El Mar de las Dudas.
-1-
Al despertar ni siquiera recordaba que había pasado la
noche en casa de mi amiga Lara. La encontré acostada a mi lado en cuanto giré
en la cama; lo más impactante fue ver que dormía sobre una mancha de humedad,
ubicada justo debajo de su trasero. Su ropa interior estaba completamente
empapada; la chica había tenido sueños húmedos y, al parecer, habían sido
bastante intensos. Me apresuré a cubrirla con la sábana, procurando no
despertarla; al menos le ahorraría la vergüenza. Luego verifiqué si yo no había
tenido el mismo problema y descubrí que mi situación era aún más embarazosa que
la de ella, estaba desnuda de la cintura para abajo. Estuve a punto de dar un
salto en la cama; pero logré contenerme. Lentamente me senté y escudriñé la
zona en busca de mi bombacha, la encontré hecha un ovillo desprolijo en el
piso; la recogí y, mirando siempre de reojo a Lara, volví a ponérmela. Mis
mejillas deberían estar sumamente ruborizadas, ya que podía sentir el calor
acumulándose en ellas.
Estaba aterrada, si Lara sospechaba algo de lo que ocurrió
durante la noche, me mataría; lo peor de todo era que me odiaba a mí misma por
haberme comportado de esa forma. ¿Cómo se me había ocurrido? ¿En qué pensaba?
Me causaban repugnancia tan sólo la mitad de las cosas que había hecho, no
podía creer cómo había llegado a ese punto. ¡Lamer una vagina! ¡Por Dios! Como
si esto fuera poco, ¡ultrajé de una manera imperdonable a mi amiga! Algo malo
estaba ocurriendo conmigo, nunca me comportaba de esta manera, ésta no era yo.
No pude contener las lágrimas que comenzaron a rodar por
mi mejilla. Justo en ese momento Lara despertó; tuve que clavar mi cara contra
la almohada para ocultar mi llanto.
―Buen día ―me saludó somnolienta, pero alegre.
La miré de reojo, casi sin levantar la cara, y saludé de
forma inteligible. Ella notó algo extraño y levantó un poco la sábana para
luego bajarla rápidamente. Su pálido rostro se puso rojo como la túnica de un
Cardenal. Fue gracioso verla de ese modo; hasta me hizo sonreír, a pesar de que
en ese momento sólo quería llorar y saltar del balcón de un décimo piso. A
veces Lara podía ser muy cómica, a pesar de ser calladita y taciturna; su
rostro era sumamente expresivo y portaba una chispa que irradiaba contagiosa
alegría.
―Voy al baño ―le avisé girando sobre la almohada, sin
mirarla.
Eso nos daría tiempo a ambas. Ella podría disimular su
entrepierna mojada y yo podría llorar un poco en el baño. Tal vez encontrara
algún producto de limpieza potente para tomarlo y así poner fin a mi tormento;
pero yo era responsable de mis propios actos y no podía optar por una salida
fácil, debía hacerle frente a los problemas que yo misma generaba. Lo que sí me
molestaba, y lo digo a modo de queja y no con la intención de sentir lástima
por mí misma, era la frecuencia con la que solía meter la pata y quedarme
enterrada hasta el cuello en algún embrollo, pequeño o grande. El más grande de
todos había sido el lío que generó mi noche de sexo con ese… imbécil y
degenerado; pero no me gustaba recordar ese momento, prefería atormentarme con
nuevos problemas.
Sentada sobre el inodoro
pensé en mi terrible comportamiento con Lara ¿Por qué, por qué? No me lo podía
explicar; yo, que siempre había sido tan correcta… ¿cómo fue que llegué a
actuar como una maniática sexual? Una violadora, porque de otra forma no podía
definirse lo que hice. Me temblaba todo el cuerpo y no podía parar de llorar,
temía que mi amiga pudiera escucharme desde el otro lado de la puerta, por lo
que tuve que morder mis labios e intentar respirar por la nariz, para evitar
hacer mucho ruido. Hasta estuve pensando en una excusa por si ella notaba que
había llorado: le diría que me había peleado, una vez más, con alguno de mis
padres, lo cual era perfectamente posible. Me preguntaba qué clase de castigo
recibiría de ellos si se enteraran no sólo de mi comportamiento, sino también
de mis acciones. No debía analizar mucho la situación para darme cuenta de que
ellos me repudiarían.
«¡Basta Lucrecia!», me grité mentalmente. No podía
sucumbir, de lo contrario tendría una crisis nerviosa. No era para tanto, el
problema era mío, por ser tan ingenua e impulsiva. Debía lavarme la cara y
afrontar las consecuencias, Dios me ayudaría a salir adelante, a pesar de que
lo tuviera bastante descuidado al pobre. Luego tendría más tiempo para pensar
con mayor claridad. Lavé mis lágrimas con abundante agua y chequeé mi
apariencia en el espejo, por suerte no era tan grave, a lo sumo parecería que
estaba un poco congestionada o que había dormido mucho tiempo con la cara
pegada a la almohada; tal vez me ahorraría la excusa de la pelea con mis
padres, no me agradaba mucho tener que mentir.
Abrí la puerta del baño intentando dejar mis pensamientos
encerrados en él. Al parecer mi amiga ya había recobrado la compostura y
actuaba con normalidad. Se había puesto un bonito pantalón tres cuartos, color
rosa y blanco; era bastante holgado, lo cual me ayudaba mucho a no tener que
imaginarla desnuda. Ella sonreía alegremente, tranquilizándome mucho; eso era
señal de que no estaba enfada conmigo, por ende no se había enterado de mis
peligrosas actividades nocturnas. Intenté imitar su sonrisa y mostrarme serena
y casual.
―No te imaginás lo que soñé anoche ―me detuve en seco al
oír esas palabras; un sensor de “Peligro” fue activado por mi instinto
femenino.
―¿Qué soñaste? ―cada uno de mis músculos se tensó.
―Algo muy… erótico ―nunca había utilizado esa palabra
frente a mí―, fue un sueño bastante raro.
―¿Segura que fue un sueño?
«Bien Lucrecia, bien ―me dije a mí misma―. Ahora
solamente te falta decirle que le lamiste la vagina mientras dormía. ¿Y qué tal
si también le contás cómo te masturbaste? De esa forma tal vez sólo te mate de
la forma más rápida y dolorosa que encuentre, y te ahorrarías toda esta
horrible tensión».
―Si obvio ―me miró un tanto confundida― ¿Vos nunca
tuviste un sueño erótico?
―Este… sí. A veces sí ―era cierto, aunque los reprimía
mucho y sólo guardaba recuerdos difusos de los mismos. Intentaba mostrarme
divertida, como una amiga normal… como una chica normal― ¿Cómo fue tu sueño?
―Fue raro ―repitió―, no sé cómo contarte esto ―sus
mejillas se pusieron repentinamente rojas, lo que la hacía lucir aún más
hermosa―. Soñé que… que lo hacía con una chica.
―¿Con una chica? ¡Qué locura! ―me reí nerviosa «¿Por
casualidad esa chica no era una maniática sexual alta, delgada de pelo casi
rubio, llamada Lucrecia?» Intenté sacar esas palabras de mi cabeza por miedo a
que pudiera leer mis pensamientos.
Vi tristeza en el rostro de Lara. Giró sobre sus talones
y continuó acomodando su cuarto, miré la cama, la sábana superior se encargaba
de ocultar la mancha de humedad; en ese instante recordé mi propia bombachita,
la cual había sufrido de una forma similar a las sábanas. Al mirar hacia abajo
me quise morir, me encontré una amplia areola empapando la parte inferior de mi
ropa interior; lo peor de todo era que se transparentaba muchísimo. Podía ver
mis labios vaginales pegados a la tela, hasta mi clítoris quedaba en evidencia
¡y Lara lo había visto! Había quedado expuesta ante ella, a pesar de eso no,
dijo nada. Ella era discreta y yo la había ofendido con mi estúpido comentario,
ella sólo quería tener una divertida conversación y yo la traté de loca. Debía
ser valiente por una vez en mi puta vida… sí, eso mismo, dije “puta”… bueno en
realidad sólo lo pensé.
―Al parecer yo también tuve sueños húmedos ―esperé a que
volteara para señalar la evidencia en mi entrepierna. Ella sonrió una vez más―;
pero no me acuerdo de nada, ¡qué lástima! ―las pupilas de Lara quedaron
detenidas en la areola de humedad que transparentaba mi ropa interior; me moría
de la vergüenza, tuve que esforzarme para no salir corriendo del cuarto ―Yo
también soñé un par de veces con mujeres― no sé por qué le confesé eso, tal vez
fue un intento inconsciente para que mi amiga no se sintiera tan mal―, una vez
soñé que me daba un beso con una chica ―«¡Uy sí, un beso! Qué fuerte», pensé. A
veces podía ser tan ingenua que me irritaba a mí misma― y… hacíamos el amor ―eso
era mentira. “Hacíamos el amor”, escuchaba mis propias palabras y me daban
ganas de darme una patada, no podía ser tan mojigata.
―Yo soñé que tenía sexo con una chica ―dijo Lara ¡Esa era
la palabra que debí usar!―. Aunque sólo recuerdo algunas partes del sueño. Sé
que fue muy intenso, nunca me había pasado algo así. Fue un lindo sueño, a
pesar de todo ―volvió a mirar mi empapada bombachita― ¿Querés que te preste una
limpia?
―Bueno dale, eso sería genial ―no quería quedar como una
sucia rechazando su oferta y me incomodaba mucho tenerla tan mojada.
Buscó en su cajón de ropa interior y sacó una bombacha
que aún estaba en su paquete, sin abrir, me la alcanzó junto con una pequeña
toalla blanca. ¿Qué debía hacer? Si me iba al baño pensaría que soy una pudorosa
y si me desnudaba frente a ella… no sé qué pensaría. Medité unos segundos, pero
mi mente me traicionó evocando los fuertes momentos que había vivido durante la
noche, mientras Lara dormía; de pronto me invadió un enorme e incontrolable
deseo, quería que ella me viera desnuda, tal como lo había hecho mi prima tanto
tiempo atrás. Otro de mis frecuentes actos irracionales, los cuales ni yo misma
lograba comprender. Bajé mi bombachita mojada hasta los tobillos de un tirón,
mostrando mi prolijo triangulito de pelos castaños. Lara siguió hablando como
si nada hubiera ocurrido, como si se hubiera visto desnuda al espejo ¿Por qué
yo no podía aparentar esa normalidad al verla en paños menores?
―Creo que soñé eso por la apuesta que me hizo Tatiana; tenía
que ver con besar chicas ―no presté mucha atención a sus palabras, estaba
concentrada en secar mi entrepierna y en no morirme de la vergüenza, ya no me
resultaba tan erotizante estar con el sexo al descubierto, tal vez porque ella
no había reaccionado de la forma en que mi perversa mente lo predijo; pero…
¿qué reacción esperaba en ella realmente?―. A veces el inconsciente te hace bromas
pesadas ―escuché esa frase y por un segundo temí que Lara estuviera escuchando
mis pensamientos― Hey, que lindo tenés eso ―señaló mi conejito peludo― yo no sé
cómo cortarlo así de bien, por eso lo saco todo.
―¿Todo? ―sabía perfectamente cómo era su entrepierna;
pero debía disimular.
―Si mirá.
Sin ningún tipo de preámbulo, como si estuviéramos en el
jardín del Edén, y fuera normal andar sin ropa, se bajó el pantalón junto con
la bombachita. Mis palpitaciones aumentaron considerablemente al ver otra vez
el cuerpo del pecado. El tenerla desnuda delante por voluntad propia era muy
diferente, además me permitía admirar sus curvas y la sutil forma en que su
cadera se unía con sus piernas.
―Te queda muy bien ―dije intentando que mi voz sonara lo
más natural posible, sin conseguirlo―. No creo que a mí me quede así de bien ―me
acerqué un par de pasos por inercia.
―Me gusta porque queda bien suave. Fijate.
¿Me invitaba a mirar o a qué? ¿Por qué me hacía esto,
acaso me estaba probando? Me acerqué más, de hecho me acerqué demasiado, tanto
que nuestras cabezas casi se tocaron cuando miramos hacia abajo al unísono.
Tomó mi mano derecha y la apoyó sobre su pubis. Sentí suavidad, tibieza,
delicadeza. Una vez más su pubis me llenó de dudas, nunca me había sentido así,
ni siquiera aquella única vez en la que tuve entre mis dedos un miembro
masculino, esa experiencia me resultó sucia, casi repulsiva e inmoral; en
cambio el lento recorrido de mis dedos sobre esa suave loma me traía paz a cada
rincón de mi cuerpo, con excepción de mi corazón, el cual amenazaba con salirse
por mi boca; inconscientemente apreté los dientes, para impedírselo. Acaricié
su monte de Venus con la yema de mis dedos y algo me atacó sin previo aviso.
Fue Lara, que se lanzó contra mi boca. ¡Me estaba besando! Mi reacción fue tan
rápida como la de una tortuga paralítica; me quedé prácticamente petrificada.
Sus cálidos y tiernos labios se pegaron a los míos, humedeciéndolos. Cerré los
ojos por acto reflejo y siguiendo el mismo instinto fui deslizando mi mano
derecha hacia abajo. ¡Ella sabía todo… todo lo que había pasado durante la
noche! Toqué su clítoris, estaba duro y húmedo, como seguramente lo estaría el
mío. Lo acaricié una vez más con la yema de mi dedo mayor, hasta pude sentir el
contraste entre la rugosidad de mis huellas digitales y la húmeda suavidad de
su clítoris. En ese instante ella apartó mi mano.
―¡Hey! ¿Qué hacés?
―me miró sorprendida, sus grandes y oscuros ojos estaban demasiado cerca de mí,
me resultó imposible esquivarle la mirada; me sentí humillada. Tenía ganas de
hacer un pozo y enterrarme allí mismo.
―¿Qué hacés vos? ¿Por qué me besaste, estás loca?
―Fue por la apuesta, Lucre.
―¿Qué apuesta? ―no sabía nada de ninguna apuesta.
―Te conté de eso recién. La apuesta que me hizo Tatiana,
de besar una chica.
―¿Recién? ―estaba confundida como un caballo arriba de un
techo, no recordaba nada de eso― ¿Y por qué a mí?
―Porque vos eras la más difícil. Tatiana dice que vos
nunca aceptarías besar a una mujer.
―¡Y tiene razón! ―¿La tenía?
―Puede ser, además sos mi mejor amiga, no hubiera besado
a otra chica. Bueno… mi mejor y única amiga ―sentí pena por ella, de no ser
porque socializaba un poco con mi grupo de amigas, ella no hablaría con nadie
en la facultad―, así que, en realidad, vos era mi mejor y única opción. Ahora
tengo una prueba de que logré hacerlo y Tatiana va a tener que cumplir con su
parte del trato.
Me enseñó su teléfono celular. ¿En qué momento lo agarró?
En pantalla pude ver una foto nuestra besándonos, estaba muy bien centrada a
pesar de que, evidentemente, la había tomado con los ojos cerrados.
―¿Vos pensás mostrarle eso a las chicas? ¡Yo te mato!
―No, a las chicas no. Solamente a Tatiana, después la
borro. Te lo prometo.
―¿Y qué gano yo con esa apuesta? ―ella pensó unos
segundos.
―La verdad no sé. Pero te voy a deber un gran favor, si
se te ocurre algo, pedímelo ―se me ocurría crucificarla si esa foto caía en
manos de mis padres― ¿Y qué fue eso del toqueteo?
¿De verdad ella no se había enterado de nada de lo que
había ocurrido durante la noche? ¿Tan profundamente dormida estaba? No pensaba
responder a esa pregunta ni con cien latigazos en la espalda.
―¿Qué toqueteo? ―me hice la boluda; algo que me salía
sorprendentemente bien cuando era necesario―. ¿Así que ahora sos amiga de
Tatiana? ―pregunté para cambiar el tema de conversación.
―¿Amigas? No, todavía no. Empezamos a charlar hace poco,
ella me ayudó con algunas dudas que yo tenía, sobre un tema de la facultad. Te
lo pensaba preguntar a vos, pero estaba en la biblioteca y la única conocida
que tenía cerca era Tati. Es macanuda la morocha ―sonrió.
―Sí, ella es la mina más buena que conozco.
―¿Y yo no lo soy?
―No, vos sos maldita ―lo dije porque ella tenía la
costumbre de hacer bromas de mal gusto.
―Señorita Lucrecia, le recuerdo que la idea del beso no
fue mía, sino de Tatiana. Así que cualquier queja, duda o sugerencia, diríjase
a ella; el horario de atención al público cierra ahora mismo ―al decir esto
subió su pantalón, como simbolizando el cierre de una ventanilla.
En ese instante recordé que yo aún seguía desnuda, de la
cintura hacia abajo, y me ruboricé. Me apresuré a ponerme la bombacha y busqué
mi pantalón.
Pocos minutos después, sus padres nos llamaron a
desayunar. Comimos tranquilas y en paz mientras charlábamos de cualquier cosa
que no tuviera nada que ver con sexo lésbico, al menos yo me esforzaba por
evitar esos temas. Luego del desayuno, Candela le pidió a su hija que comprara
algo en el almacén, me ofrecí a acompañarla pero mi amiga me aseguró que no
demoraría, yo podría seguir tomando la segunda taza de café con leche, la cual
ya me estaba sirviendo amablemente su madre. Insistí pero volvió a rechazar mi
oferta.
-2-
Cuando Lara se marchó, Candela se excusó diciendo que
debía poner ropa a lavar, quedé sola en la cocina; sin embargo no me sentía de
esta forma. Tenía la incómoda sensación de que un ser extraño y peligroso me
estaba haciendo compañía. Mientras tomaba un sorbo de café con leche, lo vi.
Estaba arriba de la mesa, atrayéndome hipnóticamente como una trampa a un
conejo. La versión original de la caja de Pandora: el celular de Lara. Una idea
se disparó en mi cabeza, debía aprovechar ese momento para borrar la foto del
beso; si alguien la viera jamás me creerían que se trató de una simple apuesta
de la cual yo ni siquiera estaba enterada. Pude haber luchado contra esta
imperiosa necesidad de sabotear a mi amiga e invadir su privacidad; pero mis
impulsos siempre fueron más fuertes que yo. Entré directamente a la galería de
multimedia y la misma atracción letárgica me llevó hacia la carpeta que
contenía los videos; fue una suerte haberla encontrado vacía. Suspiré y fui
hasta la galería de imágenes donde encontré tres fotos que nunca había visto.
Las tres eran primeros planos de su vagina al desnudo. ¿Qué le pasaba a esta
chica? ¿Por qué tenía tanta obsesión con inmortalizar su sexo en fotos y
videos? Maldita tentación que es fuerte y maldita yo, por ser débil. Hice lo
que no debí hacer… una vez más. Empleando el mismo método que la vez anterior,
robé sus fotos, aunque sabía esta vez tenía más tiempo e hice todo con mayor
cuidado. Al final no me animé a borrar la foto del beso, eso la alertaría y
sabría que vi sus fotos desnuda. Me había convertido en toda una delincuente
sexual. Robaba, violaba, tocaba, lamía… ¿y quién sabe qué otras cosas estarían
por venir? Me atemorizaba de mí misma.
-3-
A su regreso noté a Lara más jovial que de costumbre,
cuando le pregunté por qué estaba así se limitó a decirme que mi visita la
había puesto muy feliz; tragué saliva y le confesé que a mí también me agradaba
mucho pasar el tiempo con ella. Nos dirigimos nuevamente hacia su cuarto, me
informó que tenía algo importante que decirme y yo, con los nervios amenazando
mi integridad psicológica, la acompañé. Nos sentamos al borde de la cama, no
pude dejar de notar que ella cerró la puerta al entrar.
―No sé si te lo dije antes; pero quiero que lo sepas ―mientras
hablaba me tomó de las manos, las suyas estaban frías como la porcelana―. Vos
sos mi mejor amiga, Lucrecia, y no lo digo porque no tenga amigas, podría tener
miles y vos seguirías siendo la más importante de todas. Vos fuiste la primera
en decir que yo soy tu “mejor amiga” ―no recordaba claramente haberlo dicho
primera, pero tampoco podía negar que tuviera razón―. Al principio creí que
estabas un poquito loca, porque casi no nos conocíamos, pero después, con el
tiempo, pude darme cuenta de que a mí me tratabas de otra forma; diferente a la
del resto de tus amigas. Eso me hizo sentir valorada, nunca nadie se había
interesado por conservar mi amistad. Por eso, y por todo lo que vivimos juntas,
me di cuenta de que sos una amiga muy especial para mí, y siempre lo vas a
ser.
Sus palabras me tomaron por sorpresa, podía afirmar que
conocía a Lara bastante bien y su repentina confesión me inquietaba bastante.
Ninguna de las dos solíamos entrar en el terreno de lo sentimental, a mí no me
molestan las cursilerías; pero sí me avergüenzan bastante, por eso es que, ante
una, suelo reaccionar de forma poco ortodoxa, como si intentara quebrar el
momento y trasladarlo a un plano en el que me sienta más cómoda.
―Si me vas a besar otra vez, al menos esperá a que me
lave los dientes ―le respondí mirándola fijamente a sus grandes ojos.
―No me importa tu mal aliento, si te quiero besar lo hago
y punto ―fue un alivio ver que bromeaba de la misma forma que yo; eso quitó
mucha de la tensión que tenía acumulada y me permitió ser yo misma.
―Sé que te morís por mis besos; pero también sé que sólo
los usás para cobrar apuestas... y quién sabe qué otros beneficios inmorales.
El Señor te va a castigar.
―“Tu” Señor no me da miedo, ni vos tampoco... te voy a
comer la boca ―me tomó con sus pálidas y frías manos por las mejillas―, besame.
―¡No! ―exclamé al mismo tiempo que retrocedía; ella puso
sus labios en una cómica posición de beso, comencé a reírme y a forcejear con
ella.
―Dame esa boquita ―se abalanzó contra mí, sin dejar de
sujetarme, pero un instante antes de que sus labios chocaran contra los míos,
ella aminoró la fuerza de sus manos y me permitió girar la cabeza y así recibir
su beso en una mejilla―. No te resistas a mi amor, nacimos la una para la otra,
ni Dios ni Cristo podrán separarnos; porque el fuego de nuestro amor ardería
hasta en el más frío de los infiernos ―comencé a reírme a carcajadas, ya que
una vez escuchamos una frase muy parecida en una telenovela empalagosamente
romántica; nos pasamos varios días riéndonos de esa escena y de la forma, poco
real y edulcorada, en la que hablaban los protagonistas.
―Mi corazón le pertenece a otra, lo nuestro es imposible
―le respondí; eso no lo había escuchado puntualmente en ninguna telenovela;
pero me imaginaba que debía ser una frase muy típica.
―Esa otra sólo busca lastimar tu ingenuo corazón ―su
sobreactuación me causaba mucha gracia, también me reía por su insistencia al
besarme, aunque siempre me permitía esquivarla―. Yo lo cuidaría y lo guardaría
en el sitio más seguro de mi hogar. Besame ―una vez más su boca pasó rozando la
mía y se estrelló contra una de mis mejillas.
―¿Me vas a arrancar el corazón?
―Si es necesario, te arranco hasta el hígado.
―Mi hígado es todo tuyo, mi amor; tuyo y para siempre.
―Esas palabras me llenan de felicidad. Muero por tus
besos.
―Te voy a besar hasta tocarte las amígdalas con la
lengua.
No estoy segura de cómo ocurrió, pero en ese instante
perdimos nuestros papeles actorales. Instintivamente me acerqué a ella, sujeté
firmemente su cabeza y la obligué que quedara perpendicular a la mía. Abrí
levemente la boca, antes de cerrar los ojos pude ver que ella hacía lo mismo;
al segundo siguiente estaba sintiendo una cálida y húmeda suavidad contra mis
labios.
Nuestro beso no fue como lo anticipé, no tuvo gestos
bruscos o exagerados, característicos de nuestra sobreactuación. En el preciso
instante en el que nuestras bocas se tocaron, todo se volvió más lento, la armonía
y la paz nos envolvieron. Un interruptor especial se activó en mi interior,
había besado antes; pero extrañamente sentía como si ésta fuera la primera vez
que lo hacía. Uno de sus brazos cruzó sobre mi nuca y yo la atraje más hacia
mí, sujetándola con firmeza por la cintura. Mis labios se abrían y se cerraban
buscando los de ella, intentando aprisionarlos inútilmente, ya que la humedad y
la viscosidad que tenían nuestras bocas provocaba que los labios se deslizaran
uno contra el otro.
Tuve un fugaz momento de cordura y recordé que estaba
besando a una mujer; me aterré y me aparté de ella avergonzada. Nos miramos
fijamente, sus mejillas se habían puesto rojas. Quería pedirle perdón; pero las
palabras no me salían. Ni siquiera podía volver a bromear, estaba consternada y
me sentía una estúpida.
―Vos también sos mi mejor amiga ―fue lo único que alcancé
a decir.
―Ya lo sabía, pero me alegra oírlo otra vez ―me contestó
con una amable sonrisa.
―Lara, ¿me puedo dar un baño? Tengo calor, no debí
haberme puesto pantalón largo ―mi verdadera intención era conseguir tiempo a
solas, necesitaba pensar... y alejarme de ella.
―Por supuesto. Si querés te presto algo de ropa, para que
te sientas más cómoda.
―Muchas gracias... mejor amiga ―me esforcé por sonreír.
-4-
El baño que estaba junto a su dormitorio era pequeño,
tanto que al sentarme en el piso, dejando que el agua de la ducha cayera sobre
mi cuerpo desnudo, mis pies tocaban la pared que tenía frente a mí. Crecí con
la convicción de que el agua es el elemento de la pureza, aquel que limpia
nuestros pecados y puede llevarse los demonios que nos invaden, es por eso que
cada vez que me siento agobiada, necesito darme una ducha. La paz que me
transmite la lluvia cayendo sobre mí es instantánea, hasta el ruido que
producen las gotas al chocar contra el piso o mi piel, consigue relajarme.
Apoyé la cabeza contra la pared y cerré los ojos mientras, con mis manos,
lavaba mi cuerpo; podía sentir cómo la capa de sudor que me cubría, se
difuminaba. Comencé a sentirme limpia, física y espiritualmente; pero tenía la
certeza de que no bastaría con esto.
-5-
A pesar de que nos encontrábamos en otoño, el día
amaneció cálido. No me extrañaba en absoluto ya que en esta ciudad los cambios
climáticos solían ser drásticos y repentinos. Me atreví a pedirle prestada una
pollera a Lara. Me ofreció varias encantada. Me decidí por una blanca con
flores amarillas bastante bonita que me llegaba hasta las rodillas, por lo cual
tenía el nivel de discreción justo y necesario. No podía vestir zapatillas con
esta pollera, por lo que ella misma me prestó un par de chatitas, las cuales me
quedaron algo ajustadas, debido a que ella usaba un talle levemente menor al
mío; sin embargo era perfectamente tolerable. No solía intercambiar ropa con
mis amigas, pero me parecía divertido hacerlo, especialmente con Lara, ya que
teníamos gustos similares al vestirnos; a ninguna de las dos nos gustaba
ostentar demasiado con nuestro cuerpo... si nos desnudábamos una frente a la
otra, era un tema totalmente diferente, que nada tiene que ver con el estilo de
atuendo que utilizamos en nuestra vida cotidiana.
A veces tenía la sensación de que sólo buscaba argumentos
que excusaran mi comportamiento, sólo con la intención de convencerme a mí
misma de seguir siendo una buena chica. Si tan sólo la gente supiera la
infinidad de excusas estúpidas que me invento cada vez que caigo en la
tentación de mirar contenido pornográfico… me declararían insana mentalmente.
Le prometí a Lara que luego le prestaría lo que ella
quisiera de mi guardarropa; a pesar de que yo soy considerablemente más alta
que ella, tenía ropa que podría quedarle muy bien… o tal vez podría tomar
prestada algo de la ropa de mi hermanita, Abigail, ya que tenía una contextura
física muy similar a la de mi amiga.
-6-
Lucio, el padre de Lara, fue muy amable al llevarnos en
auto hasta la Universidad; pero yo no podía tranquilizarme, los recuerdos de lo
que había hecho durante la noche me agobiaban, la rápida ducha no había sido
suficiente para limpiarme y aún me sentía sucia, dentro de mi alma. Tenía una
fuerte necesidad de confesarme; sin embargo no me sentiría nada cómoda
narrándole lo acontecido a un Cura, él era hombre y no comprendería asuntos
femeninos tan delicados.
Al bajar del auto miré directamente hacia la capilla que
estaba conectada a la Universidad. Ésta dividía justo a la mitad el enorme
establecimiento, si uno observaba el edificio de frente podría ver a la derecha
el amplio complejo universitario con una arquitectura moderna y paredes color
beige; a la izquierda se encontraba el colegio secundario, éste mezclaba
paredes de piedra y ladrillos gastados y mohosos, que aparentaban ser tan
antiguas como la capilla misma y contrastantes sectores tan limpios y rectos de
la Universidad.
―¿Pensás ir a rezar? ―me preguntó Lara al verme tan
meditabunda.
―De hecho, sí. Necesito hacerlo.
―Espero que no sea por mi beso ―se rio.
―No Lara ―hice un esfuerzo por sonreír―, sólo necesito
hacerlo, no hace falta hacer cosas malas para ir a rezar.
―Me parece bien. Disculpá que no te acompañe pero cada
vez que entro a ese lugar siento que el señor de la cruz me mira raro.
―Por algo será ―esta vez pude sonreír con mayor
naturalidad―. Bueno, nos vemos más tarde ―me despedí de ella con un impersonal
beso en la mejilla.
Me separé de mi amiga y me acerqué a la capilla. A veces
me preguntaba cuál sería el tamaño real de todo este complejo. Durante mis
primeros años de estudios permanentemente estaba realizando nuevos hallazgos,
sectores que nunca había visitado o atajos que comunicaban, a través de puertas
y pasillos, distintas alas de la Universidad. A los estudiantes universitarios
no se nos permitía deambular por el sector del colegio secundario, lo cual me
parecía lógico; ningún padre quería que sus hijas e hijos estuvieran codeándose
con estudiantes mayores de edad. Sin embargo sí podíamos pasear tranquilamente
por casi toda la Universidad y el sector de la capilla. En una de mis travesías
por esa amplia red muros supe que detrás de la capilla aún funcionaba una buena
parte del antiguo convento y que allí vivían el Cura y varias monjas, que eran
las encargadas de administrar el colegio secundario y las misas. Si bien solía
evitar a las monjas, en ese momento me urgía hablar con alguien sobre lo que me
estaba pasando y me sentiría mucho más cómoda si lo hacía con una mujer.
Entré a la capilla y me persigné sintiéndome culpable, no
me creía merecedora de estar de pie frente a la figura de Jesús en la Cruz. No
quería quedarme allí más tiempo del necesario, miré en derredor buscando a
alguien que pudiera resultarme de ayuda. Tuve la gran suerte de encontrarme con
la Madre Superiora, una ancianita bondadosa a la que llamábamos Sor Francisca.
Me le acerqué aparentando ser una niña inocente, ella estaba encantada conmigo
ya que conocía muy bien a mi familia. Donde hubiera iglesia católica de por
medio, mis padres se daban a conocer, además ellos habían hecho generosas
contribuciones al establecimiento. Los administradores de todo el complejo sólo
tenían una queja con respecto a mí, que yo no haya cursado allí mismo mis
estudios secundarios, pero en ese entonces mi madre estaba enamorada de otro colegio
privado dirigido por la iglesia al cual concurrimos mi hermanita y yo durante
los primeros diecisiete años de nuestras vidas; pero allí no se podían realizar
carreras universitarias, por lo que mi madre se vio obligada a buscar un nuevo
sitio que le permitiera ostentar todo su amor a Dios.
―Buen día Francisca ―saludé a la arrugada monjita, ella
prefería que la llamaran simplemente por su nombre ya que le disgustaban los
protocolos― ¿Le puedo hacer una pregunta? ―sostuve mis carpetas y apuntes con
ambas manos frente a mi pollera aumentando la ilusión de “niña buena”.
―Claro que sí hijita, ¿qué es lo que te preocupa? ―su
sonrisa era amplia, maternal, sincera, gastada y amarillenta.
Miré a mi alrededor para asegurarme de que estuviéramos
solas, estábamos rodeadas por amplios bancos de madera situados prolijamente
uno detrás del otro, por lo general estaban ocupados por alguien que quisiera
rezar en paz, pero solamente vi a Jesucristo en la cruz, como testigo. Sor
Francisca seguía sonriéndome y mirándome desde atrás de esos gruesos anteojos
redondos que parecían estar hechos con la base de dos botellas. Le devolví la
sonrisa y disparé a quemarropa:
―¿Usted cree que las relaciones sexuales entre mujeres
son algo normal?
A la pobre ancianita casi le da un infarto, sus ojos
quedaron como los de un cordero degollado. Tuvo que aferrarse a un banco de la
capilla para no derrumbarse, las piernas le temblaron y me miró como si yo
fuera el mismo anticristo enfundado en un traje de niña ingenua.
«¡Excelente Lucrecia!, esta vez sí que la hiciste bien».
Ya podía imaginarme los titulares del diario de mañana: “Mojigata asesina a dulce monjita con indagaciones lésbicas”
―¡Ay, perdón! ―Pensé rápido―. Me olvidé de explicarle que
estoy haciendo una encuesta sobre temas de actualidad, es para un trabajo
práctico ―mentí descaradamente y tuve la sensación de que Jesús, desde la cruz,
me miraba con ojos acusadores.
―Está bien hija ―la pobre mujer no sabía cómo reponerse
del tremendo disgusto―, pero yo ya estoy vieja para temas de actualidad,
especialmente temas tan delicados como ese. Deberías preguntarle a alguna de
las hermanas más jóvenes. Como a la Hermana Anabella, por ejemplo. Ella es la
más jovencita. Seguramente está más actualizada que yo. Virgen María purísima ―se
persignó―. Cómo está cambiando el mundo; pero una sierva de Dios siempre debe
ser fuerte y entender que el mal siempre va a existir y que a veces cambia de
rostro. Recuérdelo muy bien, jovencita.
Agradecí su generosidad y sus sabias palabras, le prometí
reunirme con la Hermana Anabella en cuanto me fuera posible. Salí caminando a
paso ligero sin levantar la mirada por miedo a que Jesús me fulminara con un
rayo divino y me enviara a rendir cuentas a los pies de su Santo Padre.
Algunos vehículos surcaban la calle a gran velocidad,
debía tirarme debajo de alguno de ellos y poner fin a toda esta tortura; pero
luego recordé que todavía no me había confesado y me iría directo al infierno.
No era un buen momento para hacerlo, además el suicidio de por sí era pecado.
En ese momento pensé en la famosa frase “¿Qué haría Jesús?”
La respuesta me llegó con disgusto. ¿Qué sabía Jesús de
asuntos lésbicos? Él podría ser un gran sabio y se había enfrentado a grandes
altercados, manteniendo una ejemplar postura; pero estaba segura de que nunca
se había puesto en el lugar de una mujer que se sintiera atraída, de alguna forma,
por otras mujeres. Una vez más pude comprobar que en asuntos femeninos, el
“Barbudo” no era de gran ayuda.
-7-
Estaba ensimismada en mis pensamientos cuando una chica
de mi edad, aproximadamente, pasó junto a mí. La miré sin salir de mi letargo,
pero pocos segundos después caí en la cuenta de que la conocía. Era Tatiana, la
chica que Lara mencionó cuando se refirió a su apuesta. Ella tampoco me prestó
atención.
Ella es una chica de tez oscura y cabello tan negro como
el de Lara. Tenía algunos kilos de más, según sus propias palabras; pero, en mi
opinión, le ayudaban a realzar su voluptuosa figura. Recuerdo que un viejo
amigo, que ya había dejado de cursar conmigo, me dijo una vez que él admiraba
mucho el cuerpo de Tatiana, según su opinión, el mundo estaba loco al creer que
las mujeres delgadas eran las más bonitas, aseguraba que una mujer, hecha y
derecha, debía tener “carne de dónde agarrarse”. También sabía que ese muchacho
intentó invitar a salir a Tatiana pero ella se negó. No recibí la noticia completa,
pero se corrió el rumor de que ella lo rechazó porque no le interesaban los
hombres.
Pensé que si esos rumores eran ciertos, ella podría
ayudarme con mi problema. Fue allí cuando di un paso más hacia el barranco de
la perdición. La saludé.
―Lara te ganó la apuesta ―le dije, por un segundo creí
que mi amiga me había inventado esa excusa para besarme y que no existía
ninguna apuesta.
―¿Te besó? ―me miró sorprendida abriendo al máximo sus
ojitos rasgados.
―Sí, y tiene una foto para demostrártelo; pero no pienses
nada raro, fue sólo por la apuesta ―eso lo dije más para mí que para ella.
―Sí, ya sé. Maldita, ahora le voy a tener que contar…
―¿Contar qué cosa?
―Secreto.
Podía sentir hervir en mí la curiosidad de Pandora. Si mi
madre se enteraba que hacía tantas referencias a la mitología griega, me
asesinaría; pero no podía evitarlo, siempre me habían fascinado esas historias,
aún más que las de la Biblia. No dejaría pasar esta oportunidad, especialmente
porque mi instinto femenino me decía que ese “secreto” posiblemente estaría
indirectamente relacionado con las dudas que me atormentaban.
―Para ser justas, yo también te gané la apuesta; porque
fui yo quien tuvo que poner la cara. Deberías contarme a mí también.
―Sos mala ―no lo dijo como reproche, al parecer mi
atrevimiento la divertía―. Te contaría, pero ahora no hay tiempo, estamos por
entrar a clases ―éramos compañeras de curso y la universidad administraba las
comisiones de forma tal que uno casi siempre tuviera los mismos compañeros en
todas las materias.
―Es cierto, en un rato comienza la clase de inglés, la
más fácil y aburrida de todas. Ninguna de las dos va a tener problemas por
ausentarse una vez ―de hecho ni siquiera tenía ganas de estudiar ese día, no
podía concentrarme en nada… o tal vez se trataba del despertar de mi espíritu
rebelde; el cual habían amansado a base de ostias y promesas de que si era
mala, me iría derechito hacia el infierno del terror.
―Tenés razón, es muy aburrida y a mí nunca me costó el “inglish”. Espero que después no te arrepientas
de lo que te voy a contar. Vení, acompañame.
-8-
La seguí por los pasillos de la Universidad sin saber que
me estaba adentrando en un camino sin retorno, ya no habría vuelta atrás y de
no haberla seguido mi vida, probablemente, hubiera sido muy diferente. No
presté atención al recorrido, me limité a caminar detrás de ella, ni siquiera
sabía en qué sector nos encontrábamos. Estaba nerviosa por tanto secretismo ¿no
podíamos sentarnos en cualquier banco a conversar? Aparentemente no, ya que
ella no se detuvo a pesar de que pasamos por varios sitios muy buenos para
sentarse.
No sentía miedo, sólo curiosidad. Confiaba en Tatiana ya
que habíamos sido compañeras universitarias durante tres años y en más de una
ocasión habíamos hecho trabajos prácticos en grupo. Sabía que ella era una
chica muy bondadosa y sumamente generosa. Cuando ella dejó de frecuentar el
grupo que habíamos formado con mis amigas, me apené bastante ya que creí que
algún día Tatiana sería una de mis mejores amigas, ya que, junto con Lara, era
una de las que mejor me caía. Nunca entendí por qué se distanció del grupo,
pero supuse que tendría sus razones; podría deberse a los rumores que
circulaban sobre su inclinación sexual, a veces la gente tiende a apartar a
aquellas personas que no logra comprender. Más de una vez intenté demostrarle
que yo no pensaba igual que mis amigas, de ser este el motivo; pero nunca supe
cómo hacerlo. Tal vez mi involuntario beso con Lara podría cambiar un poco las
cosas, ella era la única chica con la que aún mantenía una relación amistosa
dentro del ambiente universitario.
Por fin llegamos destino. Tatiana se detuvo delante de
una puerta doble, buscó una llave en su bolsillo y la abrió. Entramos a lo que
parecía ser un vestuario deportivo, tenía lógica que éste estuviera ubicado
allí ya que desde el otro extremo del mismo se podía acceder a los campos de
juego.
―¿Cómo conseguiste esta llave? –pregunté recorriendo el
lugar con la mirada, había casilleros, bancos de madera y algunos lavamanos,
más allá se podía ver el ingreso a las duchas.
―Ayudo con tareas de conserjería en mis ratos libres.
Gracias a eso la cuota mensual de la Universidad se me hace mucho más accesible.
Estos cobran lo que quieren ―se quejó―, y para colmo cada mes la aumentan más.
―Ah sí, es cierto… es una barbaridad.
Me sentía avergonzada, no tenía ni la más pálida idea de
cuán alto era el monto de la cuota, mis padres se encargaban de pagarla cada
mes, mi función se limitaba a asistir a todas las clases, estudiar durante
horas y aprobar con buenas calificaciones todos los exámenes; lo cual cumplía
muy bien.
No sabía demasiado sobre la vida actual de Tatiana, pero
era consciente de que su familia no estaba tan bien económicamente como la mía.
Me senté en un banco de madera color verde claro y
Tatiana acercó el que estaba paralelo al mío. Quedamos muy cerca una de la
otra, supe que pretendía hablar sin que nadie nos escuche. No pude evitar reparar
en sus grandes pechos que sobresalían de la blusa negra sin mangas que llevaba
puesta. No es que tuviera mucho escote, pero si tenía senos de tamaño
considerable, a veces creía que los míos eran grandes pero los de esta chica me
hacían ver como una tabla de planchar. Vestía una pollera similar a la que yo
llevaba puesta, aunque la de ella era bastante más corta y ajustada, cuando se
sentó se le levantó un poco y pude ver sus piernas de piel morena. A pesar de
ser una chica rellenita, contaba con piernas firmes y bien torneadas.
―Lo que te voy a contar es verídico ―comenzó diciendo―,
si te molesta lo que vas a escuchar es tu culpa, por insistir ―asentí con la
cabeza, no tenía idea de qué me diría― ¿Vos conocés bien a Cintia?
―Sí, es mi amiga.
Cintia era una de las chicas que formaban mi más cercano
círculo de amistad. Era una muchacha rubia, y distaba mucho de ser la más
hermosa del grupo; pero sus sugerentes y extravagantes atuendos sumados a
grandes capas de maquillaje, la hacían bastante llamativa. Acostumbraba llevar
grandes anteojos de sol, esto cubría sus ojos demasiado grandes y saltones,
dándole la oportunidad de aparentar ser una “Barbie”, excesivamente delgada,
como esas muñecas y con el mismo coeficiente intelectual. Tal vez estoy
haciendo un análisis en retrospectiva de ella y puedo ser un tanto injusta al
resaltar tanto sus puntos negativos, ya que el mayor problema que tenía con
ella era que a veces me molestaban sus comentarios con marcada tonalidad soberbia,
nada a lo que no pudiera acostumbrarme después de cierto tiempo; pero luego
tendría motivos más que suficientes para detestarla. Aprendí que en cuanto
mejor me cae una persona, más hermosa la veo físicamente, así no lo sea en
realidad, tiendo a realzar sus puntos buenos, en cambio cuando una persona me
desagrada, sólo puedo recordar sus defectos y puedo agrandarlos en mi mente
hasta el punto de ver a esa persona como un ser horrible.
―¿Alguna vez ella te contó por qué me odia tanto? ―me
preguntó Tatiana.
―No, de hecho no sabía que ella te odiara… o sea, sé que
no le caes bien. Nada más.
―Me odia ―sus ojos chispearon―. Antes ella era mi amiga,
mi mejor amiga ―también desconocía ese detalle-; pero un día pasó algo que tiró
la amistad por la borda… no sé cómo contarte esto.
―Podés intentar contarme desde el principio, con palabras
claras ―mordí mi labio inferior, no sabía si era buena idea pedirle que me
narrara lo ocurrido.
―Bueno, está bien. Te hice venir hasta acá, lo mínimo que
puedo hacer es contarte. Nosotras éramos muy unidas desde la secundaria,
pasábamos mucho tiempo juntas y nos teníamos mucha confianza. Pero como te
dije, un día hubo un problema que arruinó todo. Esto pasó una noche en la que
estábamos en su casa, en su cuarto, para ser más precisa. Cintia empezó un
jueguito peligroso, y fue ella quien comenzó, yo solamente le seguí la
corriente, te lo juro. El jueguito consistía en toquetear a la otra de forma
aparentemente divertida e inocente ―«¡Ay mi Dios, otra historia sobre
lesbianas!», pensé. A pesar de mi incomodidad decidí no interrumpirla, de todas
formas mi instinto me había preparado levemente y esto era lo que estaba buscando,
ahora debía soportarlo―. Cintia comenzó a pasarse un poco de la raya con los
toqueteos, y cuando digo “pasarse de la raya” lo digo literalmente... con
decirte que llegó a meterme un dedo en la vagina ―abrí mucho los ojos y levanté
mis cejas al máximo.
―¿Y vos qué hiciste? ―pregunté con la boca seca.
―No me quedé atrás, le respondí haciendo lo mismo.
―Estaban... ¿desnudas?
―No, pero teníamos polleras, era fácil meter la mano.
―¿Qué pasó después? ―estaba consternada, no podía dejar
de imaginar a Lara desnuda al escuchar lo que Tatiana me estaba contando.
―A modo de represalia, Cintia volvió a introducir su dedo
en mi vagina, pero lo hizo más adentro. Dedo va, dedo viene, nos fuimos
poniendo cachondas. Especialmente ella, que se mojó toda. Lo que viene ahora
puede que no te guste, pero así es como pensaba contárselo a Lara, supongo que
a ella tampoco le van a agradar los detalles; pero eso es problema de ustedes,
no mío. De todas formas, después no vuelven a hablarme, como pasa siempre con
todas ―no le dije nada ya que no encontré palabras―. La situación con Cintia
empeoró cuando a mí se me ocurrió chupársela, tengo que admitir que siempre
tuve mucha inclinación por las mujeres y ella lo sabía perfectamente, por eso
mismo conocía los riesgos de jugar de esa forma conmigo. Cuando me metí entre
sus piernas pensé que se iba a negar, pero no, al contrario, me dejó comerla
toda. Fue mi primera experiencia con una mujer, no podía creer que lo estuviera
haciendo... y con mi mejor amiga. Para que entiendas que no fue una simple
lamida te cuento que duró bastante tiempo y fui muy intensa, ella se movía para
todos lados y no paraba de jadear ―le iba a decir que no era necesario dar
tantos detalles pero no podía ni hablar, me sentía sumamente extraña, nunca
había hablado de sexo de forma tan abierta con alguien y mucho menos de sexo
lésbico―. Estuve casi media hora chupándola. No te miento. Después de tanto
tiempo ella no podía decir que fue algo que hice sin su consentimiento. Hasta
tuvo un orgasmo. Para mí fue como un sueño hecho realidad, estaba muy feliz.
―Fue algo bastante loco ―admití―, pero no le veo el
problema.
Eso tenía validez sólo si consideraba algo corriente
comerle la rajita a una amiga... al menos Tatiana había tenido la decencia de
hacerlo mientras ella estaba despierta, yo aún podía recordar el culposo sabor
de la vagina de Lara. ¡Dios mío! Qué extraño se sentía admitirlo, había chupado
una... una de esas, no podía deshacer lo hecho, quedaría durante toda mi vida
en el prontuario de mis locuras; pero lo que más me inquietaba era ese perverso
recuerdo de placer.
―La historia no termina allí ―reanudó Tatiana―. Después
me acosté en la cama, me quité la bombacha y le pedí que me la chupara –se
quedó en silencio, parecía muy triste.
―¿Y qué pasó?
―La muy hija de puta empezó a gritarme de todo «¡Lesbiana
de mierda!», «¡Gorda puta!» y demás cosas por el estilo. Fue como si se hubiera
transformado en un segundo, como si pasara del amor al odio en un solo paso,
como si la Cintia que conocía hubiera sido consumida por un ser maligno. Me
insultó y me humilló sin razón alguna. Hasta me echó de su casa en mitad de la
noche y yo ni siquiera tenía plata para un taxi. Tuve que ir caminando hasta mi
casa, fue horrible, no podía parar de llorar, no entendía nada ―el simpático
rostro de Tatiana se llenó de lágrimas.
―¡Pero qué hija de puta! ―me sorprendí a mí misma al
decir semejantes palabrotas, pero estaba indignada. Muy indignada―. No te
pongas mal Tati. La estúpida es ella, que no supo admitir que le gustó y peor
aún, por orgullosa ni siquiera te pidió disculpas ―asintió lentamente con la
cabeza limpiando las lágrimas con el dorso de la mano. En ese momento supe que
había encontrado la persona indicada para plantearle mis dudas-. Te cuento una
cosa. Hace unos días que me está pasando algo raro ―me temblaban las manos, por
primera vez hablaría de mi problema, abiertamente―, algo raro con las mujeres
―me miró directamente a los ojos― tengo mucho miedo de que pueda estar
volviéndome lesbiana. Ni siquiera sé si debería llamarlo de esa forma... no sé
qué hacer, es todo muy confuso. ¿Es normal que una mujer se sienta atraída
sexualmente por otra sin ser lesbiana?
―Me sorprende muchísimo esto viniendo de vos, Lucrecia.
Siempre te vi como una chica... no sé cómo llamarlo... ¿normal? Te veo como el
modelito de la “chica perfecta”, los profesores siempre me dicen: «Aprendé de Lucrecia
Zimmer, ella sabe cómo hacerlo» ―mencionó mi apellido, al igual que lo hacían
los profesores―. También pensaba que vos me detestabas igual que las otras
chicas, ya que sos amiga de Cintia, algo malo te habrá dicho de mí.
―Te juro que no sabía nada de todo esto. Me indignan
muchísimo estas situaciones, no puedo creer que te haya tratado de esa forma y
de haberlo sabido antes, no me llevaría tan bien con ella. Te pido disculpas,
es cierto que me alejaba de vos por miedo a lo que mis amigas dirían; pero sé
que no sos una mala chica, al contrario. No me importan cuáles sean tus
inclinaciones sexuales.
―Soy lesbiana, no lo niego. Nunca estuve con un hombre ni
quiero estarlo. Sé perfectamente cómo te sentís. A mí también se me hizo un
poco difícil al principio. Me costaba asimilarlo, es más, ni siquiera sabía si
era alguna locura pasajera o realmente estaba sintiendo atracción por el sexo
femenino.
―A mí me pasa exactamente lo mismo. No sé cómo hacer para
estar segura de lo que siento.
Me sonrió como si fuéramos amigas de toda la vida.
Inclusive tenía la sensación de que éste podría ser el inicio de una gran
amistad.
―¿Ya tuviste alguna experiencia con una chica? ―esa
pregunta fue como un cachetazo para mí.
―Eso... es algo difícil de responder... no sabría si
llamarlo experiencia –noté que la sangre se me agolpaba en las mejillas, debí
haberme puesto roja como un tomate.
―No me voy a meter en tu intimidad, Lucrecia. Simplemente
pregunté porque una verdadera experiencia con una mujer podría ayudarte a saber
si es sólo curiosidad o realmente te gustan.
―No lo llamaría una “verdadera experiencia”. Fue algo...
muy extraño.
―¿Vos sentís que te excitan la mayoría de las mujeres o
solo con una en particular?
Las preguntas de esta chica seguían cayéndome como
baldazos de agua helada. Todo estaba ocurriendo tan rápido que no me había
detenido a pensar en eso. Al hacer memoria supe que el viejo altercado con mi
prima no fue más que producto de la casualidad; pero con Lara lo sentí muy
diferente desde el comienzo. Además fui yo la que buscó llegar más lejos.
―Me pasa con una sola ―contesté agachando la cabeza.
―Entonces puede ser que te guste esa persona en
particular, aunque sea de tu mismo sexo, tal vez te “enamora” su forma de ser…
o puede ser simple calentura. No soy una experta en la materia; pero creo que
primero deberías corroborar si te pasa eso con otras mujeres.
―Puede ser, tal vez es sólo una fijación con ella ―dije,
con la vista fija en ninguna parte.
―Lucrecia, mirame ―me sobresalté al sentir que algo me
tocaba la pierna, era la mano derecha de Tatiana―. ¿Qué pensás de mí?
―Creo que sos una buena chica y que...
―No, tonta. Me refiero a qué pensás de mí como mujer,
¿creés que soy atractiva?
―Sí ―dije sin dudarlo, no quería que ella tuviera una idea
equivocada―. Sos una mujer atractiva.
―¿Te resulto atractiva a vos?
―¿Eh?
―Lo que escuchaste. ¿Te resulto atractiva... como te pasa
con esa otra mujer?
―No sé... puede ser ―caí en la cuenta de que ella estaba
demasiado cerca de mí, me estaba sintiendo un poco incómoda.
―Hagamos una cosa...
Miró hacia la derecha y luego a la izquierda, para
cerciorarse de que estuviéramos solas; lo siguiente que vi fue sus manos
bajando rápidamente la blusa por el escote y sus grandes y pulposos pechos
aparecieron ante mí. Quedé boquiabierta con la mirada fija en esas marcadas
areolas oscuras que señalaban el centro de cada teta.
―¿Te gusta lo que ves? ―me preguntó, no noté sensualidad
en su vos, no me dio la impresión de que me estuviera provocando, parecía una
pregunta técnica, como si la hubiera realizado un profesor.
―Sí, son muy lindas.
Sabía que el rubor de mis mejillas debía estar delatando
mi nerviosismo. Volvió a cubrirse los senos.
―Me alegra saber que te gustaron ―me dijo con una cálida
sonrisa.
―¿Eso quiere decir que me gustan las mujeres? ―pregunté
asustada.
―No, para nada, sólo quiere decir que te gustan mis tetas
―sonrió divertida. Comencé a reírme.
―No sé si estoy para bromas, Tati... ¿te puedo decir
Tati?
―Sí, podés. Perdoname pero quería romper un poquito el
hielo, te veo muy tensa. Como si tu vida dependiera de si te gustan las mujeres
o no.
―En este momento me siento así.
―No es para tanto... no tiene nada de malo que te
gusten...
―Eso lo decís porque no tenés mi familia. Me asesinarían
si viniera con un planteo semejante, son demasiado ortodoxos.
―Comprendo...
―Me encantaría saberlo de una vez, me vuelve loca pensar
tanto. Antes había tenido dudas leves... nada de qué preocuparme, pero ahora
las cosas se me están yendo de las manos.
―A veces, las manos, pueden responder más preguntas que
el cerebro.
―¿Por qué lo decís?
―Por esto...
Me sobresalté cuando sentí sus dedos deslizándose por mi
rodilla derecha. La tenue caricia era cálida y las yemas de sus dedos eran
sumamente suaves, como si fueran almohadillas de seda. Nunca había experimentado
algo como esto, en parte estaba intranquila por la forma en la que ella subía
con su mano; pero al mismo tiempo me sentía segura, confiaba en su sonrisa y en
sus profundos ojos negros.
―Vos decime si esto te agrada o te molesta; sin miedo. Si
te molesta saco la mano ―sus dedos continuaban avanzando sin prisa por la cara
interna de mis muslos, perdiéndose bajo la pollera; no pude responderle, estaba
hipnotizada―. ¿Te molesta? ―Tuve que negar con la cabeza, ella continuó su
viaje, ya estaba peligrosamente cerca de mi entrepierna, no podía dejar de
mirarla a los ojos―. Pensá que es una mujer la que te está tocando, si querés imaginá
a la que te genera dudas.
Mientras hablaba sus dedos lograron escabullirse en mi
intimidad, un relámpago cruzó repentinamente por mi cuerpo en cuanto ella tocó
mi vagina por encima de la bombacha, cerré las piernas por puro acto reflejo y
me puse de pie bruscamente. Mi corazón tamborileaba acelerando el ritmo, sentía
la boca seca. Tatiana me miró a los ojos, pude ver preocupación en los suyos.
―No puedo... –le dije―. No me siento cómoda si me
tocan... perdón... no sé qué me pasa.
―La que tiene que pedirte disculpas soy yo, tal vez me
excedí.
―No, no... ni se te ocurra pensar que me enojé con vos,
sé que lo hiciste para ayudarme; no te veo como una aprovechadora.
―No lo soy. Tal vez mis buenas intenciones no son
suficientes, imagino que no debe ser fácil dejarse tocar por una persona del
mismo sexo.
―Mi caso es un tanto... especial. No le cuentes a nadie
pero... solamente una vez tuve sexo con otra persona... y fue una experiencia
bastante fea.
―¿Eso ocurrió con un hombre?
―Sí, tal vez por eso imagino que las mujeres me pueden
gustar, porque ya probé con un hombre y me desagradó mucho. Desde esa vez no
volví a acostarme con nadie.
―No te imaginaba tan... puritana ―me dijo con una cálida
sonrisa―. Con lo linda que sos, pensé que deberías ser muy activa sexualmente.
―Para nada, no me faltaron ofertas; pero siempre las
rechazo a la primera insinuación, me da miedo que se repita lo que me pasó con
ese chico.
―Comprendo, a mí también me dio miedo cuando quise estar
por segunda vez con una mujer, me aterraba que reaccionara igual que Cintia;
pero logré superarlo, con la ayuda de la calentura que tenía en ese momento.
―Tal vez ese sea el problema. No me siento con ánimo para
el sexo ahora mismo. En realidad tengo la cabeza llena de tantas preguntas y no
me siento capaz de nada.
―Creo que ahí tengo la culpa yo, lo llevé directamente
para un plano sexual, tal vez vos necesitás algo más... afectivo.
―No lo sé... no sabría respondértelo ahora mismo. Estoy
muy confundida.
―Entonces dejémoslo acá. Pensalo bien. No hay apuro, es
tu vida. No me puedo entrometer en eso.
―Gracias, Tatiana. Sos una chica muy buena, no imaginé
que fueras tan comprensiva. Me ayudaron mucho tus palabras. Creo que te
equivocaste de carrera al elegir “Administración de Empresas”, deberías haber
sido psicóloga.
―¿Con lo rayada que estoy? ―preguntó riéndose.
―Más rayada que yo no estás... eso te lo aseguro.
―¿Vas a volver a clases?
―Creo que no. Sería en vano, hoy no voy a poder
concentrarme en nada. Mejor me voy a mi casa ―ella abrió los ojos por la
sorpresa.
―Esto sí que no lo puedo creer. La inteligente y aplicada
Lucrecia Zimmer, ¡faltando a clases! Se nota que estás atravesando por un
cambio muy grande. Deberías aprovechar el tiempo libre para plantearte todas
las dudas que tengas.
―Gracias, “doctora”, lo voy a tomar en cuenta ―su sonrisa
brilló―. Bueno, me voy... gracias por todo.
Caminé hacia la puerta del vestuario y cuando lo abrí
escuché una vez más la voz de Tatiana:
―Lucrecia...
―¿Si? ―me volteé para mirarla, ella tenía la cabeza
gacha.
―¿Me prometés que no me vas a ignorar cuando te salude o
quiera charlar con vos? ―esa pregunta fue como un puñal helado en mi corazón,
me conmovió mucho.
―Te lo prometo. En lo que a mí respecta, vos y yo podemos
ser muy buenas amigas. A Lara también le caés muy bien, así que cuando nos veas
en la cafetería, acercate a tomar algo con nosotras.
―Gracias ―su amistosa sonrisa volvió a aparecer; la
saludé con un gesto de la mano y me fui.
-9-
Cuando llegué a mi casa tuve que mentirle a mi madre, alegando
que un profesor se había ausentado; ella no cuestionó mi excusa ya que nunca me
había escapado de la universidad. Era la ventaja de ser una chica aplicada y
responsable, cuando me volvía irresponsable, nadie se daba cuenta.
Me encerré en mi cuarto, manoteé un CD de música al azar,
que resultó ser uno de la banda Evanescence
y lo reproduje a alto volumen. Necesitaba aislarme del mundo.
Me acosté en mi cama, mirando fijamente el techo y
comencé a analizar mi comportamiento durante los últimos meses. Me di cuenta de
que nunca había necesitado una pareja que me brindara amor, la sola idea del
romance a veces me parecía tonta; como si eso estuviera hecho para las chicas
buenas que se pasaban horas mirando telenovelas, llorando por las desgracias
que acontecían a las protagonistas. No me sentía como ellas, de hecho nunca
había sufrido algún mal de amores, ya que nunca me había enamorado de nadie...
a no ser que Lara fuera...
No. Esa idea era aún más absurda, quería y admiraba a
Lara, tal vez como a nadie en el mundo, pero eso no significaba que estuviera
enamorada de ella. Mis dudas no tenían que ver con el amor, al menos eso creía,
mis dudas eran netamente sexuales, éstas se hicieron más fuertes con el video
erótico de mi amiga y las empeoré al cometer la idiotez de lamerle la vagina
mientras dormía, en ningún momento había pensado en cariño, amor o romance. Lo
que buscaba era satisfacer mis libidinosos deseos. Eso me cuadraba mejor, me
tranquilizaba, en cierta forma. Sabía que esto algún día pasaría, mi cuerpo
comenzaría a hartarse de las represiones psicológicas a las que lo sometía y
comenzaría a pasarme factura. Casi podía escucharlo diciendo «Vamos, Lucrecia,
tenés veintiún años, ¿cuándo vamos a empezar a coger?», diría “empezar” ya que
ni mi cuerpo ni ninguna otra parte de mí tomaba como un verdadero inicio la
experiencia con aquel chico. Un verdadero inicio sexual debía estar marcado por
un orgasmo, o al menos una grata emoción, tanto física como psicológica.
Le prometí a mi cuerpo que ya no lo ignoraría, no podía
prometerle hacer todo lo que él me pedía; pero al menos sería escuchado y, tal
vez, en ciertas ocasiones, haría lo que él me pidiera. Me había hartado de
seguir siempre las reglas, merecía disfrutar mi vida... pero primero tenía que
esclarecer mis dudas.
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