―Me dejaste re abierta ―le dije,
mientras con una mano me tocaba los labios vaginales y con la otra lo
masturbaba.
―Eso te pasa por puta.
Incentivada por esas palabras, empecé a
mamársela con alevosía. Estaba enloquecida, no sabía qué me pasaba, pero
tampoco me importaba descubrirlo; sólo quería seguir comiéndome esa pija.
―Cómo te gusta hacer petes ―me dijo
agarrándome de los pelos.
―Sí, me encanta. Es más, en forma de
agradecimiento a todo lo que hiciste por mí, te voy a hacer petes todo el fin
de semana. ¿Querés? Y cada vez que acabes, me voy a tomar toda la leche.
No sabía lo que decía. Estaba hablando
sin pensar. Algo en mi interior me decía que no podía conformarme con chuparla
una sola vez, quería más…
―¿Todo el fin de semana? Pero ya es la
madrugada del domingo.
―Sí, pero es fin de semana largo, el
lunes no trabajo; y tu hermana se queda en la casa del novio hasta el martes
―le di un chupón en el glande―. Ahora lo que quiero es que me des toda la leche.
Reanudé el pete con mucho entusiasmo, ya
poco me importaba que fuera la verga de mi hijo, me encantaba chuparla. Si bien
no podía tragármela toda, la parte que me metía en la boca me dejaba tan llena
que no necesitaba más. Él empezó a moverse otra vez, como si me cogiera la
boca. Esto me fascinaba, hacía que me chorreara la baba.
Estuve chupándosela sin parar durante un
buen rato, ya me dolía la mandíbula de tanto tener la boca abierta; pero no me
importaba, quería que él acabara.
―¿Te falta mucho? ―Pregunté―. Me quiero
tomar la leche.
―Bueno, sí… todavía falta.
―¿Y qué puedo hacer para estimularte un
poquito más? Ah, ya sé ―no esperé su respuesta, volví a pararme en la cama y me
incliné como lo había hecho antes―. A vos te calienta pasármela por la concha,
y por el culo.
Con eso ya le dejé en claro lo que debía
hacer. Agarrándose la verga, comenzó a darme golpecitos entre las nalgas y a
frotarme el glande entre los labios de la concha, haciendo un poco de presión
contra el agujero. Luego hizo lo mismos con el agujero del culo, el cual se
abrió menos, pero se sintió aún más rico.
―Mejor me pongo en cuatro, así estoy más
cómoda ―le dije.
Me puse de rodillas y él se puso de pie
junto a la cama, yo me acerqué al borde y le ofrecí mi cola. Fabián reanudó la
tarea que tanto placer me producía. Esta vez fue un poco más intenso. Cuando me
pasó la pija por la concha, sentí que me metía la punta, pero la sacó
rápidamente. Presionó mi culo, pero con más fuerza que antes, noté que se
dilataba y que el glande comenzaba a entrar; pero no lo hizo, ya que él
retrocedió. Volvió a mi vagina y una vez más, me clavó la cabeza de su pija. La
sacó y la volvió a meter, agregándole un pedacito más. Suspiré de placer,
dándole a entender que eso me gustaba. Estaba mal… pero me gustaba.
Se mantuvo restregándome la verga de
forma ininterrumpida. No siempre me la introducía en la concha, pero cuando lo
hacía, me encantaba. Eso sí, siempre la metía un poquito y nada más. Me la
apoyó en el culo, otra vez, pero esta vez sentí una presión bastante mayor. El
agujero se me fue abriendo tanto que empecé a gemir.
―Cómo te gusta que te abran el culo,
puta.
―Sí, me encanta, especialmente si me lo
hacen con una pija tan gorda.
―¿Querés sentir la cabeza adentro?
―Sí, sí quiero. Meteme la cabeza ―le
supliqué; siguiendo un impulso de completa e irracional lujuria.
Presionó un poco más y sentí que mi culo
se abría como nunca lo había hecho, hasta que, de repente, se tragó completo
todo el glande.
―¡Ay, pero qué delicia! ―Fabián la sacó,
sólo para volver a introducirla de la misma manera―. ¡Ay, sí! Esta pija me vuelve
loca. ¡Qué lindo que es sentirla en el culo! ―él empezó a empujar lentamente
hacia adentro, se sentía muy rico, pero a la vez me dolía―. ¡Ay, Fabián! Si me
la metés toda, me rompés el orto ―se detuvo―. Me gustaría que me lo rompieras
―no podía creer que le estuviera diciendo eso a mi hijo―; pero no creo estar
preparada. Me encantaría sentirla toda adentro, pero me dolería mucho.
―Pero esto te gusta…
La sacó y me metió otra vez la punta de
la verga.
―¡Ay, sí, eso me encanta! Además así me
lo estás abriendo de a poquito.
―Entonces, ¿sigo?
―Antes me gustaría sentirla toda dentro
de la concha, una vez más.
Se posicionó en la entrada de mi vagina
y comenzó a enterrármela lento, pero sin pausa. Yo gemí todo el tiempo, hasta
que la tuve completamente adentro.
―Ya la tenés bien abierta, puta.
―Sí, esa pija me abre toda. ¡Me encanta!
Me gustaría que me dieras un buen pijazo, que me la clavaras toda de una sola
vez. Fuerte.
Retrocedió lentamente, hasta que sólo su
glande quedó en el interior de mi concha, luego, sin previo aviso, arremetió
contra mí como si fuese un ariete intentando derrumbar la puerta de un
castillo. Sentí que le concha se me iba a romper, pero antes de que pudiera
darme cuenta ya estaba soltando un fuerte grito de placer y la tenía completamente
adentro. La sensación fue tan intensa que al gritar levanté mi espalda hasta
que ésta chocó contra el pecho de mi hijo, él se apresuró a agarrarme una teta
con una de sus fuertes manos.
―¡Ay, Fabián… por dios! ¡Eso fue
tremendo! ―exclamé jadeando.
La concha me dolía pero al mismo tiempo
me chorreaba de placer, comencé a masturbarme de forma frenética, él no la sacó
ni un milímetro.
―¿Te gustó, puta? ―me preguntó
susurrándome al oído.
―¡Sí… me encantó! ¡Nunca me habían
clavado así!
—Te morís de ganas de que te den una
buena cogida, puta.
—¡Ay, sí! Quiero que me cojan toda la
noche.
—Entonces, yo te voy a coger —de pronto
sentí cómo sacaba su verga para volver a clavarme otra vez; me hizo gemir de
placer.
—Pero… soy tu mamá, Fabián…
—Sí, puede ser… pero también sos una
puta, y a las putas como vos les gusta que se las cojan —comenzó a bombearme
aumentando gradualmente la intensidad, me daba la impresión de que esa verga me
partiría al medio en cualquier momento, pero al mismo tiempo se sentía de
maravilla—. ¿Te gusta, puta? —preguntó, agarrándome de los pelos, sin dejar de
clavarme.
—¡Ay, sí… me encanta! ¡Cogeme, Fabián, cógeme
bien fuerte! —él lo hizo—. ¡Ay, cómo me gusta!
Si bien podía notar que mi hijo era
inexperto en el sexo, ya que le costaba mantener un ritmo constante, no podía
negar que me estaba dando la mejor cogida de mi vida, y esa sensación no sólo
se debía al tamaño de su verga, la cual me estaba abriendo toda la concha, sino
también al morbo que le sumaba que él fuera mi hijo. Nunca jamás se me cruzó
por la cabeza que yo podría llegar a convertirme en una mujer incestuosa, pero
las frenéticas descargas de placer que me provocaba la cogida que me estaba
dando mi hijo, me dejaban bien claro que me volvería adicta a ellas, y que
habíamos cruzado un punto sin retorno.
Todo mi cuerpo se sacudía ante las
tremendas embestidas de Fabián, y podía sentir cada centímetro de su verga
deslizándose dentro de mi concha, él fue tomando un mejor ritmo y me sumergí en
un agónico momento de placer. En tan sólo unos pocos minutos, me hizo acabar, y
al parecer él lo notó, porque dijo:
—Acabaste como una puta —me volvía loca
que él me dijera esas cosas, nunca me habían tratado de esa manera y que lo
hiciera mi propio hijo lo hacía como veinte veces más morboso.
—No pares, Fabián… por favor no pares…
haceme acabar otra vez.
Él estuvo a punto de detenerse, pero
luego de escuchar mis palabras volvió a acelerar el ritmo, tanto como lo había
hecho antes. Comencé a gemir como una puta, de esas que salen en las películas
porno, nunca antes había gemido de una manera tan exagerada, pero me provocaba
mucho hacerlo, y estaba segura de que a mi hijo le gustaba. No tardé mucho en
volver a tener otro orgasmo, no podía recordar la última vez que había acabado
dos veces seguidas… o que hubiera acabado tantas veces en una misma noche. Mi
concha ya no daba más; pero yo aún seguía caliente.
—Rompeme el orto, Fabián.
—¿Tan puta sos que también me vas a
entegar el culo? —no sabía de dónde había sacado tanta confianza mi hijo, pero
me volvía loca escucharlo hablar de esa manera.
—Sí, quiero que me metas toda la pija en
el orto —mientras hablábamos yo aún tenía su miembro introducido en la vagina.
—¿Y qué pasa con las uvas, no las
buscamos más?
—Me importan un carajo las uvas… ya
salieron todas. No te lo dije porque estaba caliente, y quería pija…quiero que
me cojas toda la noche, Fabián. Y ahora quiero que me des por el culo.
Separé mis nalgas usando ambas manos, ya
no podía más, quería sentirla adentro. Por suerte Fabián no me hizo esperar,
sacó la verga de mi concha y la posicionó en la entrada de mi culo. De pronto
sentí cómo me clavaba un buen pedazo, haciéndome gritar de dolor y placer.
Empezó a bombear y pude sentir cómo ese pedazo de carne se abría paso
lentamente. En ese momento agradecí todas las veces que me introduje objetos
por el culo, ya que de lo contrario no estaría preparada para recibir la gruesa
verga de mi hijo.
—¡Ay, sí, me está entrando toda… qué
rico! No pares…
Sabía que él no se detendría, pero
disfrutaba incentivándolo. Tanto como a mí me gustaba que me tratara como a una
puta, seguramente a él le gustaría que yo me comportara como tal.
—¡Ay, Fabián, me voy a hacer adicta a tu
pija, cada vez me gusta más!
—Pero… ¿Qué carajo?
Escuchamos una voz femenina dentro del
cuarto, giré la cabeza hacia la puerta y allí estaba Luisa, mi hija, mirándonos
boquiabierta.
—¿Qué carajo es esto? —Preguntó una vez
más.
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